Todo listo para la olimpiada más cara y polémica de la historia
Es la apuesta más arriesgada y demente que Putin jamás antes haya lanzado
Rafael M. Mañueco
El próximo 7 de febrero comienza en el balneario de Sochi, en la costa del mar Negro, la XXII edición de los Juegos Olímpicos de Invierno. La clausura tendrá lugar el domingo 23 del mismo mes, pero, sin esperar al balance que se haga después ... de esa fecha, se puede ya asegurar que esta olimpiada será la más cara de la historia con un gasto que ha superado los 50.000 millones de dólares.
La abultada cifra se debe, no sólo al hecho de que ha habido que erigir la mayor parte de las infraestructuras, sino también a la cantidad de dinero que, según la oposición rusa, ha ido a parar a bolsillos corruptos.
Estos juegos se apuntan también otros récords, el de ser los primeros de invierno que se celebran en zona subtropical, siendo Sochi la sede olímpica más cálida de todas las habidas hasta la fecha, y el de contar con el mayor dispositivo de seguridad jamás antes desplegado en un acontecimiento deportivo, factor que también ha contribuido a disparar la factura general.
La idea de convertir Sochi, en «la Riviera del mar Negro» y en una estación de invierno de categoría internacional pertenece al presidente Vladímir Putin, un amante de los deportes, especialmente del judo, la hípica y el esquí. Él mismo se trasladó a Guatemala en julio de 2007 para defender ante el COI la candidatura del balneario ruso y lo hizo en inglés, lengua que no domina plenamente. Putin pretende que el acontecimiento deportivo le ayuda a mejorar la reputación de su país en el mundo y consolide aún más su poder.
El suizo Gian-Franco Kasper, presidente de la Federación Internacional de Esquí y miembro del Comité Olímpico Internacional, cree que la olimpiada de Sochi «es un proyecto personal de imagen del presidente de Rusia». Según su opinión, «en esa misma perspectiva hay que contemplar los indultos del ex patrón de Yukos, Mijaíl Jodorkovski, de los activistas de Greenpeace y de las componentes del grupo Pussy Riot».
Desde que llegó al Kremlin, Sochi es el lugar habitual de vacaciones de PutinTras obtener los juegos, Rusia comenzó una carrera contrarreloj para lograr la transformación de este peculiar entorno costero. Aprisionada entre la Cordillera Caucásica y el mar Negro, Sochi, con sus numerosos sanatorios, fue para los soviéticos uno de los principales centros de descanso. Stalin tenía allí una de sus residencias. Se instaló también Borís Yeltsin durante los 90 y, desde que llegó al Kremlin, ha sido el lugar habitual de vacaciones de Putin. Sin embargo, nunca fue una autentica estación de esquí y de ahí la razón de que careciese de instalaciones adecuadas para la práctica de deportes de invierno. Ha habido que partir prácticamente de cero.
«No habíamos conocido antes un reto así en el ámbito olímpico. Sochi contaba inicialmente solamente con el 10-15% de las instalaciones necesarias y ha habido que hacer todo el resto», reconocía el pasado mes de septiembre el francés Jean-Claude Killy, presidente de la comisión de coordinación de los JJ.OO. de Invierno 2014.
Se ha construido en Adler, uno de los distritos de Sochi, un nuevo estadio olímpico con capacidad para 40.000 espectadores. Ahí tendrán lugar las ceremonias de apertura, entrega de medallas y clausura de los JJ.OO. 2014. El estadio se usará también para el Mundial de Fútbol de 2018. En este mismo núcleo olímpico, se han erigido un palacio y tres pistas de hielo para hockey, patinaje artístico y velocidad, así como un centro de curling. En este territorio, que tiene una superficie de 256 hectáreas, se encuentran los hoteles, apartamentos y restaurantes de la villa olímpica. Todo ello con una capacidad para 70.000 personas.
