Jorge Ávila: «El modelo en el que se basa la Policía Nacional arrancó cuando comenzó la romanización de la Península Ibérica»
Jorge Ávila, autor de 'Sangre Azul' (Edaf), sostiene que el hito fundacional del cuerpo no debería estar en 1824, sino en 1908
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Iniciar sesiónAdemás de ser oficial de la Policía Nacional e historiador, Jorge Ávila destaca porque no se muerde la lengua ante la grabadora. Con un café de rigor en el centro de Madrid –lo pide con hielo, pues ya aprieta el calor– destroza sin piedad ... uno de los mitos más extendidos de este cuerpo: la fecha de su fundación. Si la tendencia es afirmar que el antecedente último de la unidad es la creación por parte de Fernando VII de la Policía General del Reino en 1824 a golpe de Cédula Real, él se sale del carril marcado. «Aquella era una institución ominosa y represiva que se dedicaba a oprimir a los liberales. No debería ser nuestro hito fundacional ahí. Además, fue modificada en mil y una ocasiones», explica a ABC. Con todo, no niega que la función policial fuese alumbrada ya en la época de la Hispania romana, y así lo explica en su última obra, 'Sangre azul' (Edaf, 2022).
¿Desde cuándo es importante la llamada función policial?
La función policial ha sido clave desde siempre. Tiene que haber algo que garantice la paz más allá de la propia ley –que no deja de ser una norma que puede ser omitida por la sociedad– o de los que castigan tras su incumplimiento –los jueces–.
Ficha del libro
- Páginas 224
- Editorial Edaf
- Precio 18 euros
¿Cuándo arrancó el modelo policial español?
La policía es un hecho ciudadano; la ciudad no puede prosperar sin ella. Y la urbe regulada por unas leyes arranca en la época romana. ¿Había ciudades antes? Sí, es indudable, pero no tenemos evidencias de que hubiese una autoridad regulada encargada de hacer cumplir las normas, ayudar o de recordar a los ciudadanos que existían unas prerrogativas que tenían que cumplir en beneficio de esa sociedad.
¿Y el de la Policía Nacional, en concreto?
Para mí, el modelo en el que se basa la Policía Nacional arrancó cuando comenzó la romanización de la Península Ibérica. Fue entonces cuando se produjo el proceso de urbanización en España, la verdadera explosión de lo ciudadano. Los romanos fueron los que implantaron un modelo de urbanización uniforme, con unas leyes y unas pautas de convivencia y unas figuras específicas encargadas de velar por las normas establecidas, que eran los ediles.
¿Cuáles eran sus atribuciones?
Tenían un abanico muy amplio de funciones. No abarcaban solo las policiales, como el cuidado del orden –que no hubiese peleas en las tabernas o en la vía pública, evitar los hurtos, etc–, sino que también vigilaban los pesos y las medidas del mercado, se preocupaban de la limpieza diaria... En realidad, esas son tareas equivalentes a las de los cuerpos de seguridad actuales. Por eso, los ediles hispanorromanos tenían un carácter marcadamente policial y, para mí, abrieron camino.
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Otro grupo que sentó las bases de la Policía Nacional fue, en su opinión, la shurta
La shurta fue de los capítulos más placenteros de escribir. Casi nadie sabía que, durante la Hispania musulmana, existió una unidad que podríamos definir como una de las primeras fuerzas policiales centralizadas. Poca gente conoce su historia y poca gente ha investigado sobre ella. Existen fuentes primarias del siglo XII, pero una mínima cantidad de expertos ha ahondado en sus funciones y organización. Como mucho, han desmenuzado la de Damasco, pero no la que se instaló en Al-Andalus, de la que solo existe un artículo escrito, además, en árabe.
¿Cuál fue su origen?
El califato omeya de Damasco. El término procede de 'cohortes'. Y es que, tras la caída del Imperio romano de Occidente, la cultura islámica adaptó las cohortes urbanas presentes en África: grupos dedicados a la protección de los puertos y de las costas. La centralidad, una de sus características más llamativas, se implantó también en la península tras la invasión. Al-Andalus siempre necesitó de un modelo policial centralizado, como centralizado era el poder musulmán peninsular.
¿Cuáles eran sus objetivos?
La shurta, en principio, solo tuvo unas pocas sedes como Córdoba –la propia capital del emirato y posterior califato– y ciudades muy próximas, como Sevilla. En ella cristalizó la función policial: supervisar al delincuente y favorecer el orden público. Con todo, también controlaba lo que se decía del califa o del emir en las calles; intervenía, por ejemplo, si se proferían insultos o críticas contra ellos. Hasta tal punto estaba centralizada que había un destacamento permanente en la Mezquita de Córdoba en el que se recibían denuncias ciudadanas. En resumen, me pareció uno de los cuerpos policiales más interesantes de la historia de España por la asimilación de lo policial al poder. Se buscaba, además, que no se viera como algo efímero, sino casi espiritual.
