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«Lo peor no es el tifón, sino la falta de ayuda a los que sobrevivimos»

Los supervivientes del Haiyan relatan a ABC cómo, tras la catástrofe, resisten desde el viernes sin apenas agua, comida ni electricidad

«Lo peor no es el tifón, sino la falta de ayuda a los que sobrevivimos» reuters

pablo m. díez

Para Jenalyn Gayoso, la «suerte» de sobrevivir al tifón Haiyan, o Yolanda, como lo llaman aquí en Filipinas, ha consistido en pasarse tres días sin comida, bebida ni electricidad en una casa en ruinas , rodeada de cadáveres y esperando una ayuda humanitaria que aún no ha llegado a Guinan. A cuatro horas al noreste de Tacloban, la zona cero de la catástrofe, este pequeño pueblo de la provincia de Sámar fue el primer lugar donde el tifón tocó tierra el pasado viernes con unos vientos de hasta 310 kilómetros que barrieron las islas del centro de Filipinas.

Tras resistir racionando lo poco que tenía en su hogar para su marido, oficial de la Guardia Costera, su madre, su bebé de once meses y su abuela de 77 años, Jenalyn fue evacuada ayer por un helicóptero del Ejército que la llevó al aeropuerto de Tacloban, desde donde fue trasladada a la base aérea de Villamor en Manila.

«Lo peor no es el tifón, sino la falta de ayuda humanitaria para los que hemos sobrevivido», se quejaba ayer a ABC a las puertas de este recinto militar contiguo al aeropuerto de la capital filipina, donde la estaban esperando unos parientes en cuya casa pasará una larga temporada. A su domicilio, anegado por las fuertes lluvias que trajo el tifón, no podrá regresar en mucho tiempo. «El agua nos llegó al cuello y tuve que ponerme a mi bebé sobre la cabeza porque pensaba que nos íbamos a ahogar todos» , relata junto a un grupo de damnificados que acaba de desembarcar del Hércules C-130 de transporte que ha sacado a 200 afortunados de las tinieblas que han engullido la isla de Leyte, a 580 kilómetros de Manila.

Pueblos olvidados

Si la situación es desesperada en Tacloban, la zona cero de la catástrofe sobre la que se están posando los ojos de todo el mundo, su odisea demuestra el olvido en que han caído los pueblos de alrededor, condenados a ser los últimos en el reparto de la escasa ayuda alimentaria que está llegando a las áreas arrasadas por el tifón. Y eso que Jenalyn ha tenido la suerte no solo de sobrevivir, sino también de ser rescatada con relativa rapidez mientras miles de personas se agolpan en el derruido aeropuerto de Tacloban a la espera de tomar un avión militar a Manila, hasta ahora los únicos que podían aterrizar en su pista.

Desbordadas por la magnitud de la tragedia, las autoridades se vieron obligadas ayer a reabrirlo parcialmente a varios vuelos comerciales no programados procedentes de la capital filipina. Lo mismo harán mañana miércoles con otros vuelos desde la vecina isla de Cebú para evacuar a más damnificados y que sus parientes puedan acudir en su auxilio llevándoles agua y comida o, sencillamente, buscando a los desaparecidos . Ya estén vivos o muertos, al menos así podrán librarse de la agonía que sufren desde que el viernes perdieron todo contacto con ellos al derribar el tifón los postes y las antenas telefónicas.

«¿Está viva?»

«¿La has visto? ¿Entonces está viva?», preguntaba, refiriéndose a su nieta, la británica Susan Scott al estadounidense Jonathan Miers, amigo de su hijo Daniel y residente como él en Tacloban. Junta a su otra hija, Anna, había venido de Liverpool para visitarlo porque llevaba ya cinco años trabajando en Filipinas. Su plan era llegar el jueves a Tacloban, pero decidió posponer el viaje por la alerta del tifón, que tocó tierra en la madrugada del viernes. Desde el sábado por la mañana, cuando su hijo se las ingenió para colgar un mensaje en Facebook diciendo que estaba bien , no sabía nada de él ni de su nieta y estaba angustiada. Aliviada por las noticias que le trae Miers, que los ha visto a salvo tras el tifón, se funde con él en un abrazo que pone los pelos tan de punta como la pregunta a bocajarro sobre su nieta: «¿Entonces está viva?».

Al igual que Daniel, trasladado a la vecina isla de Cebú, Jonathan Miers fue evacuado ayer por el Ejército, pero a Manila. Director de operaciones de GoAbroad.com, una empresa que fomenta la enseñanza y el voluntariado y tiene 80 empleados en Filipinas, este joven norteamericano pensó que «seguramente iba a morir durante el tifón» , que duró desde las cinco de la madrugada hasta las diez de la mañana. «Me encerré en el cuarto de baño para resistir las sacudidas del viento y a las nueve de la mañana, cuando empezó lo más fuerte y abrí la puerta, vi que había volado totalmente la segunda planta de mi casa y que el agua entraba a mares», rememora antes de indicar que «el 80 por ciento de las casas en Tacloban ha perdido sus tejados».

