La política empieza por la cabeza
AFP
Simpatizante republicano
P. RODRÍGUEZ
SAINT PAUL (MINNESOTA). En un país especializado en espectáculos, resulta difícil pasar por el alto todo el alarde de parafernalia electoral que los dos grandes partidos políticos de Estados Unidos despliegan en sus respectivas convenciones nacionales. Especialmente con la tradición ... de lucir los más estrambóticos sombreros durante las sesiones plenarias. Incluidos modelos con la forma de los respectivos símbolos de cada formación política: el paquidermo republicano y el jumento de los demócratas.
Este desfile de coronas politizadas, que tanto fascina a fotógrafos de Prensa y cámaras de televisión, suele servir tanto para presumir de geografía como para promover determinadas causas. Las delegaciones de Texas suelen invariablemente lucir sombreros de «cowboy». Pero tampoco faltan rascacielos o puentes colgantes. Dentro de la convención de los republicanos en Minnesota también se han visto cascos de obrero para simbolizar la insistencia energética de empezar a buscar petróleo en zonas protegidas de Estados Unidos.
Las chapas también forman parte visible de todo este llamativo montaje de propaganda electoral, sobre todo al incorporar cada vez más baterías y luces parpadeantes. Los demócratas para su cita en Denver han producido una serie mostrando a Abrahán Lincoln luciendo una camiseta de Obama. Mientras que los republicanos han exhibido en la solapa consignas como «NoBama» o «Vencer a Obama y Osama».
Folclore político
Todo este folclore político en Estados Unidos produce su correspondiente afán de coleccionismo. De hecho, la institución cultural Smithsonian -que rige los mayores museos públicos del país- suele enviar a un par de sus especialistas para recolectar sobre el terreno estas piezas de propaganda electoral. Desde 1980, Larry Bird y Harry Rubenstein tienen la costumbre de visitar las convenciones para solicitar donaciones y aumentar los amplios fondos acumulados por el Museo Nacional de Historia Americana con sede en Washington Según Rubenstein, «todos estos objetos de campaña representan una celebración de la democracia y de cómo la gente expresa su identidad y la identidad de la nación». Mientras que su compañero Bird insiste en que cada una de estas piezas tienen un valor histórico.
Se supone que la mayor colección en manos privadas de propaganda electoral americana ha sido reunida por Jordan M. Wright, un abogado y editor de Nueva York. Una afición que comenzó a los diez años al conseguir un puñado de chapas de la campaña presidencial de Robert Kennedy para transformarse en un millón de piezas diferentes que han servido este verano para organizar una exposición especial en el Museo de la Ciudad de Nueva York.
Wright, que también ha producido un libro ilustrado sobre su valiosa colección, explica que durante la mayor parte de la historia política de Estados Unidos, los votantes no estaban masivamente alfabetizados «por eso hemos tenido que hacer otras cosas para llamar la atención de la gente hacia un candidato». Imperativos visuales que tampoco han cambiado mucho en la era de la comunicación de masas.
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