Guerra Civil
La vergüenza ocultada por la República: así cazaron los milicianos de la CNT al alcalde más cobarde de Madrid
Pedro Rico, que huyó cuando las tropas de Franco estaban a las puertas, fue detenido en Cuenca por milicianos de la CNT y devuelto a la capital para continuar la defensa
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Iniciar sesiónLos inicios de noviembre de 1936 fueron un trago amargo para la Segunda República. Con las tropas sublevadas frente a Madrid, Francisco Largo Caballero –presidente y ministro de Guerra– se vio obligado a decretar su orden más dura: abandonar la capital y trasladar la ... cúpula del Gobierno a Valencia. Fue un visto y no visto. En la noche del 6, una gran caravana de vehículos cargados de gerifaltes atravesaron la única carretera nacional que seguía abierta. En el camino recogieron incluso a algún que otro compañero despistado al que ordenaron subir a los coches sin pasar por casa a hacerse con algo de ropa.
Aquello fue un golpe en el vientre. El corazón político, moral y administrativo de la España republicana, cercado por los franquistas. Para colmo, atrás quedaron tan solo dos personalidades destacadas: José Miaja –presidente de la Junta de Defensa– y Sebastián Pozas –jefe del Ejército de Operaciones del Centro–. «El Gobierno ha resuelto, para poder continuar cumpliendo su primordial cometido de defensa de la causa republicana, trasladarse fuera de Madrid, encarga a VE de la defensa de la capital a toda costa», escribió Largo Caballero al primero. Por marcharse, se marchó hasta el eterno alcalde de la urbe: Pedro Rico. Un controvertido personaje que, poco después, a punto estuvo de ser fusilado por un grupo de milicianos por cobarde a la altura de Tarancón (Cuenca).
Así lo confirma a ABC el periodista y estudioso del conflicto Alberto de Frutos, coautor del popular ensayo '30 paisajes de la Guerra Civil' (Larousse) y 'La Segunda República española en 50 lugares' (Cydonia). El experto habla con sinceridad, buscando los claros y oscuros de Rico huyendo de las afirmaciones tajantes. Es cierto que abandonó Madrid hasta en dos ocasiones, de eso no hay duda, pero también lo es que fue un político querido y capaz de movilizar a las fuerzas vivas de la ciudad. Aunque lo que más escuece es que, poco antes de salir por piernas, llamó a defender la capital de los sublevados: «Todos hemos de cumplir con nuestro deber resucitando las jornadas del 19 y 20 de julio».
La historia de Pedro Rico es poco conocida. Cuando entendió que la capital estaba perdida, firmó un decreto en el que delegó el cargo en su teniente de alcalde, Cayetano Redondo. Lista la entrega de poderes se subió a uno de los coches que partían hacia Valencia. La estampa debió de ser estremecedora: una larga fila de vehículos oficiales, con dos pequeñas tricolores ondeando al viento en cada uno de sus morros, salieron de Madrid con otras tantas personalidades en su interior. El viaje fue tranquilo hasta que arribaron a la altura de Tarancón. Allí empezó la pesadilla cuando un grupo de milicianos de la CNT les detuvieron. ¿Qué diantres era aquello? ¿Cómo era posible que tamaña caravana abandonara la ciudad?
De vuelta
Los milicianos, ojipláticos, detuvieron el convoy y no pudieron más que maldecir cuando los ministros les informaron de que acudían a Valencia en una 'misión especial'. José Villanueva, al mando del grupo, les retuvo. El republicano Cipriano Mera, su superior, fue uno de los pocos que narró el episodio en sus memorias. «Lo que está pasando en Madrid es una verdadera vergüenza. El gobierno, que es el que tenía que conservar la serenidad, ha sido el primero en huir, dando la sensación al pueblo de que todo está perdido», había dicho aquella misma mañana a sus hombres. Cuando le corroboraron que habían capturado a una extensa lista de políticos, la furia le tomó:
«Villanueva me comunicó que tenía detenidos, por huir hacia Valencia abandonando Madrid, al general Asensio, subsecretario de Guerra; al socialista Álvarez del Vayo, ministro de Estado; a nuestro compañero Juan López, ministro de Comercio; al general Pozas, el cual argüyó que se le había ordenado situar su puesto de mando precisamente en Tarancón, y algunos más. Abundaban entre los detenidos los secretarios, subsecretarios, algún gobernador y no pocos altos funcionarios. Por lo visto había logrado escapar Federica Montseny, ministro de Sanidad».