El aeropuerto, también enclavado en Adler, ha sido completamente reconstruido y muy cerca se ha edificado la imponente estación de ferrocarril acristalada, desde donde los atletas podrán trasladarse hasta las pistas de esquí de «Krásnaya Poliana», situadas a unos cincuenta kilómetros montaña adentró. Se podrá llegar también a través de una nueva autopista. Para tender ambas vías ha habido que perforar 22 túneles y colocar 77 puentes. En «Krásnaya Poliana» se han construido además hoteles, chalés, telesillas, pistas para bobsleigh y los trampolines para saltos de esquí. Kasper sostiene que «Rusia ha logrado en Sochi en menos de dos lustros lo que se tardó 150 años en levantar en los Alpes».
Según el ex ministro y dirigente opositor, Borís Nemtsov, la cifra inicial que se había previsto gastar ascendía a 12.000 millones de dólares (algo menos de 9.000 millones de euros), pero el precio se fue elevando hasta alcanzar los 50.000 millones de dólares (unos 37.000 millones de euros). En los anteriores Juegos de Invierno de Vancouver se invirtieron 1.400 millones de euros, en Pekín-2008 hubo que desembolsar 26.000 millones de euros y en Londres-2012 el gasto alcanzó los 11.500 millones de euros.
Nemtsov cree que la corrupción ha hecho posible que se pueda «robar» la mitad de la suma invertida mientras que Kasper considera que los altos funcionarios al cargo de los juegos «se han quedado con más de la tercera parte, con unos 13.000 millones de euros». La Cámara Revisora de Cuentas de Rusia ya denunció la enorme malversación de fondos públicos que está suponiendo Sochi y Putin ordenó la creación de órganos de control, pero nadie ha sido ha sido inculpado hasta el momento.
La corrupción no ha constituido el único motivo de polémica. También lo han sido las expropiaciones sin compensación a quienes tuvieron que ceder sus terrenos para la construcción de infraestructuras, los daños medioambientales, el pésimo trato dispensado a los inmigrantes reclutados como mano de obra barata y los continuos atentados a los derechos humanos, entre ellos el acorralamiento a la oposición y las leyes adoptadas el año pasado en Rusia prohibiendo la propaganda homosexual entre los menores y las adopciones a gays y lesbianas.
Putin teme que su lucha contra las minorías sexuales acapare la atenciónLa actitud autoritaria de Putin ha desencadenado un aluvión de llamamientos al boicot de la Olimpiada de Sochi a lo largo y ancho del planeta. De momento, los presidentes de Alemania, Francia y Lituania, Joachim Gauck, François Hollande y Dalia Grybauskaite, así como el primer ministro británico, David Cameron, han anunciado que no acudirán. El jefe de la Casa Blanca, Barack Obama, tampoco se desplazará a Sochi. Además, para representar a Estados Unidos, Obama envía una delegación en la que se han incluido varios homosexuales en un gesto que pretende ser un toque de atención a Putin. Éste teme que su lucha contra las minorías sexuales acapare la atención de los juegos y ha prohibido las acciones de protesta. Permitirá que se celebren manifestaciones solamente en el distrito de Josta, algo alejado del escenario de las competiciones.
Washington ha ofrecido cooperación a Rusia para reforzar el ya impresionante dispositivo de seguridad y se dispone a enviar varias decenas de agentes del FBI. El Departamento de Estado norteamericano ha advertido a sus ciudadanos que, pese a todo, existe el peligro de atentado dada la proximidad de la conflictiva zona del Cáucaso Norte, en donde continúa activa la insurgencia islámica. La ciudad de Volgogrado, situada a menos de 700 kilómetros de Sochi, sufrió a fin de año dos ataques terroristas con un balance de 34 muertos.
La última novedad en materia de seguridad es que a los 75.000 agentes y soldados y efectivos del Ministerio de Protección Civil desplegados en Sochi se han incorporado también unidades de cosacos rusos. Otra medida recientemente adoptada es la prohibición de llevar en el equipaje de mano cualquier cantidad de líquido, salvo medicinas esenciales y comida infantil, en los vuelos que partan de Rusia. Estará vigente hasta el 21 de marzo.
En cuanto a la nieve, sólo queda esperar que las anómalas altas temperaturas de este invierno en la parte occidental de Rusia no provoquen un déficit crítico. Por si acaso, se han almacenado varios millones de metros cúbicos y se han colocado cañones productores de nieve artificial en todas las pistas.
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