El último de los alevines de Al Qaida
«Bismilá ar-Rahman ar-Rahim» -musitó entre dientes Omar Faruk Abdulmutalab mientras se desabrochaba la bragueta en su asiento del Airbus. «En el nombre de Dios, el Compasivo, el Misericordioso», tal y como recitan los musulmanes fervorosos al comenzar cualquier actividad importante. Le habían ... cosido la bolsita con el explosivo y la jeringuilla para hacerlo detonar en el interior de los calzoncillos, bajo los testículos. Difícil de detectar. En plena maniobra de aproximación al aeropuerto de Detroit, era la hora de hacer saltar en pedazos el vuelo 253 de Northwest Delta Airlines.
Hijo de Alhaji Omar Mutalab, un nigeriano de orden, ex ministro y ex presidente del First Bank of Nigeria, Omar Faruk Abdulmutalab nació en 1986 en una familia musulmana, no excesivamente practicante, en el estado norteño de Katsina, en Nigeria. Como sus padres podían permitírselo, eligieron la prestigiosa formación británica para el joven Omar Faruk, y le enviaron con 14 años a la British School de Lomé, en Togo.
Su compañero de pupitre, el británico Michael Rimmer, le recuerda hoy como un chaval estudioso que, desde muy pronto -en 2001-, mostraba signos de intolerancia y era «el único de nuestros compañeros capaz de defender ardorosamente a los talibanes afganos y su manera de gobernar». Sus profesores de entonces afirman que «era un buen alumno, incluso brillante en matemáticas». Tal vez intransigente y muy vehemente en sus opiniones... nada extraordinario a los 15 años. Por cierto, el «nick» de su messenger era «The Pope», el Papa.
En el University College
Para seguir con su formación británica y dada su facilidad para la física y las matemáticas, Mutalab decidió enviar al muchacho al Reino Unido para estudiar ingeniería mecánica en el University College de Londres. Y le alquiló un sótano como apartamento en la muy «chic» Mansfield Street.
Uno de sus compañeros de clase y correrías en Londres, Fabrizio Cavallo, exclamó ayer al ver su nombre asociado al atentado frustrado de Detroit: «Jamás lo hubiera imaginado... cierto que no bebía cerveza y que resultaba un tanto pesado con su costumbre de salir corriendo a rezar, parecía muy religioso, pero para acabar como terrorista... Jamás». Sus profesores dicen que «no era sobresaliente, pero su expediente académico era casi brillante». Pero algo más que números empezaba a hervir en su cabeza
Fuera o no radical su actitud, lo cierto era que Abdulmutalab vivió en pleno «Londonistán», codo a codo con los aspirantes a yihadistas que bebían el islam intransigente que brotaba a raudales de los sermones de Abu Hamza al-Masri, el ideólogo del islamismo militante en Londres. Entre 2005 y 2008.
Sin apenas tiempo para regresar a su casa, ya ganado para la causa islamista, Abdulmutalab dijo a su padre que quería completar estudios en Dubai. Nada más llegar allí, algo debió advertir el viejo Mutalab en el comportamiento de su hijo que no le gustó un pelo. Menos aún cuando recibió un mensaje en el que el joven le decía: «Me marcho a Yemen a seguir las enseñanzas del islam auténtico».
Ya está, debió pensar su padre. Se me ha hecho terrorista. Y lo puso en conocimiento de la seguridad nigeriana y estadounidense. Abdulmutalab estaba en las fichas policiales.
Y descendiendo sobre Detroit el día de Navidad, con los calzones abiertos, inyectó con la jeringuilla en los 80 gramos de pentrita que llevaba entre las ingles el líquido que debía provocar la explosión. Sólo consiguió un sonoro chisporroteo, y unos cuantos fogonazos que le abrasaron la entrepierna. El pasaje se echó sobre él y apagó las llamas. Las quemaduras no parecen graves. Ayer salió del hospital.
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