Las iglesias, refugio contra el tifón de Filipinas
En el país con más católicos de Asia, los damnificados que han perdido su hogar se cobijan en sus parroquias. Los confesionarios hacen ahora de armarios
pablo m. díez
Cuando el tifón Haiyan, también denominado Yolanda, golpeó las islas del centro de Filipinas hace poco más de dos semanas, muchos de sus habitantes buscaron refugio en las iglesias , auténticos ejes de la vida social en el país con más católicos de Asia. ... Mientras en Tacloban, la «zona cero» de la catástrofe, se inundaba el principal centro de evacuados, el polideportivo Astrodome, la parroquia de los Redentores resistía los vientos huracanados del tifón sin sufrir daños. Desde entonces, unas 320 familias – 1.700 personas – se han cobijado en este templo tras perder sus casas bajo las aguas o arrasadas por el temporal. Con cajas, maletas y tiendas de campaña desperdigadas entre sus bancos, imágenes religiosas y confesionarios , algunos reconvertidos en armarios, los damnificados hacen su vida cotidiana comiendo, vistiendo a sus hijos, lavando la ropa y hasta durmiendo a pierna suelta allá donde pueden.
«Hemos venido aquí porque es el centro de evacuación más seguro», explica a ABC Rodrigo Bustillo, un conductor de taxi-triciclo de 52 años cuya casa de madera, en el «barangay» (barrio) 56-A, quedó destruida por el paso del tifón. Le acompañan su mujer, Marlyn, de 50, su hijo Raimundo, de 9, y su hija Roselyn, quien con solo 18 años ya ha traído al mundo dos criaturas : Brian, de dos años, y Ronron, de cinco meses. Como Wilson, su marido de 24 años, se gana la vida vendiendo bolas de pescado con un puesto ambulante, les fríe unas salchichas en un hornillo de gas dentro de la iglesia. «Nos queremos ir de aquí dentro de un par de semanas, pero no sabemos adónde porque construir una nueva casa cuesta 20.000 pesos (340 euros) y no tenemos dinero», se queja Rodrigo Bustillo, con el torso desnudo por el asfixiante calor , bajo la ropa a secar que cuelga de las ventanas.
Templo-maternidad
A su lado, una mujer dobla despreocupadamente sus bragas, como si estuviera en su casa, y otra le da el pecho a un bebé. No resulta de extrañar porque en el templo, que está lleno de niños corriendo y jugando, dio a luz Marilou Edara cinco días después del tifón . En señal de agradecimiento, ha llamado Iglesia de la Redención Mae a su hija, que dormita junto a ella envuelta en una manta sobre una esterilla.
«Me gusta estar en la iglesia porque me siento más segura gracias a Dios», apostilla, a unos metros de distancia, Dessa Fuentes, una niña de 15 años que venía con su familia a esta parroquia para la misa de cada domingo y no sabía adónde acudir tras quedarse «sin casa ni ropa ni comida».
Ante la avalancha de damnificados, la iglesia no pudo alimentarlos a todos y muchos de ellos no recibieron ayuda humanitaria hasta seis días después del tifón. «Ahora coordinamos el reparto de ayuda, que ya se basa en cinco latas de sardinas, cinco latas de salchichas y cuatro kilos de arroz para una familia de cinco miembros durante dos días», detalla una de las cuidadoras de la diócesis, Brenda Claridad.
Además, Unicef ha repartido 300 kilos de jabón y «kits» de higiene para mantener las manos limpias y evitar infecciones porque «sentirse limpio es muy importante psicológicamente», añade uno de sus portavoces, Kent Page, durante una visita al templo, posiblemente el único edificio de Tacloban que quedó intacto tras el tifón .
Peor suerte corrió la monumental catedral de la vecina ciudad de Palo , donde se vinieron abajo algunos de sus muros y la cubierta de su crucero poco después de una espectacular renovación que costó 35 millones de pesos (593.000 euros), recogidos mediante donativos. ¿Castigo divino por su ostentación? «En absoluto. El tifón ha sido una prueba de fe para que sigamos creyendo», responde el padre Martin, un sacerdote de 31 años que cree que «el verdadero templo de Dios está en el corazón».
La fe persiste
A unos pocos kilómetros de allí, en medio de una desoladora plantación de palmeras decapitadas , sobre la casa del arzobispo parece que ha caído una bomba. «Estaba celebrando la misa en la capilla superior y nos dimos cuenta de que el tejado se iba a derrumbar porque el viento era muy fuerte. A los dos minutos de salir corriendo, se desplomó», recuerda fray Wilson Chu , el ecónomo, el milagro que le salvó de perecer sepultado bajo los escombros.
En Tacloban también resultó seriamente dañada la iglesia del Santo Niño , por cuyos agujeros en el techo se cuela la lluvia a mares. Bajo el agua, una mujer asiste a misa resguardándose con un paraguas para demostrar que la Naturaleza no puede doblegar la condición humana. «El tifón no debilita mi fe ni me hace tener miedo porque lo hemos vencido», concluye uno de los laicos del templo, Roland Calleja, quien aboga por «superar la catástrofe ayudándonos los unos a los otros de forma solidaria en lugar de acumular egoístamente posesiones que luego se las lleva el viento o el mar».
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