Biden mantiene a China como mayor rival de EE.UU. en la escena internacional
Las primeras decisiones suponen una continuación del legado de Trump
El secretario de Estado (ministro de Exteriores) Antony Blinken
El presidente ha cambiado y el tono es distinto, pero el objetivo sigue siendo el mismo. En cuanto al creciente expansionismo chino, Joe Biden sigue más bien la política de Donald Trump que la de Barack Obama, aunque, cierto es, con menos exabruptos. Y ... por ese motivo, la primera visita de alto perfil del nuevo Gobierno estadounidense es precisamente a dos de los rivales históricos del régimen comunista de Pekín: Japón primero y Corea de Sur después. Ambos países visitan desde este mismo lunes dos de los ministros con mayor poder de la Administración Biden , el secretario de Estado (ministro de Exteriores) Antony Blinken y el jefe del Pentágono, Lloyd Austin.
Los gobiernos de Corea del Sur y Japón son quienes más alarmados están por el auge chino, reforzado como se halla el régimen comunista tras su gestión interna de la pandemia de coronavirus y el cese de la guerra comercial de Trump. Eso le ha permitido a Pekín una serie de provocadoras incursiones en aguas del mar de China , donde se disputa unas islas cuya soberanía reivindica Japón, y la defensa abierta, incluso por vías diplomáticas, del sometimiento del pueblo uigur, que EE.UU. ha descrito formalmente como un genocidio en toda regla que debe conllevar un castigo claro.
Así, la contención de China vuelve a ser el primer punto en la agenda de la Casa Blanca, algo que ya sucedió en los años de Trump. Y es más, no sólo es que los jefes de la diplomacia y el Pentágono vayan a visitar a los principales adversarios del régimen comunista chino en su primer viaje al extranjero, es que la primera invitación a la Casa Blanca a un mandatario extranjero, un preciado regalo político, ha sido para el nuevo primer ministro de Japón, el conservador Yoshihide Suga .
El objetivo manifiesto de esta estrategia asiática es poner freno a China, a quien la nueva diplomacia estadounidense ha calificado de «gran desafío geoestratégico». La visita, de cuatro días, comenzó el lunes en Tokio, y proseguirá en Seúl.
A su regreso, Blinken, el jefe diplomático, parará en Alaska para una reunión conjunta con el consejero de Seguridad Nacional de Biden, Jake Sullivan, y dos altos diplomáticos chinos, Yang Jiechi y Wang Yi. La semana pasada, en una vista oral en el Capitolio, Blinken dijo que este encuentro representa «una valiosa oportunidad para exponer en términos muy francos las muchas preocupaciones que tenemos». «También exploraremos si existen vías de cooperación, y hablaremos sobre la competencia que tenemos con China para asegurarnos de que EE.UU. tenga igualdad de oportunidades y que nuestras empresas y trabajadores se beneficien de ello», añadió.
Igualdad de condiciones
Blinken, sorprendentemente, ha venido empleando una serie de expresiones muy manidas en la Casa Blanca de Trump, en especial aquello de ofrecerle a EE.UU. y sus fábricas y trabajadores «igualdad de condiciones» frente a unos competidores, como son los chinos, altamente regulados y asistidos por el aparato del estado. En aquella misma vista oral, el propio jefe diplomático de Biden definió a China como «un desafío».
Más enfático fue el jefe del Pentágono, el general retirado Austin, quien en una conversación con los reporteros que le acompañan en su viaje, dijo que Pekín es «una amenaza emergente». «Nuestro objetivo es asegurarnos de que tenemos las capacidades y los planes operativos necesarios para poder contener de forma creíble a China o cualquier otro que quiera enfrentarse a EE.UU.», añadió.
La decisión de Biden de plantar cara a Pekín tan pronto en su mandato es una de las mayores diferencias con respecto a la Administración Obama, de la que él mismo era vicepresidente. Por aquellos años Obama, asesorado por Hillary Clinton como jefa diplomática, decidió pasar página con China y adentrarse tímidamente en una nueva era de deshielo. Fue una medida impopular porque muchos de los desempleados del Medio Oeste norteamericano culpan precisamente a China y al libre comercio de su situación y la destrucción galopante de puestos de trabajo en el sector manufacturero. Trump, consciente de estos recelos, llegó a la Casa Blanca decidido a abrir una guerra arancelaria, y lo hizo hasta que aceptó negociar un acuerdo que vendió como un éxito aunque nunca se acabo nunca de perfilar y acometer.
En la última campaña electoral, Trump quiso explotar aquellos temores y bautizó al actual presidente como «Biden el de Pekín» , y dijo que su candidatura no era más que la de una marioneta del régimen comunista chino, que estaba incendiado por los aranceles.
Según Ryan Hass, un veterano experto en China e investigador en el instituto Brookings, «para alcanzar sus objetivos a largo plazo, Pekín reconoce que primero debe superar los obstáculos a corto plazo y uno de esos obstáculos potenciales es la formación de bloques aliados para oponerse a las iniciativas chinas y obstruir el ascenso de China. Tales preocupaciones han cobrado mayor urgencia con la elección de Joe Biden como presidente, dado el énfasis sostenido de Biden en la coordinación con aliados y socios para rechazar los comportamientos preocupantes de China».
Frente común
Y precisamente, según la Casa Blanca, ese es el objetivo de esta visita de los jefes de la diplomacia estadounidense y el Pentágono a Japón y Corea del Sur: crear un frente común para mantener la presión al mismo nivel que cuando gobernaba Trump, aunque sea con otro estilo menos acalorado. Ya el viernes, por ejemplo, Biden participó en persona en una reunión virtual con sus homólogos en Australia, Japón e India, todos igual de alarmados que Washington por el auge chino y la creciente beligerancia del régimen. Según dijo el propio Blinken, secretario de Estado, en su aparición en el Capitolio, el objetivo manifiesto de la Casa Blanca es que «China sienta la presión de todo el mundo, para que aumenten las posibilidades de que acometa cambios». Según ha dicho también el propio Blinken, uno de esos cambios es una mayor transparencia y respeto por los derechos humanos en la región de Xinjiang, donde Pekín tiene abiertos los campos de concentración y trabajos forzados de la minoría de los uigures.