David Beriain, un contador de historias sediento de vida
Su muerte duele profundamente entre quienes le conocíamos personalmente y también entre quienes tuvieron oportunidad de conocerlo gracias a sus obras, pero no sorprende, porque él sabía que se movía por arenas movedizas
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Iniciar sesiónPara muchas personas es difícil entender qué lleva a un periodista a poner en riesgo su vida viajando a lugares peligrosos para contar las historias que de otra forma no verían la luz, e igual de complicado es para ellos explicar esa pulsión, que hay ... quienes califican de suicida, que los lleva a mirar a los ojos al terror y a poner en palabras y en imágenes esos relatos, sin filtros, para que el público pueda mirar la parte más oscura del mundo a través de ellos. Lo único cierto es que en esta búsqueda de las verdades más cruentas de nuestra humanidad, es posible encontrar la propia muerte, tal y como le ocurrió a David Beriain (Artajona, Navarra, 1977) en Burkina Faso . No deja de ser una ironía, ya que precisamente una de las características más reseñables de David, colega y amigo, era no sólo estar lleno de vida, sino, sobre todo, sediento de ella.
Quizá de ahí esa necesidad de convertir la existencia de otros seres humanos en la esencia de sus potentes relatos, construidos a partir de lo que él mismo llamaba « periodismo inmersivo », que practicaba con personajes tan temibles como los narcotraficantes del cartel de Sinaloa , en México; con guerrilleros colombianos de las FARC; con los talibanes en Afganistán o con los miembros de la camorra italiana, a los que convertía a través de sus entrevistas, imposibles de conseguir para otros profesionales, en auténticos seres de carne y hueso con los que, y aquí viene lo más duro, cualquiera de nosotros podría sentirse identificado.
Su labor, que empezó en la prensa escrita, se transformó en imágenes y movimiento a través de impactantes series documentales ganadoras, como él, de numerosos premios, fruto del trabajo junto a su equipo en la productora que fundó en el 2012, « 93 metros », y en la que compartía su pasión con su esposa, la productora venezolana Rosaura Romero . El trabajo más conocido de este periodista, licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra, es posiblemente la serie documental para el canal DMAX «Clandestino», pero otros títulos son igualmente reseñables, como «Amazonas, el camino de la cocaína» o «Percebeiros», en Galicia.
«He tenido mucha suerte en la vida. Mis padres, mi familia y mi mujer me han querido de la manera más hermosa que se puede querer a alguien: libre»
Precisamente fue en La Voz de Galicia donde coincidimos, aunque por poco tiempo: sus ansias de pisar el mundo lo llevaron a sitios en guerra que para el común de los mortales solo son posibles de visitar a través de los medios de comunicación y en cuyas crónicas sus habitantes dejaban de ser números y estadísticas, para ser hombres y mujeres con rostro, con sentimientos. «Me tengo que ir a una operación, pero te mando un beso desde el polvo del desierto », me escribió en uno de nuestros primeros intercambios de correos electrónicos, allá por el 2007, cuando Irak era el territorio de sus vivencias, y no sabía aún que años después iba a compartir su vida y sus afanes con un grupo de personas para quienes solo tenía elogios, sobre todo para su mujer, a la que admiraba profundamente y con quien solía viajar «porque yo me casé para compartir mi vida con ella».
Su muerte duele profundamente entre quienes le conocíamos personalmente y también entre quienes tuvieron oportunidad de conocerlo gracias a sus obras, pero no sorprende, porque él sabía que se movía por arenas movedizas. «Valiente», le llamaban, yo la primera, pero David muchas veces reivindicó el valor del miedo. «¿Y qué hace metiéndose en sitios peligrosos?», le preguntaron en una entrevista en Nuestro Tiempo . «Lo que puedo. El miedo es como un dolor de muelas . Lo vas a tener, y si no te duele la muela y la tienes mal es porque el nervio se ha muerto. Si vas a una guerra y no sientes miedo tienes un problema, porque el miedo es un sistema de alerta. El cuerpo te dice «no deberías estar aquí. El miedo es sano. Lo que cuenta es lo que haces con el miedo». Y él, a su miedo, lo transformó en los ojos con los cuales los demás miramos un mundo que sangra. El precio que pagó, a él bien le valió la pena, según se extrae de lo que confesó en esa misma y sentida entrevista: «He tenido mucha suerte en la vida. Mis padres, mi familia y mi mujer me han querido de la manera más hermosa que se puede querer a alguien: libre. Aunque eso suponga en su caso que un día pueda haber una llamada que les diga: "No va a volver". Eso es un acto de generosidad del que yo no sé si sería capaz».
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