500 días de guerra en Ucrania y no se vislumbra ni siquiera una tregua

Parece evidente que Putin no esperaba que su llamada Operación Militar Especial para «desnazificar y desmilitarizar» Ucrania iba a durar tanto, a causar tantas bajas en sus propias filas y acarrear el continuo rosario de sanciones decretadas contra la economía de su país. La anexión de Crimea y su relativa victoria en Donbass, en 2014, que obligó a Kiev a plegarse a los lacerantes acuerdos de Minsk, propiciados por la entonces canciller alemana, Angela Merkel, allanaron a Putin su permanencia en el Kremlin tras las elecciones de 2018.

El cálculo de Putin ahora, según consideran muchos analistas, probablemente era obtener de cara a los comicios presidenciales de 2024 otra gran victoria sometiendo a Ucrania a base de instalar en Kiev un régimen marioneta, apuntalando así su reelección. Tras las enmiendas constitucionales aprobadas en 2020, el actual jefe del Estado ruso puede presentarse a otros dos mandatos más: entre 2024 y 2030 y entre 2030 y 2036. Pero el Kremlin se topó con una resistencia numantina de los ucranianos, con un Ejército propio no suficientemente preparado para acometer una operación de tal envergadura y con los países de Occidente dispuestos esta vez, si no a cortar por lo sano las veleidades de Putin, sí a ponerlas freno.

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Las primeras debilidades e insuficiencias de la ofensiva rusa se pusieron de manifiesto casi nada más empezar, tras un mes sin conseguir tomar Kiev, la capital. El 25 de marzo de 2022, el Ministerio de Defensa ruso anunció que replegaba sus tropas del entorno de Kiev para centrar los esfuerzos en «lograr la liberación de Donbass». Bien es cierto que, gracias al avance ruso desde Crimea, en los primeros días de la contienda, el Ejército del Kremlin consiguió poner bajo su control casi toda la región de Jersón, el sur de la de Zaporiyia y ganar bastante terreno en Donetsk y Lugansk.

Después Ucrania perdería Mariúpol, en una de las batallas más brutales y sangrientas de la guerra, y también localidades como Sieverodonetsk, Lisichansk, Soledar y, el pasado 20 de mayo, Bajmut, en el choque más prolongado y letal de la guerra. Pero Rusia también tuvo que ceder terreno en la región de Járkov y replegarse de la ciudad de Jersón. Sigue además sin poder ultimar la captura total de la región de Donetsk, en donde todavía quedan ciudades importantes, como Sloviansk y Kramatorsk, en manos de Kiev.

Actualmente está en curso una contraofensiva ucraniana, que comenzó hace poco más de un mes y que tiene como objetivo recuperar la mayor parte posible de las tierras perdidas. Discurre sobre todo en Zaporiyia y en Donetsk, en donde el Ejército ucraniano asegura tener de nuevo Bajmut en la palma de la mano. Aunque en Moscú se asegura a nivel oficial que la contraofensiva ucraniana es un auténtico fracaso, lo cierto es que los propios corresponsales de guerra próximos al Kremlin reconocen que, aunque despacio, el Ejército ucraniano están avanzando «poco a poco», sobre todo en el entorno de Bajmut y en la región de Zaporiyia, pese a los enormes campos de minas y a las inexpugnables fortificaciones rusas.

Mientas, Kiev se queja de la insuficiencia de la ayuda militar occidental. Pide aviones de combate F-16, más sistemas de defensa antiaérea y misiles de mayor alcance. El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, dijo este viernes en la República Checa que «sin armas de largo alcance, no sólo es difícil llevar a cabo misiones ofensivas, sino también, para ser honesto, operaciones defensivas». El portavoz de la Fuerza Aérea ucraniana, Yuri Ignat, asegura que «Rusia dispara contra Ucrania cada mes unos 100 misiles de distintos tipos», eso sin incluir las incursiones con drones de ataque.

Por otro lado, la decisión de Rusia de anexionarse el año pasado Jersón, Zaporiyia, Donetsk y Lugansk, ha complicado hasta el imposible la tarea de hilar una negociación. Así las cosas, parece que tanto Moscú como Kiev van a seguir optando por la vía militar y parece muy probable que, a medida que el Ejército ucraniano siga resistiendo y mientras no decaiga la ayuda occidental, la escalada del conflicto está garantizada. Después del traspié con la inconclusa asonada de su «amigo» el jefe de la mercenarios de Wagner, Evgueni Prigozhin, Putin, ya de por sí inflexible, va tener que seguir manteniendo la rigidez sin ceder ni un ápice. A no ser que se repita un nuevo intento de desalojarle del poder.

Durante estos 500 días de conflagración, se han vivido episodios realmente críticos e incluso de carácter casi apocalíptico como un bombardeo contra la central nuclear de Zaporiyia, el hundimiento del buque insignia de la Flota del Mar Negro rusa, un ataque contra el puente de Kerch y, más recientemente, la voladura de la presa de Kajovka. Drones supuestamente ucranianos han bombardeado el Kremlin, la región de Moscú y otras provincias cercanas. También están siendo atacadas las regiones rusas fronterizas con Ucrania. Por otro lado, ni uno ni otro bando están facilitando cifras de las bajas sufridas en los respectivos ejércitos, pero se calculan en centenares de miles. El número de civiles ucranianos muertos, según la ONU, asciende a 9.000.