Lugansk se tambalea ante la furiosa arremetida rusa
La determinación rusa parece condenar a la población ucraniana del Donbass a una fase definitiva y aguda del conflicto que se extiende desde 2014
Sentadas en un banco y apoyadas cada una en su bastón, con los rostros surcados por profundas arrugas herencia de demasiadas guerras, las tres ancianas parecían comentar el espectáculo bélico que se abría ante sus ojos con parsimonia y resignación. Sólo contados blindados, ambulancias medicalizadas ... y carros de combate circulaban en la maltrecha carretera de Berestove, donde residen, en medio de la demarcación entre Lugansk y Donetsk, pero las mujeres no parecían encontrar lugar ni momento mejor para charlar pese a las contínuas explosiones de artillería que sacudían el suelo bajo sus pies.
Trozos de esquirlas ardientes caían a pocos metros mientras las abuelas, impertérritas, observaban cómo Jervat se acercaba apresurado y se parapetaba tras una marquesina de piedra. «La situación está empeorando desde hace pocos días. No paramos de combatir contra los jodidos rusos», resoplaba el uniformado, en la treintena, aspirando fuertes bocanadas de un cigarrillo mientras miraba de reojo la carretera bajo fuego.
Frente a él, un carro de combate calcinado señalaba la importancia del enclave para la ofensiva que tiene lugar en el Donbass. La carretera, ayer tapizada por restos de combates, tatuada por las orugas de los tanques y flanqueada por vehículos quemados y abandonados con disparos y metralla en su carrocería, supone una línea vital de avituallamiento para los ucranianos que aún defienden Lugansk y un nudo de comunicaciones estratégico para conservar la pírrica presencia en la región, donde las fuerzas de Kiev aguantan el embate ruso que ya controla el 90% de la provincia . Según expertos militares, la estrategia rusa ha evolucionado y ahora concentra su fuego en pequeñas localidades para avanzar pueblo a pueblo en lugar de acometer ofensivas regionales globales pero dispersas, como hasta ahora. Los expertos vaticinan semanas críticas que decidirán el curso de la guerra en el este ucraniano.
Según expertos militares, la estrategia rusa ha evolucionado y ahora concentra su fuego en pequeñas localidades para avanzar pueblo a pueblo en lugar de acometer ofensivas regionales globales
Berestove se sitúa a 10 kilómetros de Lisichansk y a 30 de Severodonestk, ambas objetivo de esta ofensiva. La conquista de estas localidades y de los villorrios que salpican el mapa hasta Popasna, 45 kilómetros al sur, completaría la victoria rusa sobre Lugansk y facilitaría un avance hacia las ciudades aún insurrectas de Donetsk, logrando la conquista del Donbass que ansía Putin.
Un verdadero infierno
El puñado de enclaves en poder ucraniano ayer fue sometido a fortísimos bombardeos que no parecían dar respiro y auguran semanas de duros combates. Como explicaba el presidente Volodimir Zelenski, el Donbass está viviendo «un verdadero infierno» y el Ejército ucraniano lucha por contener un avance que parece determinado a completar un arco de territorio que serviría de cabeza de puente contra Donetsk, con no más del 30% del territorio en manos ucranianas.
El destino del Donbass se juega en esta zona . Los rusos emplean su aviación para deshacerse de la defensa ucraniana: el viernes, 12 personas murieron en un bombardeo aéreo sobre Severodonetsk que hirió a «decenas de personas», según Zelenski. El mando de Kiev mantiene sus posiciones a un alto precio. Según el responsable militar de Lugansk, Serhii Haidai, los rusos están destruyendo medio centenar de viviendas al día con sus bombardeos.
La determinación rusa parece condenar a la población ucraniana del Donbass a una fase definitiva y aguda del conflicto que se extiende desde 2014. Los residentes llevan viviendo bajo tierra los casi tres meses que ya se prolonga esta ofensiva sin agua, luz, suministros o internet. En Berestove, las posiciones ucranianas disparan sin cesar con lanzaderas múltiples de cohetes y artillería pesada, pero la ciudad recibe también fuego enemigo que deja enormes columnas de humo en las casas civiles disuadiendo a los escasos habitantes de abandonar. Decenas de vehículos blindados, carros de combate, lanzaderas múltiples de misiles y transporte de tanques avanzaban ayer por la carretera desde Bajmut para reforzar las posiciones ucranianas, augurando un empecinado combate por un Donbass que Kiev no se resigna a perder.
Más allá de trincheras, obstáculos, puestos de control y líneas defensivas bien pertrechadas con posiciones artilleras escondidas, resulta extraño encontrar vida en una región desierta cuyo grueso de la población se marchó hace tiempo «sabiendo bien lo que es la guerra dado que somos el epicentro del conflicto desde la primera ofensiva, en 2014», explica un residente de Slaviansk. Pero muchos permanecen atrapados.
