José Sócrates, desde la cárcel: «¿Dónde están las famosas pruebas contra mí?»

«¿Dónde están las famosas pruebas contra mí, las que me incriminan de tantos delitos?», proclama mientras cumple prisión preventiva, pues la Justicia estimó que existe riesgo de fuga en espera del desenlace en los tribunales.

«La Fiscalía ha violado el secreto de sumario para condenarme públicamente antes de que se celebre el juicio», dispara con dardos envenenados al tiempo que se justifica: «Doy esta entrevista desde la celda porque sólo me faltaba asistir en silencio a todas las mentiras que se dicen sobre mí».

Para sorpresa de los sufridos ciudadanos de un país azotado por el hundimiento económico (en parte debido a la pésima gestión durante su mandato), no se corta al declarar: «Dicen que fui víctima de un alto tren de vida en París, pero ¿es realmente un lujo llevar a mis hijos a un colegio extranjero?». Una cuestión considerada ofensiva por las miles de personas que no consiguen llegar a fin de mes en Lisboa, Oporto, Coimbra o el Portugal profundo.

¿Sabía usted, señor Sócrates, que le estaban investigando? Respuesta: «Me avisó el actual director de Jornal de Notícias». En aquel entonces, Afonso Camoes era el administrador de Lusa (equivalente a la agencia Efe).

«Es cierto que recibí varios préstamos, pero no había nada de sospechoso en ello porque siempre pensé en devolverlos y eso no constituye delito en ningún lugar del mundo», insiste un Sócrates cansado de «tanta mezquindad».

Pero el exlíder del Partido Socialista parece olvidarse de que los indicios se acumulan en su contra y de que le toca a él probar su inocencia.

Su estrategia de defensa se centra en alimentar la vieja teoría de la conspiración, una de las armas favoritas de sus colegas españoles del PSOE desde los tiempos de Felipe González y Alfonso Guerra.

Sócrates era considerado el Zapatero luso, pero su caída en desgracia sólo tiene un culpable: él mismo.