LAMPEDUSA
La tierra de los niños perdidos
Más de 1.500 menores han llegado desde enero. 217 permanecen a la espera de ser enviados a otras zonas
A. G. FUENTES
Cuenta el comandante Vittorio Alessandro que nunca olvidará cuando salvaron en el mar a un niño negro que aún tenía el cordón umbilical. «Fue una grandísima emoción», comenta. En su móvil conserva la foto de aquel bebé recién nacido. Ha intervenido en muchos salvamentos en ... alta mar y de todos tiene un recuerdo común: «Cuando llegamos para socorrer a los prófugos, me impresionan especialmente los ojos de los niños. No lloran. Se percibe un silencio que estremece y que tiene mucha más fuerza que un grito».
Desde comienzos de año han llegado a Lampedusa 1.500 pequeños prófugos, de ellos 544 solo en el último mes. La alarma la ha lanzado la organización «Save The Children».
El Dr. Pietro Bartolo señala que «Los núcleos familiares son la novedad de este nuevo éxodo. En los años pasados desembarcaban sobre todo adultos en busca de trabajo, pero ahora la presión de la guerra y el hambre empujan también a mujeres y niños». Muchos de ellos se embarcan solos. La ley italiana les reconoce el derecho de acogida en comunidades específicas y, sucesivamente, un permiso de residencia hasta la mayoría de edad. Pero hasta que se les encuentra destino repartiéndolos por Italia, permanecen «aparcados» en Lampedusa.
«En la isla todavía hay 217 menores no acompañados. Diez apenas han cumplido los 11 años, y la mayoría ronda los 16. En Sicilia hay otros 210. En el centro de acogida de la isla quedan unos 500 subsaharianos y 130 tunecinos», confirma el alcalde de Lampedusa, De Rubeis.
Todos viven prácticamente encerrados en el centro de acogida. No se les ve en las calles, pues se trata a toda costa de recuperar la imagen de la isla, para que vuelva el turismo. «Lampedusa ha sido liberada», nos dijo con solemnidad el alcalde. La estrategia que ahora se sigue es concentrar a los inmigrantes en el centro de acogida y, cuando forman un grupo consistente, los embarcan en una nave grande para repartirlos por Italia, tarea nada fácil, lamenta De Rubeis, «porque los alcaldes italianos son poco disponibles a la acogida».
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