Arabia Saudí maniobra para que EE.UU. le incorpore a su negociación de un pacto con Irán
Riad teme que el acuerdo de Biden con los ayatolás acelere su derrota militar en la guerra del Yemen
Francisco de Andrés
Arabia Saudí está convencida de que la Administración Biden llegará pronto a un acuerdo nuclear con Irán –el archirrival de la potencia suní árabe– y maniobra en varios frentes para estar presente en las negociaciones y obtener compensaciones. Una fuente del Golfo ... citada por la agencia Reuters, Abdulaziz Sager, –implicado en las negociaciones secretas entre Riad y Teherán– ha afirmado que Arabia Saudí y los Emiratos « aceptan como inevitable que EE.UU. retome el acuerdo nuclear con Irán, pero piden que se tengan presentes en el nuevo pacto sus preocupaciones en materia de seguridad».
En concreto, los países árabes del Golfo pretenden que Biden mantenga sanciones para quienes comercien con armas o apoyen a movimientos insurgentes en la región . Una referencia indirecta al masivo respaldo de Irán a los rebeldes hutíes del Yemen, que en los últimos meses no cesan de sumar victorias sobre la coalición militar que lidera Arabia Saudí.
Riad y sus vecinos del Golfo cabildean en Viena, donde han comenzado las conversaciones entre norteamericanos e iraníes para hacer reflotar el acuerdo nuclear de 2015. En sus últimas declaraciones, esta misma semana, el secretario de Estado, Antony Blinken, afirmó que la reanudación del acuerdo «se da por descontada», y solo falta negociar las condiciones para que el nuevo pacto «sea más duradero y contenga más compromisos». El primer acuerdo, del que se salió de modo unilateral el presidente Trump en 2018 , establecía límites al desarrollo de la energía nuclear en Irán –para evitar o al menos ralentizar su capacidad de fabricar el arma atómica– a cambio del levantamiento de sanciones económicas. Tras la ruptura, Teherán no ha dejado de enviar señales de que avanza en su programa de enriquecimiento de uranio.
Además del ‘lobby’ de Viena, los países árabes del Golfo buscan otras vías de acercamiento a Irán, en busca de una fórmula de equilibrio de poderes. En abril, las autoridades de Bagdad –cercanas a Teherán, por la fuerza del chiísmo iraquí en el seno de su gobierno– abrieron la posibilidad de servir de mediadoras entre árabes y persas. Desde entonces Riad está llevando a cabo discretas negociaciones.
En ellas quieren participar también los Emiratos Árabes Unidos , que buscan relajar sus tensas relaciones con Irán desde el ataque perpetrado contra cuatro petroleros –dos saudíes, uno emiratí y uno noruego– en 2019, que imputaron a Teherán. Las ricas monarquías del Golfo quieren adaptarse con pragmatismo a la influencia de Irán en el mundo árabe , que tiene sus peones en Líbano (Hizbolá), Siria (apoyo iraní al Gobierno de Damasco) y sobre todo en Yemen. Una realidad que se hace más acuciante con la caída de los precios del petróleo y la pandemia del Covid-19.
La guerra civil en Yemen, situado en el bajo vientre de la península arábiga y que cuenta con una vasta frontera con Arabia Saudí, acaba de cumplir seis años. El conflicto comenzó con el levantamiento de los hutíes –una minoría chií– y según la ONU ha causado ya 230.000 muertos y la crisis humanitaria más apremiante del planeta. Con la ayuda de Irán, los hutíes se han apoderado de la capital, Saná, y han comenzado a bombardear con sus misiles y drones objetivos dentro de Arabia Saudí, país que encabeza la coalición que acudió en ayuda del anterior gobierno.
Un acuerdo de EE.UU. con Irán para rescatar el pacto nuclear de 2015 significaría el levantamiento de sanciones internacionales contra Irán, la recuperación económica del régimen de los ayatolás y más recursos para sus fuerzas armadas y. por ende, para los aliados en el Yemen. El resultado sería un desenlace rápido en el conflicto armado en contra de los intereses de la superpotencia petrolera saudí.
El gobernante ‘de facto’ de Riad, el príncipe heredero Mohamed bin Salman , no quiere sumar antes de llegar al trono otro descalabro más para su imagen internacional poco tiempo después de los casos que embarraron su reputación. En particular, el asesinato del periodista disidente Kashogi , ejecutado y descuartizado en el consulado saudí en Estambul en 2018, y las sucesivas detenciones de mujeres activistas de los derechos humanos.
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