Kazuyuki se la juega por su gato
ABC entra en los 20 kilómetros evacuados por la radiactividad. Algunos vecinos recogen sus enseres entre las ruinas de las casas
¿Qué lleva a un hombre a jugarse el tipo adentrándose en una zona evacuada por su alta radiactividad? En el caso de Kazuyuki Suenaga , su gato. Este agente inmobiliario de 52 años vivía en Futaba , a siete kilómetros de la ... siniestrada central nuclear de Fukushima 1. Su casa, ubicada en primera línea de playa, fue arrastrada 700 metros por el tsunami que el 11 de marzo barrió la costa noreste de Japón. Después, los supervivientes fueron desalojados a la carrera por la radiación. «Vine el 25 de marzo para recuperar a mi gato. Mis vecinos me habían recomendado que no lo hiciera porque estaba todo destrozado, pero llegué y reconocí mi casa. Allí encontré a mi mascota hambrienta y malherida, pero viva», explica junto a la montaña de escombros, coches, barcos y troncos sobre la que se levanta su destrozado hogar.
ABC ha conseguido entrar en la zona muerta de Fukushima, un perímetro de seguridad de 20 kilómetros. Debido a sus altos niveles de radiactividad, la Policía no permite que nadie viva aquí y ha montado controles para impedir la vuelta de los vecinos. Pero, si van provistos con trajes especiales de protección, deja pasar a algunos residentes para que recojan sus enseres . En torno a la central, donde los operarios siguen intentando atajar los escapes de los reactores, Futaba y Okuma son dos ciudades fantasma de edificios derruidos o abandonados a toda prisa, algunos con la ropa aún colgada, las puertas abiertas o las bicicletas de los niños tiradas junto a los columpios. Con el asfalto resquebrajado por el terremoto, muchas carreteras están cortadas por puentes y postes eléctricos caídos. Por sus calles desiertas vagan perros famélicos a los que sus dueños dejaron atrás en su precipitada huida.
Entre los amasijos de cascotes, ramas y lanchas varadas sobre
«Sé que no podré regresar. Necesito mis pertenencias antes de que cierren la zona para siempre»
furgonetas, policías con monos blancos, botas de plástico, máscaras y gafas especiales buscan un millar de cadáveres , algunos de los cuales están ya tan contaminados por la radiactividad que no pueden recogerlos para entregárselos a sus familiares. Es la pura imagen del apocalipsis y el desolador destino que le aguarda a esta zona, donde vivían más de 70.000 personas. «He venido a recuperar mis cosas antes de que el Gobierno la cierre para siempre», comenta Suenaga ante la posibilidad, más que probable, de que los alrededores de Fukushima se conviertan en una zona prohibida como los 30 kilómetros en torno a Chernóbil.
Junto a un amigo y dos operarios de una empresa de desechos industriales, acarrea canastas con l os objetos de mayor valor sentimental , como álbumes de fotos, y algunos preciados recuerdos para su familia. Sudando a chorros y respirando con dificultad tras su mascarilla blanca, pisa con sus botas sobre la tierra cuarteada levantando a su paso una estela de polvo radiactivo. «He comprobado los índices de radiación y son superiores en otras ciudades a 60 kilómetros de la central, como Fukushima y Koriyama, que no han sido evacuadas», justifica con datos su temeridad. Suenaga no es un loco ni un suicida; de hecho tiene renovadas razones para vivir desde que halló a su mujer un día después del tsunami .
Un sin techo que vende pisos
«La estuve buscando por todos los refugios y, como los teléfonos no funcionaban, pensaba que había muerto junto a otros vecinos también desaparecidos», recuerda Suenaga, quien finalmente la encontró «en un santuario sintoísta enclavado en una colina cercana, adonde había huido cuando oyó la alarma». Sin comida y calentándose de noche con las vigas de madera que el terremoto arrancó del templo, su esposa sobrevivió al tsunami , que le arrebató todo lo que tenía. Sin presente, las fugas radiactivas dejaron luego a la pareja sin futuro.
«Vendo pisos pero no tengo un techo bajo el que cobijarme» , se lamenta Kazuyuki, quien construyó su casa en 1989, aún debe 83.000 euros del préstamo bancario y carecía de seguro contra terremotos. Junto a su esposa, intenta rehacer su vida en Haramachi, donde vive su suegra a 20 kilómetros de distancia. «Sé que no podré regresar aquí nunca más, pero necesito mis pertenencias porque no nos queda nada. Ya he cumplido más de 50 años y no tengo hijos, pero quiero seguir trabajando porque mi esposa sobrevivió al tsunami», promete luchar contra la adversidad en la zona muerta de Fukushima.
Noticias relacionadas
- Japón confirma que 28 trabajadores de Fukushima han recibido altas dosis de radiación
- El Gobierno de Japón seguirá con la misma estrategia en Fukushima
- Japón construye un muro de acero para prevenir que se filtre más material radiactivo al mar de Fukushima
- Japón decide participar en la Copa América
- Un científico acusa en «Nature» a Japón de utilizar un método erróneo para prevenir terremotos
Ver comentarios