El hermético, excluyente y oscuro clan de los Assad sirios

De cómo se las gastan en la familia da buena cuenta el episodio de 1999 en el que el patriarca Hafez lanzó a su hijo Bashar a reprimir en un brutal asalto de blindados y aviación las aspiraciones sucesorias de su propio hermano, el díscolo tío Rifaat. La residencia del golpista en la ciudad costera de Latakia quedó reducida a polvo y murieron cientos de sus seguidores . Fue la prueba de fuego con la que el padre quiso tantear las facultades de Bashar , entonces un joven tímido arrancado de sus estudios en Londres y, a priori, poco amenazante que se preparaba a contrarreloj para heredar la república siria. Con la lección aprendida, si en sus once años de mandato no ha tenido desafíos internos no ha sido por su amabilidad, sino por un concepto receloso e implacable de su autoridad.

Su hermano mayor y delfín, Basil, murió en accidente de tráfico . El pequeño, Majid, de enfermedad. Quedan dos vivos. Maher, jefe de la aterradora Guardia Republicana y comandante ejecutivo de la brigada de élite de la Guardia Presidencial, y Bushara, representada en los asuntos de la familia por su marido, Assef Shawkat, director del tupido entramado de espionaje y mandamás del Ejército. Juntos dominan el aparato del miedo , sus secuaces son temidos como gangsters. Los nombres de ambos figuraban en rojo en el primer informe del investigador alemán Detlev Mehlis como conspiradores del asesinato en 2005 del ex primer ministro libanés Rafik Hariri en Líbano, después atribuido a Hizbulá.

Luego están los primos, especializados en el otro aparato fundamental, el de hacer dinero . Rami Majluf, de la rama materna, tiene el gigantesco holding Cham, la Siriatel y un emporio inmobiliario. Pero la clave es Hafiz Makluf, magnate de las telecomunicaciones , de los sectores del comercio, la banca y el gas, por cuyos despachos pasan los negocios que alimentan las fortunas de los Assad y de su fiel oligarquía política.

Su lujo contrasta con la miseria del 30 por ciento de la población que vive bajo el umbral de la pobreza y un paro del 25 por ciento, aunque el régimen apenas reconoce que llegue al diez. “Makhluf ha manipulado el sistema judicial y utilizado a los oficiales de Inteligencia para intimidad a sus rivales en los negocios. Ha empleado esas técnicas cuando intentó adquirir licencias exclusivas para representar compañías extranjeras en el país y para obtener contratos fuera”, describía un informe del Departamento de Estado en la época de George Bush, que siempre pensó que Bashar hubiera hecho mejor en seguir sus estudios de Oftalmología que en ponerse a gobernar.

En Siria, la gente no critica, cualquiera podría estar escuchando. Pero tampoco faltan incondicionales admiradores de la aureola magnánima, aparentemente serena, casi real del presidente, apuntalada con fuerza por la presencia de su cultivada mujer, Asma. En la primera semana de marzo, la revista Vogue retrataba a la profundamente discreta primera dama con gafas de Chanel y exclusivos tacones de una de las firmas más caras del planeta. La descripción de su hogareña vida matrimonial en un piso donde los vecinos van a tomar café y donde ella misma hace la cena y la retórica sobre su compromiso con los desfavorecidos de Siria, –visitas de “incógnito” a hospitales, granjas y escuelas-, no habrían resultado tan irritantes en otro momento.