De vuelta a Ucrania para defenderla: «Debemos estar unidos, es nuestra tierra»
Mientras más de 368.000 mujeres y niños han huido ya de Ucrania, hombres en edad de combatir se apresuran a regresar a su patria para plantar cara al Ejército de Putin. A falta de tropas internacionales que hayan acudido en su ayuda, Kiev les reclama y les muestra cómo fabricar cócteles molotov
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«Mi familia está metida en un refugio, bajo tierra». A media mañana del sábado, a la misma hora en que el parte de guerra avisa de que el fuego ruso está pegando duro en la ciudad de Mykolaiv, Oleg, que es de allí, ... aguanta el tipo en la cola de la frontera de Polonia con Ucrania con los puños apretados dentro de los bolsillos y una mueca ladeada de impaciencia –de impotencia– que deja ver sus molares de oro amarillo. Junto con otros dos, ha salido la noche anterior de Varsovia donde todos trabajan en la obra para intentar en ese tercer día de ofensiva correr al lado de los suyos y sumarse a la defensa del país, del que una vez dentro no podrán salir. Tampoco Maxim, de 27 años y el amigo que va con él, Slavic, de 32, a los que el conflicto ha pillado también buscándose la vida en suelo polaco, cinco meses de aquí para allá haciendo lo que se puede, y que coinciden en que si lo que toca ahora es combatir, se van a combatir.
La casa de ambos está en Zaporizia, tienen más de 1.100 kilómetros de camino, diecisiete horas de coche si tuvieran la imposible fortuna de hacerlas de un tirón. Pero tardarán días. «Nuestros soldados son muy fuertes con coraje», se animan mutuamente pero sin gran convicción, «es el momento de estar todos unidos y es nuestra tierra, tenemos que estar ahí».
No están para muchas palabras, de hecho entre sí se evitan las miradas y a la mínima agachan la cabeza y desconectan , ausentes del bullicio que ha convertido el cruce de Medyka en una romería de recibimientos, abrazos y voluntarios que aamontonan en cualquier puesto manzanas, salchichas, latas, pañales o café. Y despedidas en silencio de Polonia, como la de estos hombres que van a unirse al frente.
El polaco Andreij
Sin tropas internacionales que hayan acudido al rescate de Ucrania, su presidente, Volodímir Zelenski, hizo un llamamiento a las armas a todos los varones adultos y solo en Kiev –que resiste con ferocidad desconcertante a la tromba bélica lanzada por Vladimir Putin– se distribuyeron 18.000 rifles . Desde el Ministerio del Interior se difundieron desde el principio infografías con el vitamínico eslogan en mayúsculas «¡Preparémonos!», en las que se mostraba a la población cómo fabricar sus propias bombas caseras, esto es, cócteles molotov: dos tercios de gasolina, uno de aceite pesado. Esa fórmula que inventaron los finlandeses para, casualidades, defenderse de los soviéticos en los prolegómenos de la II Guerra Mundial.
En conclusión, a los de entre 18 y 60 años, los guardias ucranianos tienen orden de frenarles en la aduana si tuvieran intenciones de fuga. «Los que pueden querer irse, si los hay son estudiantes y no sé, extranjeros como marroquíes.... los ucranianos no van a marcharse», zanja Slavic. Efectivamente, todo lo que está entrando al lado polaco son mujeres y niños con media vida a cuestas en maletones de ruedas y noticias de que hay una multitud ya desesperada y kilómetros y kilómetros de coches intentando cruzar. De acuerdo con las últimas cifras oficiales dadas ayer, el número de refugiados supera ya los 368.000 y las previsiones son que, de prolongarse la contienda, se alcance el millón.
«Dispuesto a todo»
Maxim y Slavic creen que el fin de todo esto llegará rápido, o eso dicen. « Terminará en una semana», aventura el primero . Es un optimismo triste. No piensa lo mismo Andreij, un polaco ataviado con un extravagante uniforme de camuflaje de bandera alemana y no menos macarrónico dominio del idioma alemán que guarda turno aquí en Medyka también para irse a luchar a Ucrania. Explica que lo vio por la televisión, que tampoco tiene gran cosa contra los rusos –«somos un gran pueblo paneslavo», reflexiona– y que no puede estarse quieto por más tiempo, como Ernest Hemingway en ‘Por quién doblan las campanas’, refiere. Estas cosas pasan. Cabe preguntarse si sabe Andreij que ahí dentro hay gente muriendo, que es una guerra real, «estoy dispuesto a todo, al cien por cien».
Este domingo, en Leópolis, la gran ciudad de la mitad occidental del Ucrania, a 50 kilómetros de aquí pero muy distante de los frentes de Kiev, de Jarkov y del Donbass, su alcalde, Andriy Sadovy, emitía una invitación a sus civiles para «unirse a las patrullas 24 horas» de la Policía y el Ejército. Hay toque de queda de diez de la nocha a seis de la mañana, «Tu ayuda es muy importante», se insiste, junto con un colectivo mensaje de confianza: «Creamos en nuestras Fuerzas Armadas».
Sobre el cielo de Medyka sobrevuela de vez en cuando un helicóptero Black Hawk artillado de los que EE.UU. ha desplazado a las bases polacas próximas a las líneas con Ucrania. Hay también Chinook, 4.000 soldados más otros 4.700 de refuerzo de la 82 División Aerotransportada que hace ocho meses ejecutó la heroica evacuación del aeropuerto de Kabul, en Afganistán. No todos los ucranianos entienden que estando tan cerca, los norteamericanos hayan dejado a Kiev con sus discretas posibilidades militares a su suerte.
Arengas en Twitter
Camino de Smila, al oeste del río Dnieper, va Nikolai, de 37 años, que ha dejado su empleo en Estonia para reencontrarse con su mujer y alistarse donde pueda echar una mano. «Cuando todo acabe, volveré», asegura como sin querer reparar en la que se está metiendo. Por no tener, él no tiene ni una escopeta de aire comprimido.
Por si cunde el desmparo, el ministro de Defensa ucraniano le ha dado al Twitter para levantar la moral: «¡ Haced cócteles molotov, neutralizad a los infieles! ¡Pacíficos habitantes, tened cuidado!».