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Dadaab, de la hambruna a los secuestros

Los recientes secuestros de cooperantes occidentales vuelven a situar a este campo de refugiados keniano, considerado el mayor del mundo, en el horizonte mediático tras el caer en el olvido una vez finalizada la hambruna del pasado verano

EDUARDO S. MOLANO

A Bashir Aden no le cuadran las cuentas: “En la actualidad vivimos en Dadaab cerca de 460.000 personas, pese a que el centro tan solo cuenta con capacidad para 90.000”, asegura a ABC este ex líder local.

Su queja no es nueva. Este año se conmemora el 20 aniversario del mayor campo de refugiados del mundo, Dadaab, situado en el noreste de Kenia. Un espacio humanitario que, en plena hambruna en el Cuerno de África, ocupaba las portadas de medio mundo y que, actualmente, tan solo algún secuestro puntual de ciudadanos occidentales vuelven a incluirlo en el horizonte mediático. El último de ellos, el pasado viernes , cuando cuatro trabajadores humanitarios pertenecientes al Norwegian Refugee Council eran capturados por simpatizantes de la milicia islamista de Al Shabab. Anteriormente, el 13 de octubre, otras dos cooperantes, las españolas Blanca Thiebaut y Montserrat Serra, empleadas del aparato logístico de Médicos Sin Fronteras en Kenia, fueron apresadas en este mismo lugar, tras ser tiroteado el vehículo en el que viajaban. A día de hoy, ambas continúan retenidas en Somalia, donde fueron trasladadas al poco de producirse el secuestro.

La infamia de Dadaab, eso sí, se posterga en el tiempo. En octubre de 1991, tan solo nueve meses después de la caída del dictador Siad Barre y ante el incipiente flujo migratorio proveniente de Somalia, la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados comenzaba la “edificación” de los primeros campamentos en el noreste de Kenia. Unas tareas humanitarias que culminarían en junio 1992 con la finalización de un proyecto más que polémico:

Pese a que la intención original de Naciones Unidas era la creación de tres campamentos con capacidad para 90.000 personas -Ifo, Dagahaley y Hagadera-, a día de hoy, el centro sirve de acogida para cerca de 463.000 almas (630.000 según fuentes extraoficiales), algunas de ellas, refugiados de tercera generación.

No en vano, durante los meses más cruentos de la hambruna del pasado año, las tasas de llegada de refugiados superaron las 1.000 personas al día (30.000 en junio, 40.000 en julio y 38.000 en agosto). 

Precisamente, debido a este exceso de población, el Ejecutivo de Kenia dedica recientemente sus esfuerzos a evitar un “efecto llamada” hacia sus fronteras. Incluso, impidiendo la apertura de un nuevo complejo que daría cabida a 80.000 nuevos refugiados.

Es la otra cara de la crisis somalí. La de una población keniana que no entiende por qué su Gobierno debe acoger a nuevos refugiados , mientras se muestra incapaz de detener sus hemorragias internas (en la región de Turkana, al norte de Kenia, el índice de malnutrición era el pasado verano del 37%, sin embargo, la hambruna nunca fue declarada por Naciones Unidas).

El propio Bashir Aden es cómplice de este el recelo. Como señala a este diario, en los últimos años, el campo de Dadaab ha generado cierta animadversión entre la población local, que no ve con buenos ojos el trato de favor hacia los nuevos inquilinos: mientras ellos no tienen nada que comer, los refugiados somalíes reciben cada quince días cerca de 10 kilos de nutrientes por parte del Programa Mundial de Alimentos.

Tercera “ciudad” de Kenia

Son las contradicciones de esta metrópolis inventada (tercera “ciudad” keniana en términos demográficos tras Nairobi y Mombasa) y cuyos inquilinos levitan en un limbo moral (los refugiados somalíes que residen en Dadaab tan solo pueden abandonar el campamento hacia Kenia por motivos médicos o educativos).

Sin embargo, las miserias de Dadaab no se limitan tan solo a su exceso de población. Sumergido en el conflicto diario entre el Gobierno de Mogadiscio y los rebeldes islamistas, este punto geográfico se ha convertido, recientemente, en uno de los mayores centros de peregrinaje para los reclutadores de Al Shabab , considerada la rama de Al Qaida en la región.

Por apenas 400 dólares y la promesa de un nuevo futuro, en los últimos meses, las milicias islamistas habrían captado a decenas de nuevos guerrilleros para su campaña de terror. Y con varios miles apiñados a sus puertas, clientela no les falta.

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