Los cholets, la extravagante ostentación del poderío aimara
En la ciudad boliviana de El Alto, a más de 4.000 metros, emergen estos bloques levantados por nuevos ricos y contrabandistas como muestra de su ascenso social en la era de Evo Morales
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Iniciar sesiónEntre el cielo y la tierra, en el altiplano boliviano, hay algo diferente: El Alto. En esta ciudad, construida –a más de 4.000 metros de altura- en torno al pozo, o ‘la hoyada’, sobre la que se extiende La Paz, los grises de la ... pobreza cedieron espacio a colores vivos; los chamizos de adobe y las casas sin revoque se pintaron de fiesta, y en el horizonte, que era gris, se comenzó a dibujar un paisaje de edificios coloridos con un detalle sorprendente: una casa en cada azotea, con jardín, jacuzzi y hasta cancha de ‘futbito’ con cesped sintético. Son, los ‘cholets’, una expresión revolucionaria de la arquitectura andina de los nuevos ricos aimaras.
Los hay con apariencia de casino de Las Vegas, otros eligen para su fachada personajes de cómics en relieve como una inmensa cabeza de Iron Man… Se ven desde las alturas del teleferico y se descubren al paso y en los cruces del descomunal mercadillo de la 16 de julio, la avenida que concentra el mayor número de comercios (legales e ilegales) de Iberoamérica. «La palabra ‘cholet’ viene de la fusión de chalet y cholo, como se llama a los mestizos », aclara Verónica Ormachea, miembro de la Academia Boliviana de la Lengua. Marie France Perrin, autora de ‘Extravaganza andina’, libro emblemático de imágenes fastuosas que explica un fenómeno que llegó hasta la Fundación Cartier de París con una exposición, puntualiza: «Usar ese término suena despectivo salvo que la referencia la hagan ellos». Agustín Echalar coincide en su columna, del periódico ‘Página Siete’, en su apreciación sobre el término: «Es una denominación que no deja de tener un retrogusto discriminatorio que pone en claro que cierta parte de Bolivia no está pudiendo cambiar».
El origen de los ‘cholets’ está directamente relacionado con el boom económico y la bandera indigenista que Evo Morales puso de moda durante sus gobiernos (2006-2019) y el actual presidente, Luis Arce, recuperó en lugar destacado de las instituciones. Su ubicación no es casual. En buena medida, en la ‘Feria 16 de julio’, como se conoce a este rastro de más de doscientas manzanas. Este territorio es el punto de encuentro de buscavidas, contrabandistas, narcos y gente de bien. Libreros, profesionales de la costura, anticuarios, veterinarios, fabricantes de electrodomésticos, vendedores de repuestos de coches, artesanos, diseñadores de muebles, fabricantes de electrónica o criadores de cualquier especie animal, conviven con personajes al margen de la ley.
Cultura de ostentación
Entre lo original y lo robado hay una línea estrecha y entre ambos, multimillonarias ganancias. Se estima que, entre unos y otros, a la semana, mueven unos dos millones de dólares. En el camino, el Ayuntamiento de El Alto, pasa la gorra de la recaudación por las licencias de puestos de comida, de ropa usada que llega en contenedores del exterior: «Se los conoce como ropavejero» , advierte verónica Ormachea. La letra del ‘Rastro’ de Patxi Andion no necesita en este lugar ninguna adaptación: «Se revenden conciencias. Y compramos la piel. Le cambiemos la cara. Le compramos a usted. Y si quiere dinero. Se lo damos también. Usted lo da primero. Y nosotros después».
Todo se encuentra en esas calles secas durante los jueves y domingos. Todo se compra y se vende. Todo cambia, menos los ‘cholets’. Firmes, orgullosos, diferentes, originales y sin miedo a ser ellos mismos. Símbolos de la opulencia, de los colores chillones, de mostrar una riqueza que descubrieron desde la marginalidad y el complejo histórico de la conquista, la estructura de estas edificaciones responde a un criterio repetido donde la guinda de este pastel urbanístico, la última planta, queda en manos del propietario para vivienda propia.
«El bajo, el que da a la calle está destinado al comercio, a tienda de abarrotes, ferreterías, farmacias e incluso bancos», detalla Marie France Pierren. En el segundo y el tercer piso, se retrata el aire festivo de la gente de El Alto, «en su mayoría emigrantes y campesinos del interior de Bolivia que buscan mejor fortuna. En estas plantas –continúa– funcionan los salones de eventos. Es la parte con la decoración más concentrada. Con el doble o el triple de altura que el resto, pueden disponer de gradas y balcones», observa. Es en esta zona donde la decoración fluorescente y las luces inundan los ojos o donde se aprecia el signo de distinción o ‘empoderamiento’ indígena, según expresión de Pierren.
Pero «lo más impactante está en el interior. No verás caobas, marmoles o gustos refinados. Su cultura es festiva, de ostentación», insiste la autora de media docena de libros sobre Bolivia. La revista ‘CasaCor’ lo resumía de este modo: «Las líneas rectas se alternan con las curvas y las formas pueden ser tan diversas y exuberantes que parecen sacadas de otro planeta. En una ciudad en la que pocos se preocupaban del aspecto externo de sus casas o edificios, Freddy Mamani –en alusión al inventor de los ‘cholets’– se convierte en un innovador».