¿Cómo se pasó de esa autoridad centralizada a la división de las autoridades?
Una de las líneas de este libro es analizar cómo fue esa evolución. Tras la Reconquista y el auge de los reinos cristianos, el modelo policial se atomizó y surgió desde abajo. La gente se empezó a unir para actuar contra la delincuencia y, ya establecidos organismos como las hermandades populares, el poder llegó y las amparó bajo su manto. La explicación es que el avance contra el musulmán trató de liderarlo la monarquía, pero, hasta que los reyes no se impusieron sobre los poderes feudales, no dejaron de ser un agente más. La lucha de las coronas no fue, por tanto, contra la delincuencia, sino contra otros nobles que intentaban adelantarles. En ese contexto, en mitad de guerras internas y externas, era imposible combatir al malhechor desde arriba. Ante el desamparo surgieron todo tipo de hermandades: políticas, de la marina, de seguridad, etc.
¿Cómo era la situación?
Pésima. La sociedad sufría las consecuencias a pie de calle de esa inestabilidad política y social. La situación desembocó en una alta tasa de delincuencia. Había muchos espacios vacíos que los reyes trataban de repoblar, con mucho bosque. Era un momento en el que no había ejércitos profesionales y en el que los soldados, muchas veces, quedaban ociosos cuando los contingentes se disolvían. El problema es que se dedicaban a esconderse, tirarse al monte, vivir de la rapiña y atacar caravanas.
¿Cuándo se empezó a centralizar de nuevo el poder?
Es una cuestión abierta. A mediados del siglo XIV surgió en pleno centro peninsular, en Toledo, Ciudad Real y Talavera, una hermandad común de lucha contra el desalmado. Por entonces aquellas tierras acababan de ser reconquistadas y había mucha inestabilidad. La gente que venía a repoblar esas zonas se encontraba una situación de bandolerismo que había que atajar. Así, alrededor de los apicultores –un gremio con cierto poder y clave para el desarrollo de la región por las características del terreno– formaron sus propias hermandades con el fin específico de enfrentarse a una delincuencia que estaba socavando la economía de la sociedad. Luego presentaron esa iniciativa al Concejo de su ciudad para darle cierto grado de institucionalización. Este elevó el proyecto al monarca, quien amparó estos nuevos grupos con una legislación específica.
¿Existe alguna norma o ley de estas hermandades que se mantenga hoy?
Sí. Con estas hermandades comenzó, por ejemplo, la obligación que todo ciudadano tiene de asistir a un cuerpo policial cuando sean requeridos para ello en el marco de sus funciones y con un fin que sea la persecución de un delito. Ahí surge el concepto de agente de la autoridad; una persona que ejerce unas funciones reguladas por una institución que le concede una serie de prerrogativas; por ejemplo, la posibilidad de pedir comida para su caballo si está persiguiendo a un delincuente.
¿Quiénes fueron los encargados de centralizar el poder de estas hermandades?
Isabel y Fernando acogieron a esas hermandades y les dieron forma desde arriba. Fueron unos visionarios y supieron extrapolar el modelo manchego a todos sus reinos. Cogieron las riendas, las institucionalizaron y las centralizaron desde el poder. Así surgió la Santa Hermandad de los Reyes Católicos que, tras el fin de la Reconquista, se atomizó de nuevo. Solo se volvió a unir tras la entrada de los Borbones, aunque a nivel militar.
¿En todo ello se basó Fernando VII para instaurar el germen de la Policía Nacional mediante el decreto de 1824?
No creo que ese decreto sea el hito fundacional de la Policía Nacional. Ni yo, ni otros muchos historiadores policiales. Acabábamos de salir de un pronunciamiento, el de 1820, fomentado por hombres que habían luchado por la independencia de España y a los que había tenido que derrotar la Santa Alianza para instalar de nuevo en el trono a Fernando VII. Fue precisamente este monarca quien, en 1824, creó una policía para perseguir y machacar a los liberales; una institución cuya única finalidad era reprimir cualquier atisbo de liberalismo. Fue el principal puntal sobre el que se apoyó un régimen en el que el rey se ubicaba por encima de la ley. Era una institución ominosa dedicada a que no se criticara a la Monarquía y a la censura. ¿Realmente queremos poner nuestro hito fundacional como policía democrática, garante del ejercicio de unos derechos y unas libertades, en un cuerpo secreto y político que solo se dedicaba a reprimir?
¿Por qué hacerlo?
