Las verdaderas razones por las que cayó de manera súbita el Imperio romano
El historiador José Soto Chica analiza en 'El águila y los cuervos' (Desperta Ferro Ediciones) las circunstancias que llevaron al imperio latino a un proceso que empobreció y ensombreció Europa
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Iniciar sesiónLos mismos pueblos y personas que conspiran para la caída de los grandes imperios desde dentro son luego los que, tras el derrumbe, más sufren con el caos y la inseguridad que caen sobre sus cabezas. Es el sentido natural de la historia: cuanto más ... grande es un imperio mayor es el hueco que queda a su muerte. «Ese gran marco de intercambio que había en todo el Mediterráneo durante 500 años se vino abajo. El mundo se empobreció de forma súbita, rápida y catastrófica», relata el historiador José Soto Chica, que acaba de publicar 'El águila y los cuervos' (Desperta Ferro Ediciones) para analizar sin tópicos decimonónicos las verdaderas razones de la caída de Roma.
El colapso del Occidente romano es un misterio historiográfico del que se debate desde hace siglos y del que se han dado explicaciones desde económicas, una inflación disparada; hasta religiosas, el imperio cayó por haber abrazado el cristianismo; pasando por las climatológicas y las médicas, epidemias y problemas con el plomo de las tuberías. Sin embargo, ninguna de estas explicaciones ha dado respuesta completa a la pregunta de que, más allá de los problemas estructurales, cómo pudo un imperio tan poderoso, y en apariencia tan sólido, venirse por completo abajo en apenas setenta años.
«Cuando se habla de colapso económico hay que tener en cuenta que las operaciones bancarias de las que tenemos testimonio en el siglo IV superan en número a las de cualquier otra época. La circulación de oro se multiplicó por tres y en ningún otro momento del mundo romano hubo tanto oro circulando en moneda. Ambos parámetros indican una economía vital en expansión con el comercio internacional en crecimiento y la inflación, que era una de las grandes preocupaciones, moderándose a partir del año 365, cuando se quedó en un 3%. Los datos nos hablan de una economía próspera y en expansión», señala Soto Chica, que también destaca como ese imperio restableció su frontera, su ejército volvió a ser hegemónico y volvió a imponerse a los bárbaros justo antes de explotar definitivamente.
De entre las 200 causas que se suelen esgrimir para explicar un proceso tan súbito, este profesor de la Universidad de Granada se vio sorprendido por la dirección que tomó su investigación, muy distinta de la idea que él tenía. En concreto, tres factores fueron en su opinión determinantes para destruir Roma: la continua lucha por el poder que «se exacerba hasta unos límites realmente descomunales», una acumulación de riqueza en pocas manos que desestabiliza por completo las relaciones de las élites con el gobierno central y el desapego que desarrollaron las élites de la periferia. «Los cuervos fueron las élites que prosperaron bajo la sombra protectora del águila del Imperio romano y que, en un momento dado, creyeron que ya no les era necesario el imperio. Y se equivocaban, porque era precisamente lo que les daba estabilidad y prosperidad», afirma.
Adiós a la seguridad
Las élites se sumieron en una serie de luchas cuando el imperio estaba agotado y ya no podía permitirse las conspiraciones de antaño. «Roma ofrecía seguridad, estabilidad y un marco de intercambio estable. En el momento en el que dejó de ofrecer eso, muchas élites aristocráticas en Hispania, en la Galia o en el norte de África perdieron el interés en seguir contribuyendo al sostenimiento del estado imperial», sostiene Soto Chica. Por su parte, la aristocracia italiana dejó de gastar su dinero en construir edificios públicos en Roma y llegaron a la conclusión de que «era más rentable para ellos financiar a algún señor de la guerra local o al bárbaro local antes de al imperio».
'El águila y los cuervos' reconstruye el convulso tiempo que medió entre el reinado de Juliano el Apóstata y el día del año 476 en que Odoacro depuso al último emperador de Occidente, el niño Rómulo Augusto, para enviar las insignias imperiales a Constantinopla. Un periodo cargado de lecciones para la actualidad. «Lo que nos enseña la caída es que tenemos que valorar mucho más la estabilidad, la prosperidad y la paz. Además, tenemos que ser más exigentes con nuestra élite y desconfiar de ellas. Las élites a veces traicionan a aquellos a los que supuestamente dirigen y muchas veces ponen por delante su ambición personal», apunta el autor.
El derrumbe de Occidente se produjo a la vez que Oriente superaba la tormenta como si nada. Factores sociales, económicos, demográficos, climáticos golpearon igual allí sin que se sintiera el temblor. «La parte oriental del Imperio no solo sobrevivió a mil años, sino que en el siglo V estaba en medio de un proceso de crecimiento demográfico y económico y e en el siglo VI se expandió políticamente», sostiene el escritor y novelista.
«Lo que nos enseña la caída es que tenemos que valorar mucho más la estabilidad, la prosperidad y la paz»
Otro de los mitos que busca desmontar es la tendencia a culpar a los bárbaros de la caída. Cierto que el imperio había perdido por su debilidad la capacidad de integrar a los pueblos de la periferia, pero a esas alturas la línea de separación entre un bárbaro y un romano era muy tenue. «Te pongo un ejemplo. En el año 356, cuando el Emperador Juliano el Apóstata perseguía a una banda de guerreros alemanes se encuentra la puerta de una de sus ciudades cerrada. Le costó sangre, sudor y lágrimas convencer a los ciudadanos de que le abrieran las puertas porque no tenían claro si aquellos eran romanos o bárbaros. Si tú veías a un bárbaro y a un romano, un soldado romano y un soldado bárbaro, te costaría distinguirlo», apunta Soto Chica en referencia al mundo mestizo que era el imperio.
Una vez que faltó la cabeza, Europa se hizo más «pequeña y empobrecida», nostálgica de lo que se había perdido. Durante toda la Edad Media, Roma se convirtió en el emblema perdido, la gran referencia de las potencias cristianas: «Roma es nostalgia y una obsesión desde los francos a la Unión Europea, y desde Carlomagno a Hitler, pasando por Iván el Terrible, Napoleón o Felipe IV de España. Todos han mirado en ella el modelo, han tomado su simbología y al mismo tiempo también ha sido la enemiga a batir por los modelos localistas. Siempre va a tener esa dos caras», considera el escritor, recordando la contradicción generada por la devoción nacionalista hacia figuras como Viriato o Vercingétorix, enemigos simbólicos de Roma, desde países que luego han vivido fascinadas con resucitar ese mismo imperio.
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