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La ola de disturbios raciales empuja a Estados Unidos a un abismo

Al menos seis muertos y más de 4.000 detenidos en unas protestas que se han vuelto violentas en todo el país y ante las que se ha desplegado al Ejército

Policía y manifestantes, envueltos en gas lacrimógeno, en las cercanía de la Casa Blanca AFP
David Alandete

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La ola de protestas raciales por la muerte de un hombre negro bajo custodia policial se ha convertido en un insólito estallido violento que recorre todo Estados Unidos, de norte a sur y de costa a costa, justo durante el estertor de una pandemia de coronavirus que ha provocado al menos 100.000 muertos y 40 millones de parados en todo el país, y a apenas cinco meses de unas reñidas elecciones en las que Donald Trump se juega la presidencia.

Hoy se ha cumplido una semana desde la muerte bajo arresto de George Floyd, sospechoso de haber pagado en un comercio de Mineápolis con un billete de 20 dólares falso. Un policía, ya bajo arresto, le hincó la rodilla en el cuello durante casi nueve minutos, mientras este suplicaba, repetidamente: «No puedo respirar». Esas tres palabras se han convertido en el grito de guerra de estas protestas, que al caer la noche se vuelven violentas.

Semejante vandalismo no se veía ni en Washington ni en el resto del país desde los disturbios raciales provocados por el asesinato del reverendo Martin Luther King en 1968. Hubo, en años recientes, protestas por otras muertes de personas negras a manos de agentes de policía blancos, sobre todo las de Michael Brown en Ferguson en 2014 y Freddie Gray en Baltimore en 2015. Ninguna, sin embargo estalló con la fuerza y violencia de ahora. Todas estas fueron, también, antes de que Trump ingresara en la Casa blanca.

El presidente, fiel a su carácter, no ha renunciado a sus provocaciones. Comenzó calmando ánimos, lamentando la «trágica» muerte de Floyd y prometiendo «justicia». Después, en un mensaje publicado una madrugada en Twitter, amenazó con duras represalias rescatando una antigua frase de tintes racistas, proferida por un jefe de policía de Miami en 1967: «Cuando comiencen los saqueos, comenzarán los disparos». La red social etiquetó esos mensajes después por «glorificar la violencia», y el presidente respondió que no conocía la procedencia exacta de la frase.

Hoy, Trump volvió con más leña para el fuego. En una tensa videollamada con los gobernadores de los estados afectados, muchos de ellos demócratas, les acusó de ser débiles. A los manifestantes les calificó de «terroristas », miembros del movimiento de izquierda radical y violenta «antifa», abreviatura de «antifascista». «Si no les domináis, se van a hacer con vosotros, vais a parecer una panda de idiotas», añadió.

Brigadas de rescate

El presidente añadió: «La mayoría sois débiles. Tenéis que arrestar a más gente, debéis seguirlos, debéis encerrarlos por 10 años, y esto ya no volverá a pasar, ya veréis. Lo estamos haciendo aquí en Washington». La capital, sin embargo, volvió a amanecer ayer saqueada, la plaza ante la residencia presidencia similar a un campo de batalla, a pesar de que el domingo por la noche el FBI movilizó hasta a la brigada de rescate en secuestros para ayudar al Servicio Secreto y a la policía local. Hoy, el fiscal general (ministro de Justicia), William Barr, ordenó más refuerzos, y envió unidades antidisturbios de la red federal de prisiones a Miami y Washington.

En los disturbios habían muerto a fecha de hoy al menos seis personas, unas 4.000 habían sido detenidas y al menos 45 millones de personas durmieron la noche del domingo bajo toque de queda . La Guardia Nacional, una fuerza militar compuesta de reservistas, estaba desplegada en la mitad de estados, y Trump instó a los gobernadores, que son quienes la activan, a que pidieran refuerzos al Pentágono de forma inmediata.

En estos momentos de angustia nacional, es habitual que los presidentes se dirijan a la nación para calmar ánimos, pero Trump se ha resistido a hacerlo. Preguntada su portavoz, Kayleigh McEnany, por si el presidente estaba planificando algún mensaje televisado desde el Despacho Oval, esta respondió: «Un discurso no va a pararle los pies a los antifascistas».

Ley y orden

El cálculo del presidente parece ser, ante todo, electoral. Su equipo sabe que en 1972, tras los disturbios posteriores a la muerte de Luther King, Richard Nixon arrasó en las elecciones, con un rotundo éxito de una campaña cimentada en el eslogan «Nixon, ahora más que nunca». Este fin de semana, Trump prometió «ley y orden», y acusó a los demócratas de justificar la violencia apoyando a los manifestantes, a los que colocó, todos, en el mismo saco.

Mientras arden Nueva York, Filadelfia, Miami, Los Ángeles, Washington y decenas de ciudades más, el predecesor de Trump en la Casa Blanca, Barack Obama , pidió que «toda esta rabia justificada se canalice en acciones pacíficas, sostenidas y efectivas, para que este momento sea un punto de inflexión en el largo viaje de este país hacia sus más elevados ideales». Los ocho años de gobierno de Obama, sin embargo, no remediaron el viejo problema de la brutalidad policial contra personas de raza negra. Trump ha recordado varias veces en días recientes que todas las autoridades de Mineápolis, donde murió Floyd, son demócratas, desde el alcalde a los senadores del estado de Minnesota.

En lugar de unidad en este insólito contexto de pandemia y saqueos, EE.UU. vive una división sin precedentes. Tras la videollamada con el presidente, varios gobernadores demócratas le acusaron directamente de incendiar los ánimos . Por ejemplo, según dijo la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer: «Las peligrosas palabras de este presidente deberían preocupar seriamente a todos los estadounidenses, porque transmiten un mensaje claro sobre los planes de esta Administración de plantar las semillas del odio y la división, lo que, me temo, provocará más violencia y destrucción». Son palabras inusualmente duras proferidas contra el que en crisis pasadas se ha erigido como referente moral de la nación, o al menos lo ha intentado.

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