En primer lugar, porque se quiere llevar la delantera a la Guardia Civil, el único cuerpo policial español que sí tiene una continuidad institucional desde 1844 hasta hoy. La Policía Nacional no puede presumir de ello. Es cierto que, de cara a la galería, tenía atribuciones como ayudar a los borrachos y a los huérfanos, y fueron muchas sobre el papel; pero, en la práctica, no hubo una fuerza armada en las calles como para llevar a cabo esas tareas. En verdad había un despliegue de ciertos agentes encubiertos que informaban a un superintendente de los movimientos que había a nivel político. Y las pocas fuerzas que hubo, como los Celadores Reales, operaban tan solo en las afueras de Madrid, se preocupaban de evitar el contrabando y eran muy caros de mantener porque iban a caballo.
¿Diría que es un error severo establecer el nacimiento de la Policía Nacional en ese punto?
Es una pena. En España parece que la verdadera honorabilidad descansa sobre una tradición cronológica. La Policía Nacional tiene méritos de sobra para ser una de las fuerzas policiales más emblemáticas de todos los tiempos. No tiene que reducir todo a una acotación temporal. Es un grave error hacer descansar esa pompa en ello. En 1840, cuando Espartero entró a la regencia y pidió todos los informes de esa policía, la disolvió. Vio que había partidas de dinero sin justificar, latrocinio... Por eso es absurdo trazar a la ligera, casi caprichosamente, su tradición institucional. Porque ha sido interrumpida y modificada una infinidad de veces.
¿Por qué fue interrumpida en tantas ocasiones?
Los tiempos fueron muy convulsos. En la época de Isabel II hubo alternancias en el poder, una infinidad de constituciones que quedaron sin efecto... Predominó mucho el estamento militar, y lo civil poco tenía que hacer tanto a nivel político como de orden público. Las diferentes soluciones que se aplicaron fueron nefastas. Al final fue un cuerpo que no tuvo una línea temporal sólida y marcada. Hubo policías que duraron diez años y formados por agentes contratados de forma eventual. Eso poco tiene que ver con la Policía Nacional.
¿Cuál diría que debería ser ese hito fundacional?
Para mí, el verdadero hito de la Policía Nacional debe descansar en un hecho que inspire la institución de hoy. El alma está en 1908, en una policía gubernativa de carácter civil que se creó con una función investigativa y otra de orden público. A partir de 1908 se puede trazar una línea institucional y operativa que ya inspira los principios de actuación de la policía moderna: la formación continua en armamento o derecho, la vocación, el espíritu de servicio, la jerarquía marcada, la especialización y el empleo de técnicas adaptadas a su tiempo. Un ejemplo es que en 1922 la policía científica dio sus primeros pasos. En definitiva, se abordó la delincuencia de forma seria. Los agentes estaban preparados para garantizar el ejercicio de la ley, la defensa, y actuar en interconexión con el cuerpo de vigilancia. Esa sí fue una policía gubernativa de carácter civil con unos métodos bien planificados, un espíritu de actuación uniforme y que tiene el servicio al ciudadano como su norte.
¿Qué hitos destacaría de la Policía Nacional?
La lucha contra el terrorismo. El terrorismo fue el elemento que aceleró la consolidación de un verdadero cuerpo policial civil en España, principalmente de su rama de vigilancia. Provocó que se configurara y profesionalizara, de una vez por todas, un cuerpo urbano que actuara contra él. Existía la Guardia Civil, pero sus objetivos eran otros, y en el ámbito rural. Tenían medios adaptados a su contexto como, por ejemplo, las armas largas, ideales para los bosques.
¿Desde cuándo lucha la policía contra el terrorismo?
Desde su fundación. El auge del terrorismo en España arribó tras la llegada de determinados movimientos anarquistas a finales del XIX. El mismo Alfonso XIII sufrió un atentado el día de su boda, al igual que otros tantos generales de la época. En consecuencia, el modelo policial tuvo que adaptarse a él desde el ámbito civil. Así, desde 1908 ha combatido contra los grupos anarquistas, el FRAP, el GRAPO, ETA... Sin minorar a la Guardia Civil, la Policía Nacional ha sido clave en ello.
¿Cuál es la principal característica del terrorismo?
Su relación con lo urbano. El terrorismo actúa en la ciudad porque busca causar el mayor estrago posible. Y es en la ciudad dónde se concentra más gente y están establecidos los organismos de poder. Por eso la policía debe actuar en ella.
¿Cómo ha sido la lucha contra el terrorismo desde entonces?
La lucha contra el terrorismo la conocen los ciudadanos de sobra. Ha sido muy dura. Los agentes han puesto la nuca en los famosos años del plomo, cuando caía todos los días un policía en el País Vasco. El problema es que solo se actuó cuando se empezó a matar políticos, jueces y gendarmes franceses al otro lado de la frontera. Entonces se dieron a la Policía Nacional los medios materiales, técnicos y humanos para enfrentarse al terrorismo. Hoy recogemos los frutos de aquello: una paz social que no teníamos desde hace décadas.
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