Andrei, encorvado bajo un chándal oscuro, sale de la nada pedaleando en bicicleta en el castigado pueblo de Berestove. La atronadora sucesión de impactos de salida y entrada no le estremecen, como tampoco le impresionan las columnas de humo que se alzan a poco más de un kilómetro, señalando los objetivos entre las casas del pueblo. «Así está siendo cada día. Tengo cuatro hijos y necesito sacarlos de aquí, ¿podrían ayudarme?» Jervat saca su teléfono con la mano izquierda y con la derecha se acerca el cigarrillo a los labios para liberar sus dedos y buscar el contacto adecuado. «Sólo tienes que darle tu dirección y el número de personas para organizar el espacio. Cuando haya un corredor abierto, podréis salir», promete, sin poder indicar cuándo podría ser el momento adecuado.
La larga decena de camillas de lona verde ennegrecidas por sangre reseca testimoniaban los días sombríos que vive el hospital, del cual emergían gritos lacerantes que sonaban a falta de anestesia
El fruto de los intensos combates se podía apreciar en el hospital de Bajmut, donde el trasiego de ambulancias y vehículos militares cargados de heridos fue incesante las dos horas que este diario fue autorizado a estar presente. «Llevo tres viajes al frente, hemos trasladado seis muertos y varios heridos», explicaba con la frente perlada de sudor el doctor Serhii, al frente de un equipo de evacuación médica militar, tras sostener a un soldado herido en la cabeza para que lograra acceder al interior del centro médico. De una de las ambulancias eran sacados en camilla una pareja de ancianos –él con la pierna inmovilizada, ella con herida en el abdomen– y cuatro soldados heridos. De otra era llevado en volandas un oficial con una considerable herida en la pierna y otra en el costado. El interminable desfile de heridos –al menos dos docenas– abarcaba todas las extremidades y heridas posibles. La larga decena de camillas de lona verde ennegrecidas por sangre reseca testimoniaban los días sombríos que vive el hospital, del cual emergían gritos lacerantes que sonaban a falta de anestesia. En el interior, algunos de los soldados heridos habían sido cubiertos por mantas; muchos parecían semi inconscientes y eran incapaces de recordar qué les había sucedido. El director del hospital no pudo hablar con este diario porque, explicaba su equipo, está permanentemente en el quirófano interviniendo a un herido tras otro.
«Hoy habíamos recibido órdenes de preparar nuestra propia evacuación por si fuera necesario, pero dada la situación seguimos aportando ayuda médica. Nuestras cinco ambulancias han evacuado en los últimos días a 20 heridos, de los cuales la mitad son civiles, la mayoría con heridas típicas de explosiones y también por inhalación de gases, dado que los rusos están empleando armas con nitratos que asfixian a quienes lo respiran. No son letales pero sí incapacitantes. Y son ilegales», explica Ihor, otro médico militar del departamento responsable de la evacuación de heridos de la primera y segunda línea de frente, situados en Severodonetsk y Lisichansk. El trabajo de sus hombres es la estabilización de los caídos y su transporte al hospital más cercano, en este caso el de Bajmut, donde decenas de sanitarios militares y civiles se afanaban ayer para tratar a todos los recién llegados. Dos soldados presentaban el rostro salpicado por la metralla, otros llegaban con las vendas ensangrentadas, otros inmovilizados y muchos venían con heridas ocultas por uniformes empapados en sangre. Sobre uno de los pacientes, inmóvil y en estado grave, alguien había colocado sus botas militares.
Abandonar a los suyos
El sonido de las explosiones cercanas no resultaba alentador, pero como decía el doctor Ihor, «no hay lugar seguro en Ucrania. Es posible que aquí sea más peligroso, pero prefiero no pensar en ello. Sólo espero que muy pronto el loco de Putin muera y la gente de Rusia vea la verdad, comprenda sus pecados y compense a Ucrania por todo el daño que nos están causando», decía el médico con la mirada fija en la entrada a urgencias. Le pregunto cómo explica que los soldados rusos violen y ejecuten de forma sumaria a sus hermanos ucranianos , o que abandonen a sus propios soldados en el frente sin ni siquiera devolver los cadáveres a sus familias en Rusia, y Ihor se encoge de hombros a modo de respuesta. «No son un país civilizado. Todo esto es impropio de seres humanos. Ni siquiera comprendemos qué hacen aquí más allá de destruir y matar. Quizás debería hablar con expertos en salud mental para entender el comportamiento de los rusos, porque yo no me lo puedo explicar».