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Y el Capitolio se convirtió en cuartel

Desde la Guerra Civil, los soldados no se acantonaban en la sede del poder legislativo en el corazón de Washington

Vídeo: Atlas
David Alandete

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Al despuntar el alba, cuando los primeros diputados, secretarios y periodistas llegaron al Capitolio tras pasar verjas, barricadas y controles de seguridad, miles de soldados todavía dormían en el suelo, en salas y pasillos. No se veía una estampa semejante desde aquellos aciagos días de la Guerra Civil, cuando en 1861 los soldados llegados de todos los rincones de la Unión se acuartelaron en este solemne edificio de mármol a la espera de órdenes del nuevo presidente, Abraham Lincoln.

Ahora, estos soldados, unos 2.000 acuartelados dentro de la sede del poder legislativo, tienen la misión de defender este mismo Capitolio de nuevos saqueos de aquí a la toma de un nuevo presidente, Joe Biden. Ayer al amanecer, dormitaban donde podían, vestidos de uniforme, con sus fusiles y sus petates al lado, aprovisionados de agua y cajas de raciones de comida envasada idéntica a la que se llevan a Irak o Afganistán . Amontonados a un lado, habían dejado cientos de escudos antidisturbios transparentes.

A medida que comenzaba el trasiego diario en los recibidores y pasillos del Capitolio, con los primeros asistentes entrando cargados de cafés y carpetas, los soldados se incorporaron, e hicieron lo que cualquier visitante está tentado de hacer en tan solemne lugar: se tomaron fotos con las muchas estatuas. Un grupo de cuatro uniformados de raza negra se retrató junto a la estatua de Rosa Parks, activista a favor de los derechos civiles que en 1955 desató toda una revuelta al negarse a levantarse de un asiento reservado para blancos en un autobús.

Horas dramáticas

Poco a poco se fueron incorporando otros soldados que aún descansaban, con las bocas cubiertas por máscaras y las botas puestas, acostados junto a otras esculturas históricas, como la réplica en yeso de la estatua de la Libertad (no la de Nueva York, sino otra que está sobre la Cúpula del mismo Capitolio). Pasadas las diez de la mañana, la presidenta de la Cámara de Representantes y líder demócrata, Nancy Pelosi, les llamó a la explanada oriental del edificio para agradecerles en persona su servicio en estas «horas dramáticas para la nación americana».

Y no son sólo los soldados los que lo custodian. El Capitolio está rodeado de un perímetro de seguridad inaudito. Calles cortadas rodean vallas de metal y barricadas. En total hay desplegados en la capital de EE.UU. más de 15.000 soldados . Otros 5.000 se les sumarán de aquí a la toma de posesión de Biden, llegados de seis estados cercanos, en su mayoría reservistas de la Guardia Nacional, que se suele movilizar dentro de las fronteras nacionales en caso de emergencia o catástrofe natural. Junto a ellos, custodian la sede del poder legislativo la policía del Capitolio y los agentes metropolitanos de Washington, además del FBI.

Las medidas son absolutamente excepcionales para todos, no sólo para los visitantes. El Capitolio, la casa del pueblo, no sólo es una fortaleza por fuera tras el saqueo del 6 de enero. Lo es también por dentro. Pelosi, la líder demócrata, ha hecho instalar arcos detectores de metales para el acceso a la Cámara, e incluso los diputados deben pasar ahora por ellos, algo que antes no sucedía. Muchos republicanos protestaron, porque consideraron que era una intromisión en su derecho a la intimidad.

En realidad, a muchos de esos republicanos les indignaba que Pelosi enviara el mensaje de que algunos podrían ir armados, en señal de que podrían haber estado de acuerdo e incluso ayudado la insurrección y el saqueo de la semana pasada. «¡Nos quieren desarmar!», gritó mientras pasaba por los arcos Lauren Boebert una de las pocas republicanas que quedan completamente fieles a Donald Trump. Sus protestas no sirvieron de nada. Como todos, tuvo que pasar por el arco.

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