La ira de los milicianos llegó a tal punto que quisieron fusilar allí mismo a Rico, pero se contuvieron por las órdenes de Mera. Este llegó poco después y mantuvo una escueta conversación con uno de los detenidos, el general Asensio.
–«¿Por qué se nos tiene aquí, cuando nuestro puesto está en Valencia, al lado del Gobierno?».
–«Está usted equivocado. El verdadero sitio de todos ustedes está en Madrid, al lado de sus defensores. Su deber no era el de escaparse, como han hecho. Celebro que los trabajadores tengan ocasión de exigir explicaciones a los jefes militares que no saben luchar y a los ministros que no saben gobernar».
Mera esperó hasta la llegada de Eduardo Val, del Comité de Defensa de la CNT, para decidir qué hacer. Al final, el grueso del convoy pudo continuar hacia Valencia. Aunque una parte, los funcionarios locales, fueron enviados de vuelta a Madrid. Entre ellos se hallaba un Rico que fue tildado de «cobarde» por los milicianos una y otra vez. Por descontado, la prensa republicana ocultó el hecho. Era demasiado vergonzoso para darlo a conocer y desmotivaría a los defensores. Los periódicos afectos al bando sublevado, en cambio, lo publicaron a bombo y platillo apenas un mes después, allá por diciembre.
-¿Fue la trayectoria de Pedro Rico la de un político de nivel con la Unión Republicana?
Diría que a Pedro Rico se le recuerda, sobre todo, por la entrega de la Casa de Campo al pueblo de Madrid en 1931, tras la proclamación de la República. Entonces formaba parte de la coalición republicano-socialista y, en línea con el ideario de esa primera etapa, llevó a cabo políticas bastante positivas para los madrileños. Entre otras cosas, porque el gobierno quería hacer de la capital el espejo del nuevo régimen e invirtió una millonada para conseguirlo.
-¿Qué hizo por Madrid?
De algún modo, el legado de Pedro Rico fue también, y sobre todo, el legado del ministro de Obras Públicas Indalecio Prieto, con los Nuevos Ministerios o el desarrollo de las obras de Ciudad Universitaria. Desde luego, Rico vendía muy bien ese mensaje de modernidad: era un tipo campechano, agradable, con mucha labia, que, a la vez, promovía con gusto el teatro ese de cambiar la nomenclatura de las calles (entre otros despropósitos, en 1936 modificó el nombre del grupo escolar Lope de Vega… por el de Juan Bautista Justo, un socialista argentino).
-Pero también fue apartado del poder...
Tras octubre de 1934, fue destituido por su inacción en la huelga revolucionaria y regresó a la primera línea con las elecciones del Frente Popular, ya bajo las siglas de la Unión Republicana de Martínez Barrio. Dentro de ese partido, había elementos que no entendían las reglas del juego democrático y que quizá no hubieran hecho ascos a la insurrección para asentar la República; Rico, por el contrario, opinaba que las transformaciones violentas de los pueblos llevaban al suicidio.
«Trató de resolver los problemas de abastecimiento de la capital y estimuló la resistencia, pero lo primero resultaba una quimera bajo el asedio, y en lo segundo, honradamente, creo que no dio la talla»
Alberto de Frutos
Periodista e investigador
-¿Cuál fue su actuación al inicio de la guerra?
Fue un activo muy notable para su partido, con buenas dotes de organización y una presencia constante (y altisonante) en congresos y mítines. Durante la guerra, habría que calzarse sus zapatos. Trató de resolver los problemas de abastecimiento de la capital y estimuló la resistencia, pero lo primero resultaba una quimera bajo el asedio –aunque no puede decirse que él se quedara de brazos cruzados–, y en lo segundo, honradamente, creo que no dio la talla, al igual que otros políticos que huyeron convencidos de la inminente caída de Madrid.
-Algunos le acusan de personalista y algo ególatra...