Míseras cabañas

Si el viento se llevó la mitad de su moderna vivienda en Camilla Homes, una de las mejores áreas de esa ciudad, no es difícil imaginarse lo que ha hecho con las míseras cabañas de bambú y latón en las que viven millones de filipinos . «Hay cadáveres por las calles que se están descomponiendo porque nadie los recoge», describe Jonathan Miers con amargura, pero decidido a continuar en Filipinas a pesar de que 20 de sus empleados están desaparecidos . «Lo más importante ahora es conseguir ayuda porque sé que pasarán varios meses hasta que se restablezcan el agua y la electricidad», concluye con el pesimismo propio de todo realista.

Como buena oriental, más optimista se muestra, en cambio, Winifred Hilardo, una mujer de 57 años que, junto a su marido Rogelio, un policía de 60, intenta calmar a cuatro de sus doce nietos, que no paran de llorar tras volar desde Tacloban. Ambos han perdido a doce parientes, sobre todo primos, además del techo y las ventanas de su casa, pero se les ilumina la cara con la habitual sonrisa filipina en cuanto un periodista occidental se interesa por su caso y responden en un inglés que ya quisieran muchos españoles.

«Nos refugiamos 17 personas en nuestra casa y todos hemos sobrevivido, pero en nuestro barrio, donde vivían 1.600 vecinos, hay 200 desaparecidos», explica Winifred meciendo al menor de sus nietos, que quizás por ello es el que menos berrea. Alertados ante la llegada del tifón, los Hilardo habían hecho acopio de víveres aprovisionándose de sobres de «noodles» instantáneos y garrafas de agua, pero también tuvieron que racionar la comida para que les durara hasta que fueron rescatados y, finalmente, evacuados a Manila.

Víctimas en Sámar

A su edad, la pareja ya se ha echado muchos tifones a las espaldas, pero jamás habían sentido uno tan potente como este último , que ha sumido en el caos a la isla central de Leyte. A los 10.000 muertos que las autoridades creen que ha dejado en Tacloban, su capital, se suman los 2.000 que se estiman en la vecina provincia de Sámar, lo que convierte al Haiyan en la peor catástrofe natural que ha sufrido Filipinas en su historia reciente tras un terremoto de magnitud 7,9 en 1976 y el tifón Thelma en 1991, que dejaron más de 5.000 víctimas. El año pasado, Filipinas fue el país más castigado por los desastres naturales, que se cobraron la vida de 2.000 personas. La mitad de ellas perecieron cuando el tifón Bopha borró tres ciudades de la isla sureña de Mindanao.

Considerablemente debilitado, este tifón de máxima categoría pasó ayer por el norte de Vietnam y el sur de China. Pero, con rachas de hasta 156 kilómetros por hora y vientos sostenidos de 97, siguió cobrándose víctimas mortales a su paso: cinco en Vietnam y ocho en China, donde desaparecieron seis tripulantes de un carguero en la isla de Hainan, hubo apagones y se suspendieron numerosos vuelos.

Millones de afectados

Además de causar cuantiosos daños materiales, este devastador tifón ha afectado a cerca de diez millones de personas en Filipinas y obligado a desplazar a unas 600.000 , un número similar al de evacuados en Vietnam. Lo peor de todo es que la pesadilla aún no ha terminado.

Después de Haiyan, que era el vigésimo cuarto tifón de la temporada, los meteorólogos han pronosticado que otra tormenta se aproxima a Filipinas y podría anegar algunas de las poblaciones ya arrasadas. Tras entrar en tierra por la isla meridional de Mindanao, subirá hasta las de Bohol, Cebú, Negros y Panay, todas ellas castigadas por el tifón, y dejará lluvias que, aunque moderadas, contribuirán a empeorar la ya de por sí trágica situación.

Sumido en la miseria que ha hecho de la calle el hogar de buena parte de los 96 millones de filipinos , este archipiélago de más de 7.000 islas recurre a la asistencia internacional para paliar la catástrofe, pero al caos habitual del país se añade ahora la destrucción de las zonas afectadas para dificultar el reparto de la ayuda humanitaria. A menos que un milagro obre una transformación radical en el país más católico de Asia , Filipinas aún tardará mucho tiempo en reponerse de la devastación causada por el tifón Haiyan. O Yolanda, como lo llaman por aquí con su simpatía a prueba de catástrofes.

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