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Pablo Ibar afronta cadena perpetua o pena de muerte tras ser declarado culpable

El jurado emitió este sábado su veredicto tras la repetición del juicio al español, que ya pasó 16 años en el corredor de la muerte por un triple crimen en Florida

Pablo Ibar, este sábado en los juzgados de Fort Lauderdale (Florida) Efe | Vídeo: AT
Javier Ansorena

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Pablo Ibar se queda en el infierno. Lo decidió este sábado a las 10.30 de la mañana un jurado de doce personas en los juzgados de Fort Lauderdale (Florida). «Guilty», « culpable », la palabra maldita. El veredicto lo traía la presidenta del jurado, en un papel dentro de un sobre que guardaba el futuro de Ibar. Debía ser una decisión unánime, cara o cruz. Lo leyó el juez. «Culpable» en todos los cargos contra él. Sonó como el manotazo duro, el golpe helado que escribió el poeta.

Un veredicto de inocencia hubiera devuelto a Pablo, de 46 años, a la vida. La suya se congeló hace casi un cuarto de siglo, acusado de un triple asesinato que él asegura que no cometió. Dieciséis de esos años los pasó en el corredor de la muerte, con la sombra de una ejecución que podría ocurrir en cualquier momento.

Tras décadas de lucha, soportados en la fe robusta de los Ibar sobre su inocencia, en 2016 consiguió que el Tribunal Supremo de Florida anulara su condena a muerte e impusiera un nuevo juicio. Durante seis semanas, su defensa ha buscado convencer al jurado de que las pruebas contra Pablo son endebles. Enfrente tenían a Chuck Morton , un fiscal implacable que regresó de su jubilación para asegurarse de lo contrario. Él dirigió la acusación en el juicio que le condenó a muerte. Una exoneración hubiera sido una mancha en su historial.

Pablo no se desplomó al oír el veredicto. Nunca lo ha hecho. Negó levemente con la cabeza y voluntariamente, mientras el juez seguía leyendo, se puso de pie para que el alguacil le colocara las esposas detrás de la espalda.

La familia no pudo contener la desolación. Mientras el juez pronunciaba la palabra «culpable» en cada uno de los cargos, se escapaban sollozos, la respiración entrecortada. Tanya , la mujer de Pablo , con los brazos entrelazados con Michael , el hermano, y su madre. Las manos agarradas a rosarios, a amuletos, los ojos cargados de lágrimas. En una esquina del banco, Cándido Ibar , el padre , apoyaba el codo sobre el reposabrazos y se tapaba la cara, petrificado, incrédulo. Junto a Pablo, lloraba uno de sus abogados, Benjamin Waxman , convertido ya en un miembro más de la familia Ibar. Él consiguió la apelación que anuló la condena de muerte y acabó en un nuevo juicio. «Es una decepción tremenda», aseguraba a ABC después, todavía emocionado.

Tanya ha elegido una vida determinada por su certeza en la inocencia de Pablo. Se casaron en la cárcel, recorrió cientos de kilómetros cada fin de semana durante décadas para visitarle. Desechó tener una vida cómoda, convencional. Su apuesta hoy resulta más estremecedora que nunca. Este sábado salió del juzgado abatida, sin poder decir más que un «gracias» a los periodistas.

Cándido, un pelotari vasco que emigró a Florida en los años sesenta, se enfrentó al drama de su hijo como lo que es: un partido a vida o muerte. Después de pelear hasta la extenuación, la última pelota se ha ido fuera. «¿Cómo puede ser? No lo puedo entender», mascullaba a la salida de la sala.

La vida de Pablo, nacido y criado en Florida, no era del todo recta, pero se torció por completo en julio de 1994. Le detuvo la Policía tras una escaramuza entre pandilleros y trapicheadores de segunda. Poco después, se le relacionó con un crimen espantoso.

Grabación en vídeo

El dueño de una discoteca local y dos chicas jóvenes fueron asesinados de forma brutal en un chalé de Miramar, un suburbio del sur de Florida donde vivía Ibar. Una cámara de seguridad casera lo captó todo: dos personas entraron en la casa, golpearon, robaron y dispararon a bocajarro a las víctimas. El rostro de uno de los dos asesinos fue grabado: se tapa con una camiseta, pero se descuida en varios momentos y se percibe su cara. Es una imagen en blanco y negro, granulada, de calidad ínfima. El rostro guarda cierto parecido con Ibar. Eso fue suficiente para que la Policía, presionada para hallar al culpable, le acusara de asesinato.

Pablo nunca ha dicho que en su juventud fuera un modelo de conducta. Eligió malas compañías. Pero siempre ha defendido que él no es un asesino. Su coartada era muy simple: aquella noche la pasó en casa de Tanya. Ella tenía entonces 16 años y estaban empezando a salir. La Policía, sin embargo, se empeñó en montar una acusación desde el parecido de la imagen del vídeo. Según han defendido los abogados de Pablo, los investigadores presionaron a testigos, manipularon ruedas de reconocimiento y desecharon otras líneas de investigación. Para ellos, el vídeo era lo que en EE.UU. se llama la «pistola humeante», una prueba incuestionable que basta para asegurar una condena. Pablo, Cándido, Tanya y el resto de su familia han dedicado casi un cuarto de siglo a demostrar lo contrario.

El veredicto de «culpable» tumba un esfuerzo descomunal de los Ibar por demostrar su inocencia. Su caso cayó en un agujero de irregularidades procesales y de manipulaciones policiales, rematadas por un abogado insolvente. El resultado: la condena a muerte tras un juicio en el año 2000. De ahí al corredor de la muerte. Ni él ni la familia desfallecieron. Buscaron apoyos en España, contrataron otro equipo legal, apelaron, recurrieron, cuestionaron…

Repetición del juicio

La recompensa llegó en 2016, con la anulación de la condena por parte del Tribunal Supremo de Florida, que dictaba lo que para muchos es obvio: el juicio que le condenó a muerte no fue justo. La defensa se montó desde la debilidad de las pruebas contra Pablo: los testimonios de los testigos eran contradictorios o manipulados, no había rastro de ADN de Pablo en la escena del crimen, ni huellas dactilares, ni ninguna otra evidencia de peso.

El jurado del nuevo juicio ha tirado todo por tierra. Ahora se abre un panorama incierto por delante. ¿Más apelaciones, más campañas para recaudar fondos para los costes legales? El equipo de abogados que trabajó en la defensa ha costado 1,3 millones de dólares, conseguidos con apoyo público y ciudadano en España. «No sé, ¿qué más se puede hacer?», se lamentaba Cándido, con los ojos vacíos. Terco, optimista, enérgico y conversador inagotable, ayer se le acabaron las palabras. «Podía pensar que se llegara un un “hung jury” [decisión sin acuerdo del jurado, que acaba en juicio nulo], ¿pero esto?».

«Seguiremos batallando. Apelaremos hasta donde sea necesario», aseguraban tras el veredicto desde la Asociación contra la Pena de Muerte Pablo Ibar , que ha trabajado para encontrar fondos para sufragar la defesna y concienciar sobre el caso.

De momento, el próximo 25 de febrero comenzarán las vistas para imponer la sentencia. La decision es del mismo jurado, que tendrá que elegir entre dos opciones: pena de muerte o cadena perpetua. A partir de entonces, a Pablo solo le quedarán dos opciones: resignarse o volver a la pelea. Este sábado salió de la sala con la misma mirada de determinación que ha tenido todos estos años, la de nunca dejar de luchar.

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