Rico tenía una personalidad desbordante, le gustaba escucharse y le encantaba figurar. Es célebre el encargo que le hizo al pintor Agustín Segura en 1932, un retrato de cuerpo entero con capa madrileña, el fajín tricolor de la República y, de fondo, la puerta de Alcalá. Comparado con los que el mismo Segura hizo a otros regidores como Martínez de Velasco o Salazar Alonso, el de Rico se ve mucho más hiperbólico. Los periódicos de la época bromeaban sobre sus ínfulas y lo tildaban de 'alcalde perpetuo', citando El alcalde de Zalamea de Calderón. «Ha hecho falta una revolución, un intento separatista y varios bombardeos, para que este don Pedro abandone, ¡¡¡por fin!!!, la alcaldía. A tiempo, desde luego; de retrasarse un poco hubiera salido arrojado por un balcón..., suponiendo que cupiese por el más ancho», leemos en la revista Gracia y Justicia, acerca de su destitución en 1934.
Cuando se instaló de nuevo en el ayuntamiento, el pueblo de Madrid le rindió homenaje y ahí estaba Campúa para inmortalizarlo, para deleite suyo. Siempre amigo de los aplausos, lo primero que hizo cuando volvió a la alcaldía en 1936, aparte de 'republicanizar' a sus funcionarios (esto es, trasladar a los desafectos), fue condonar las multas impuestas en el período anterior. En resumen, como todo alcalde de perfil 'popular', en ocasiones pecó de populismo.
-¿Considera que Pedro Rico fue un cobarde?
Es muy cómodo juzgar las acciones del pasado con los ojos del presente, pero, a la vez, si aceptamos que la salida del Gobierno a Valencia tuvo poco de ético y estético, la del alcalde de Madrid, con mayor razón. Como sabemos, lo intentó dos veces: la primera fue detenido a la altura de Tarancón (Cuenca) por un control anarquista y 'facturado' de vuelta a casa, y la segunda y definitiva lo logró escondiéndose en el maletero de El Nili, un banderillero que, a la sazón, hacía las veces de delegado de abastos del ayuntamiento.
Pero antes hablábamos de los retratos de Agustín Segura a otros alcaldes de Madrid como Martínez de Velasco o Salazar Alonso. ¿Y cómo acabaron ambos? Muertos, en agosto y septiembre del 36, respectivamente. ¿Y el sucesor de Pedro Rico en el consistorio, Cayetano Redondo Aceña? Fusilado en 1940 por los franquistas. Es decir, Madrid no era la ciudad más segura para quedarse, y menos aún cuando los milicianos le habían puesto en la diana por 'cobarde' tras el episodio de Tarancón, por el que estuvo en un tris de ser fusilado. Cuando el anarquista Cipriano Mera pensaba en él, las primeras palabras que se le venían a la cabeza eran 'voluble' y 'miedoso'. Y, en efecto, el miedo lo pudo y lo condenó a la muerte civil y al desprecio de sus coetáneos, pero, en esas circunstancias, no creo que haya emoción más humana y disculpable.
-¿Qué sucedió con él tras el episodio de Tarancón?
Las andanzas de Pedro Rico tras el revés de Tarancón las han reconstruido muy bien los compañeros de Guerra en Madrid. El ya ex alcalde se refugió en la embajada de México, algo muy atípico, ya que, lógicamente, la mayoría de sus huéspedes simpatizaban con los sublevados. En el interior, la tensión se cortaba con un cuchillo por la constante amenaza de asalto por parte de los milicianos y, además, los víveres escaseaban igual que en la calle. A finales de enero de 1937, Rico pudo escapar a Valencia en el coche de su amigo el banderillero, desde ahí se trasladó a Francia en avión y más tarde a Bruselas. Viajó a España esporádicamente en 1938, hasta que, en enero de 1939, dejó atrás el país definitivamente tras el colapso de la República. Exiliado en Francia, pasó una temporada en México y murió en Aix-en-Provence antes de cumplir los setenta, marginado por unos y por otros.
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-¿Escribió algo en aquellos últimos momentos?
De su puño y letra dejó pocas palabras, pero, en el prólogo de un breve ensayo en el que abordaba la historia de la bandera republicana, 'Roja, amarilla y morada' (1950), apuntó que siempre había procurado mantener su espíritu «ecuánime, sereno frente a los ataques adversos».
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