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José M. de Areílza - MONNET & CO.

Unas elecciones furiosas

El camino a la reelección de Trump se basa en la buena situación la economía, gracias a la desregulación y la bajada de impuestos

José M. de Areilza

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El juicio político a Donald Trump no servirá para destituirlo y ahondará la división del país en dos bloques irreconciliables. Las elecciones presidenciales de noviembre serán un choque frontal entre un presidente furioso y un candidato demócrata por decidir.

El camino a la reelección de Trump se basa en la buena situación la economía, gracias a la desregulación y la bajada de impuestos, los nombramientos judiciales que satisfacen al sector más conservador y la atención a los trabajadores blancos que pierden con la globalización y rechazan la inmigración.

Realmente el partido se juega solo en los siete u ocho estados en los que puede variar la mayoría, unos cientos de miles de votos. Es muy posible que el presidente gane un nuevo mandato repitiendo la carambola de perder en sufragios pero ganar en compromisarios en el colegio electoral. Luego, por descontado, afirmaría que los votos están mal contados y que ha habido fraude, como ya hizo en 2016. El partido republicano saldrá más unido del impeachment que ha comenzado esta semana con máxima confrontación en la Cámara alta.

Los demócratas, sin embargo, todavía se debaten en sus primarias entre dos opciones contrapuestas. La primera sería presentar a un candidato escorado a la izquierda, un populista como Bernie Sanders, que movilice a sus militantes, e imite la táctica de Trump de agitar y fidelizar a la base. La segunda posibilidad, moverse hacia el centro, con Joe Biden o incluso Michael Bloomberg de aspirante a la Casa Blanca. Ninguno de los tres ancianos conecta bien con una idea atractiva de futuro.

Al menos Biden tiene buen cartel entre los trabajadores blancos y los votantes independientes, a pesar de su propensión a cometer errores en sus intervenciones. Mientras tanto, Trump agita a los suyos con un record esta semana de tuits incendiarios, desprecia la labor de las instituciones democráticas y elige no representar los valores que sustentan la Constitución. La seguridad global depende en exceso de su deriva temperamental, que va a peor. Actúa cada vez con menos inhibiciones y ya no hay adultos en la habitación capaces de frenar sus impulsos.

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