El Moncada, fracaso y triunfo de Castro
Castro, hace cincuenta años ABC
Hace 50 años, el 26 de julio de 1953, el joven Fidel Castro irrumpió en la historia de Cuba al dirigir el asalto al Cuartel Moncada de Santiago de Cuba. A pesar de terminar en un estrepitoso fracaso, la acción marcó el principio del fin ... del sangriento régimen dictatorial del general Fulgencio Batista y el imparable ascenso al poder del Comandante.
De haber corrido la misma suerte que la mayoría de sus compañeros que participaron en el fallido asalto, que fueron capturados y después salvajamente asesinados por los soldados de Batista, Fidel Castro habría sido uno más en la larga lista de mártires cubanos y la historia de Cuba probablemente habría tomado otro rumbo.
El asalto al Cuartel Moncada tuvo como precedente el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, con el que Batista frustró las esperanzas de cambio depositadas en las elecciones programadas para junio del mismo año, que según todos los pronósticos habrían dado la victoria al Partido Ortodoxo, al que pertenecía el propio Castro.
Cerrados todos los espacios políticos democráticos, el joven abogado y ex líder estudiantil Fidel Castro, de 26 años, reunió con personas de su confianza un grupo de aproximadamente 150 personas para realizar en Santiago de Cuba, la segunda ciudad de la isla, un acto público de repudio al régimen militar de Batista.
El 25 de julio de 1953, cuando el grupo estaba reunido en secreto en una quinta al este de Santiago, Castro les reveló el verdadero propósito de la convocatoria: asaltar el Cuartel Moncada de Santiago, la segunda plaza militar de Cuba, para conquistar la mayor cantidad posible de armas e iniciar desde las montañas aledañas de la Sierra Maestra la lucha para derrocar a la dictadura. Algunos de los presentes protestaron contra el inesperado propósito de la reunión y fueron encerrados en un cuarto de la quinta, pero en la inmensa mayoría la arenga de Fidel Castro encendió el fuego de su fervor patriótico y decidieron participar en la aventura revolucionaria, aunque fuese para «morir dignamente». En la madrugada del 26 de julio, una caravana de 26 vehículos se dirigía hacia sus objetivos, que incluían, además del Cuartel Moncada, el Palacio de Justicia, que debía ser ocupado por un grupo al mando de Raúl Castro, el hermano menor de Fidel, y el Hospital Civil, de cuya toma se encargó Abel Santamaría, lugarteniente de Fidel Castro. Todos los futuros combatientes vestían uniformes de sargento.
La fecha del asalto no había sido escogida al azar: Santiago de Cuba estaba inmersa en la tradicional fiesta de carnaval, por lo que se suponía que muchos de los aproximadamente 1.000 soldados del Cuartel Moncada estaban de permiso o habían bajado la guardia. El ataque debería ser por sorpresa.
Sin embargo, cerca de la mitad de los que iban a participar en el asalto al cuartel se perdieron en el camino y nunca llegaron a su destino: en su mayoría venían de La Habana y desconocían las calles de Santiago, ciudad situada a 900 kilómetros al este de la capital.
Además, un acontecimiento imprevisto dio al traste con el factor sorpresa. Castro, quien conducía el segundo vehículo de la caravana que llegó al Cuartel Moncada poco después de las cinco de la mañana, chocó violentamente con un mojón a la entrada de una de las puertas de la guarnición, por lo que su automóvil quedó inmovilizado.
Castro ordenó a su copiloto, un joven estudiante llamado Gustavo Arcos, que bajara del vehículo y apresara a un soldado que venía detrás. Según contó años después el propio Arcos, quien pasaría largos años en las cárceles de Castro como disidente, él se resbaló al salir del automóvil y disparó matando de un tiro al soldado, que resultó ser un teniente. El ruidoso incidente alertó a los soldados del cuartel y los rebeldes se vieron forzados a replegarse.
Torturas y asesinatos
Se calcula que durante el tiroteo, que duró algo más de una hora, sólo diez o 12 revolucionarios resultaron muertos. Más de sesenta fueron apresados, torturados y asesinados a sangre fría, entre ellos Abel Santamaría. Los soldados que sometieron a tortura a la mano derecha de Fidel Castro le sacaron los ojos y se los mostraron a su hermana Haydée Santamaría, en un intento de arrancarle información.
A Haydée, una de las dos mujeres que participaron en el asalto al Cuartel Moncada, también le enseñaron los testículos arrancados a su novio, Boris Luis Santa Coloma, pero la joven revolucionaria no soltó palabra. Otro 26 de julio, 27 años después, Haydée Santamaría, dirigente cultural de la Revolución Cubana, se suicidaría.
Tras fracasar el asalto al Moncada, Fidel Castro logró huir y se escondió en una finca próxima a Santiago de Cuba. Una semana más tarde, Castro se entregó a una patrulla del Ejército, tras interceder a su favor el arzobispo de Santiago, monseñor Enrique Pérez Serantes, que le garantizó el respeto a su integridad física.
Aunque el asalto terminó en un desastre para los combatientes comandados por Castro, la acción fue un éxito en el sentido de que logró llamar la atención nacional e internacional sobre la brutalidad de la dictadura de Batista, que en los días siguientes al ataque al cuartel desató una orgía de represión, matando en toda la isla a varios opositores políticos ajenos a los hechos del Moncada.
En el juicio por el asalto al Cuartel Moncada, Fidel Castro se defendió a sí mismo, en su calidad de abogado, y en octubre de 1953 pronunció un brillante alegato, embrión del futuro programa de la Revolución Cubana, que sería publicado más tarde con las palabras finales del acusado como título: «La historia me absolverá».
Condenado a 15 años de prisión, Castro recobró la libertad en mayo de 1955, gracias a una amnistía decretada por Batista, y viajó vía Estados Unidos a México, donde se reunió con varios de sus compañeros de armas indultados para preparar la lucha revolucionaria que derrocaría a Batista el 1 de enero de 1959. En honor al Moncada y a los compañeros muertos, la guerrilla de Fidel Castro fue bautizada «Movimiento 26 de Julio».
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