El hombre que retrató el siglo XX

Su nieto, José F. Demaría Campúa, ha querido rescatar del olvido su imprescindible obra. Con este objetivo se dedicó a investigar en varias editoriales y en el archivo propiedad de la familia, con más de 300.000 fotografías, y eso que casi todo su trabajo anterior a 1936 fue destruido en un asalto a su casa. En esta labor contó con la ayuda del periodista Rafael Moreno Izquierdo. Ambos se conocieron gracias al trabajo que el segundo estaba elaborando para su libro «Fotoperiodistas de guerra españoles». Al toparse con la historia de «Pepito» Demaría, comprendió que ahí se encontraba un capítulo aparte.

El resultado ha sido «José Demaría Campúa. Viviendo entre fotos. Antología de un reportero y artista gráfico», que contiene una selección de sus imágenes y el no menos interesante relato de su vida, ya que sus propias experiencias son reflejo de las grandes turbulencias de la época.

Heredó la pasión por la fotografía de su padre, el fotoperiodista José Demaría López, quien se hizo famoso sobre todo por su seguimiento de la guerra de Marruecos entre 1909 y 1911. Su hijo siguió sus pasos en la campaña de África de los primeros años veinte.

Pero la gran exclusiva del aventajado hijo llegó el 16 de mayo de 1920: la fotografía de Ignacio Sánchez Mejías llorando ante el cadáver de Joselito «El Gallo». Él era el único fotógrafo que se encontraba aquel día en la plaza de toros de Talavera de la Reina.

Un año más tarde llegó su segunda gran primicia, aunque ésta tuviera truco. Se trata de la imagen del recién asesinado presidente del Gobierno Eduardo Dato. En realidad fue un montaje ordenado por el entonces director de «Mundo gráfico».

Pero no solo contribuyó al éxito de José Demaría su intuición para estar en el sitio adecuado en el momento adecuado. La suerte también le echó una mano: cuando Alfonso XIII decidió acercarse a Las Hurdes y ver de primera mano la miseria que allí se vivía, solo se permitió que le acompañaran un cronista y un reportero gráfico. Se echó a suertes entre los periodistas y el afortunado fue Campúa. Esto ocurrió en junio de 1922, y allí realizaría un reportaje histórico.

En los siguientes años, gracias a su prestigio, asistiría en primera fila a los principales actos políticos de la República, con instantáneas tan reconocidas como la de José Antonio Primo de Rivera en el acto fundacional de la Falange Española. También retrató a los más destacados intelectuales del momento, como Pío Baroja o Valle Inclán.

Luego llegó la Guerra Civil, y su orientación derechista por poco le cuesta la vida. Fue detenido, pero pudo huir por una puerta lateral de los calabozos de la Puerta del Sol. Su padre no tuvo tanta suerte: había sido asesinado unos días antes. Logró escapar primero a Francia y, casi inmediatamente, siguió al ejército nacional en su paso por el norte de España. Así, fue el primer fotógrafo en entrar en la recién bombardeada Guernica. También estuvo en el regreso de la Legión Cóndor a Berlín, donde pudo fotografiar al propio Hitler y a sus principales colaboradores.

Sin embargo, una vez acabada la guerra, su cercanía personal con Franco no le impidió regresar a la cárcel, en esta ocasión por una fugaz pertenencia a la masonería en su juventud. Con sus apelaciones, y tras 33 días recluido, consiguió conmutar la pena de doce años por la «inhabilitación absoluta perpetua». Dos años más tarde, el Consejo de Ministros desestimaba la sentencia, pero el indulto no llegaría hasta 1952. De esta forma pudo recuperar sus dos actividades profesionales, la fotografía y la de empresario cinematográfico. Desde entonces se dedicó a retratar la vida social y política de España hasta su muerte en 1975, dejando para la posteridad el retrato de toda una época.