Las consortes corruptas de África

Y lo cierto es que la virulencia en los actos parece ser seña común en la pareja. Durante los años más duros de la guerra civil, la primera dama marfileña subvencionó de forma directa a los «Jóvenes Patriotas», un movimiento nacionalista que realizó diversos ataques contra intereses franceses en 2004. « Los jóvenes no bajan a la calle por mis órdenes -argüia la primera dama en 2007-, pero estoy muy orgullosa de lo que hicieron». Una historia de venganza que viene de lejos: «Estuve seis meses en prisión. Fui golpeada, violada y dada casi por muerta. Después de todas estas pruebas, es normal que nadie juegue conmigo. Tengo el temperamento de un ministro», aseguraba Simone en una entrevista concedida en el año 2001.

Sin embargo, la «dama de sangre» (como fue denominada recientemente por el diario «Le Figaro») no es la única exponente de la barbarie atizada por ls cónyuges de ciertos presidentes africanos . También sucede en el caso de Robert Mugabe, considerado la máxima figura del panafricanismo en la década de los ochenta y cuyos actuales quebraderos de cabeza poco o nada tienen que ver con sus recientes prácticas despóticas.

El pasado mes de julio, el presidente de Zimbabue descubrió que su esposa, Grace, le era infiel con uno de sus mejores amigos, Gideon Gono, presidente del Banco Central del país. Para añadir más dramatismo a este guion de tintes venezolanos, el mandatario descubrió el «affair» presidencial gracias a su hermana, quien se lo confesó en su lecho de muerte. Un hecho que fue corroborado, a su vez, por su guardaespaldas, «curiosamente» hallado muerto solo unos días después .

Las miserias de Grace no se limitan a sus prácticas amatorias . La primera dama zimbabuense ha demandado al principal diario del país, «The Standard», tras la publicación de un cable de Wikileaks en el que se le acusa de haberse adjudicado decenas de millones de dólares con la venta ilegal de diamantes de la mina de Marange. Al margen de Costa de Marfil y Zimbabue, si hay un país que representa la actual aporía de la clase amatoria africana, ese es Guinea Ecuatorial. Desde el presente curso académico, todos los alumnos de los centros educativos públicos del país deben vestir uniformes confeccionados por la empresa «Sastrería Moderna». Un dato que apenas rebasaría la pura curiosidad geopolítica si no fuera porque esta empresa es propiedad de la señora Constancia, esposa del dictador Teodoro Obiang, quien lleva más tres décadas en el poder. Aunque este caso de nepotismo manifiesto no es único en la excolonia española.

El pasado año, otra de las empresas propiedad de Constancia se impuso en un concurso (cercano a los 375 millones de euros) para la construcción de un aeropuerto y de un hotel en la localidad de Mongomeyén . Y en el recuerdo, el escándalo que en 2004 sumió al banco estadounidense National Riggs —que desde hace casi dos siglos maneja las cuentas de presidentes y jefes de Estado— en operaciones de blanqueo de dinero procedente de la familia Obiang. Una polémica que obligó a que la gira que realizó la secretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton por el continente africano excluyera a Guinea Ecuatorial.

Menos dramático resulta el caso de la primera dama camerunesa, Chantal Biya. Al margen de sus archiconocidos tocados capilares (protagonistas, incluso, de una competición local para elegir el más bizarro), su protagonismo en el panorama político nacional se debe principalmente a su férrea lucha por los valores familiares. Y cuando se trata del sacrosanto deporte, estas son ya palabras mayores.

El pasado octubre, el ex futbolista Lottar Mathaus firmó un precontrato con la federación camerunesa para hacerse con las riendas del combinado nacional , tras el fracaso de los «leones indomables» en el pasado Mundial celebrado en Sudáfrica. Un esperanzador acuerdo que se rompió horas después ante la presiones ejercidas por Chantal para evitar la vinculación de su país con el ex internacional alemán. ¿El motivo? Unas recientes fotografías en las que la mujer de Mathaus —de solo 22 años— aparecía ciertamente acaramelada con otro hombre a espaldas de su marido.