Sobrevivir en la ciudad más cara del mundo
El alto costo de vivir en Singapur no es un problema para algunos expatriados que disfrutan gran calidad de vida, pero la realidad es distinta para la población local

Según datos de Economist Intelligence Unit, Singapur es la ciudad más cara del mundo por delante de París, Oslo, Zurich y Sidney. Sin embargo, el país, que cuenta con más de 5 millones de habitantes, consigue vivir a dos velocidades: el Singapur de los expatriados, los bancos y las multinacionales y el Singapur local, de la pequeña y mediana empresa y las tradiciones y costumbres autóctonas.
Y es que pocos singapurenses pueden costear un alquiler de 10.000 euros al mes por un apartamento de 100 metros cuadrados en un lujoso edificio con piscina, jardines, gimnasio y pistas de tenis, desembolsar 80.000 euros por cualquier vehículo de gama baja, llevar a sus hijos a una escuela internacional por un coste anual de más de 25.000 euros o pagar 30 euros en el supermercado por una botella de vino que, en origen, no sobrepasa los 10.
Con estos precios y, a pesar de los elevados salarios, la población local lleva un estilo de vida más modesto: vive en apartamentos de protección oficial (más de un 80 por ciento de la población), utiliza la magnífica red de transporte urbano, que, por apenas 1 euro permite desplazarse por toda la ciudad, opta por el sistema educativo público y gratuito, considerado como uno de los mejores del mundo según los resultados de PISA , y come en los llamados «hawkers» o «food courts», una popular y nostálgica evolución de los antiguos vendedores de comida en la calle.
A pesar de que numerosas voces critican el exceso de extranjeros, que constituyen un 15% del total de la población, y los consideran culpables del encarecimiento de la ciudad, la realidad es para el ministro de Economía, Tharman Shanmugaratnam, muy diferente. Según el ministro, el estudio incluye el precio del solomillo, quesos franceses o una gabardina Burberry «productos que los singapurenses normales no consumimos».
El problema llegará cuando las multinacionales se nieguen a pagar para sus empleados extranjeros los astronómicos precios o cuando los locales decidan cambiar el «chicken rice» (pollo con arroz) por el solomillo.
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