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GUERRA SUCIA CONTRA LA DROGA EN FILIPINAS (ii)

Redadas, atracos, ejecuciones y funerales con karaoke en Manila

Una decena de periodistas filipinos hace guardia cada noche en la comisaría de Manila para seguir a los investigadores hasta las escenas de los crímenes

Los controles de Policía se centran en las motos, desde donde los sicarios disparan en movimiento a los yonquis y camellos P. M. DÍEZ
Pablo M. Díez

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A las diez de la noche, una sirena aúlla en el «barangay» (barrio) Longos, cerca del puerto de Manila, para que los menores vuelvan a casa. Nadie hace ni caso. Entre jóvenes que vacilan a «ladyboys» en los puestos de comida, niños con poco más de diez años juegan en plena calle mientras prueban sus primeros cigarrillos y escarceos amorosos.

A las puertas de la funeraria Eusebio, un difunto es despedido por su familia con una fiesta con karaoke. A su lado hace guardia Orly Fernández, quien lleva recogiendo cadáveres desde 1975 y está autorizado por la Policía para levantar los cuerpos de los crímenes. «Con ejecuciones y desapariciones, aquí ha habido una guerra sucia contra la droga durante los últimos 40 años», asegura este peculiar personaje que, ataviado con un sombrero, camiseta de tirantes, pantalones cortos y chanclas, no desentonaría en una película. Tras haber visto de todo en su carrera, dice que llegó a recoger un millar de cadáveres en 2016, cuando el presidente Duterte empezó su sangrienta guerra contra la droga.

Al igual que Orly, una decena de periodistas filipinos hace guardia cada noche en la comisaría de Manila para seguir a los investigadores hasta las escenas de los crímenes. Operaciones antidroga, ajustes de cuentas, ejecuciones de «escuadrones de la muerte»… Las calles de Manila se llenan de cadáveres cada noche.

«La Policía vela por nuestra seguridad, pero esta gente está loca», se queja Edgardo Montinola , un taxista al que tres ladrones le robaron el coche y la recaudación a punta de pistola la madrugada del miércoles. Tras interceptar el vehículo, la Policía abatió a uno de ellos e informó de que llevaba «shabú» y un arma. Sobre un charco de sangre, su cuerpo yacía sobre la acera a metros de Montinola, que ya tiene un motivo más para apoyar a Duterte.

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