Contratar estos salones de fiestas no resulta barato: «Algunas familias ahorran durante años para celebrar su boda», observa Marie France. De población mayoritariamente aimara, la fe y los ritos se entremezclan en reuniones donde puede concentrarse medio millar de personas. «El catolicismo los ha seducido y en los enlaces matrimoniales se da una combinación de ritos religiosos con paganos. Los casamientos –añade Marie France– pueden durar hasta tres días ». El ritual se repite. «El primer día se celebra la ceremonia religiosa, y los siguientes son de fiesta con orquestas completas, bailes, comida y bebida (algunos llevan sus propias cajas de cerveza)». El segundo día es el más emocionante para los novios porque «es el momento de recibir y abrir los regalos», recuerda.
La categoría de los obsequios identifica el fondo del bolsillo de los invitados. «Alejandro Chino, propietario de los salones Rey y Príncipe Alexander, decidió hacer un salón con una entrada enorme en la planta baja porque, en ocasiones, el regalo es un coche . Me contaba –continúa la autora de ‘Extravaganza Andina’– que no es lo mismo que los novios tengan que salir a la calle a verlo a que el automóvil pueda entrar hasta el fondo del salón».
El camino al altar de la opulencia está salpicado de columnas de yeso con capiteles como donuts amarillos, fluorescentes, verdes, naranjas… Cualquier color vale mientras estalle a la vista. De los techos pueden colgar enormes arañas o esferas múltiples de cristales y espejos pintados.
Lo mismo sucede con las ropas de gala de las mujeres jóvenes. «Las cholas vestían a sus hijas al estilo occidental, habían asimilado una cultura más o menos internacional pero con el ascenso al poder del MAS (Movimiento Al Socialismo) se produce un regreso a la cultura originaria como un gesto de reivindicación y orgullo», observa. En las bodas o en el ‘desfile o entrada del Cristo del Gran Poder’, la versión andina de algo parecido a la feria de Sevilla y la Semana Santa, asoman las ‘transformer’. Así es como se llaman entre ellas estas jóvenes que cambian el vaquero y los escotes por «las polleras (faldas anchas con varias vueltas), las trenzas, los oros y los sombreros aunque sea por un día», observa Marie France. La calidad de la ropa, los mantones con hilos de seda, el maquillaje, los abalorios, determinan el estatus.
Transgredir el modelo
Alejandro Chino es un próspero sastre que, en los años 90, de bonanza económica con Evo Morales en la presidencia, creó una industria de trajes de chaqueta de venta al por mayor con la que hizo su fortuna. Como él, otros comerciantes forman parte de esa «burguesía aimara que emigró del campo y logró éxito en el comercio a la que, además, le gusta ostentar su cultura a la par que su poder económico», en palabras del antropólogo, lingüista y sacerdote jesuíta Xavier Albó recogidas en ‘Exuberancia Andina’. La periodista Sara Balost, en el momento del boom de los ‘cholets’, aproximaba en televisión una explicación a las razones que impulsan a los nuevos ricos alteños a construir estas mansiones con «un doble objetivo: diferenciarse del resto y lucir su riqueza en los salones demostrando que el orgullo de ser cholo también está en la arquitectura».
«Es a partir de 1990 cuando se empezó a ver en El Alto construccciones de formas diversas y fachadas coloridas. Edificaciones que llamaban la atencion porque transgredían el modelo acostumbrado », se describe en el libro. El valor puede superar el millón de euros.
El creador de este paisaje que ha ido ganando terreno con los años es Freddy Mamani Silvestre, albañil y arquitecto autodidacta. «Eran lugares tan grises y aburridos que deprimían . Lo que yo trato –reconocía– es de inyectarle un poco de vida. Mi arquitectura busca dar identidad a mi ciudad recuperando elementos de nuestra cultura originaria». Redondeles, cruz andina y el impactante escenario de las ruinas de Tiahuanaco, donde Evo Morales protagonizó su primera investidura según las tradiciones originarias, le sirven de inspiración.
Kitsch, estilo neoandino o ‘cohetillo’, en referencia a los fuegos artificiales de los bailes folclóricos, son algunas de las denominaciones a una forma de edificar que no encuentra aceptación en bloque en el Colegio de Arquitectos boliviano. Gastón Gallardo, antiguo decano de la Facultad de Arquitectura, Artes, Diseño y Urbanismo de la Universidad Mayor de San Andrés (La Paz), explicó a la BBC que la primera expresión auténtica de los habitantes aimaras de El Alto fue el comercio informal, la segunda el baile y la tercera la arquitectura de aquellos que deben de pensar: «Yo soy así, así me gusta a mí. Les guste o no les guste a los demás. Y ahora que tengo plata, hago lo que a mí me gusta». Se refería a los ‘cholets’.
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