La colosal estafa con la que la URSS ocultó a sus propios ciudadanos su gran catástrofe nacional
Tras la explosión del reactor nuclear de Chernóbil en 1986, la maquinaria de propaganda soviética se puso a trabajar
El cuadro nunca expuesto que reescribe la batalla clave de Felipe IV se podrá visitar en Madrid

No por sabido resulta menos impactante. Fue un 26 de abril de 1986 cuando el mundo se estremeció al conocer una de las catástrofes más colosales de la historia reciente. Aquella jornada, el reactor número 4 de la central nuclear de Chernóbil, en Ucrania, ... explotó a la 1:23 de la madrugada. A partir de entonces, se desató un infierno atómico en los pueblos cercanos. La mayor preocupación de la Unión Soviética fue que la nube radioactiva que se generó terminara por el desplazarse a través del viejo continente. Y no por responsabilidad humanitaria, sino porque, de ser así, el mundo entero sabría que en el paraíso comunista también se producían errores humanos.
Todo fue gris desde el principio. La agencia de comunicación rusa Tass informó de que «uno de los reactores atómicos había resultado dañado, aunque insistió en que no había ninguna evaluación de los daños. Su máxima era que se habían «adoptado medidas para eliminar las consecuencias del accidente» y que estaba «siendo enviada ayuda a los afectados». El gobierno llamó a más de 600.000 liquidadores, a los que se les prometió una suculenta recompensa a cambio de ayudar a paliar aquella locura. Su tragedia, como la de los pilotos y los bomberos que dieron la vida por calmar a aquel monstruo radioactivo, es más que conocida. Sin embargo, poco se ha hablado de los miles y miles de ciudadanos evacuados en las jornadas posteriores.
Igual que no fue ajeno al accidente, ABC tampoco obvió la labor titánica que supuso evacuar una ciudad como la de Pripyat; fundada, por cierto, más de una década y media antes para dar cobijo a los trabajadores de la central nuclear de Chernóbil. Todo comenzó con una locución de la radio local el 27 de abril: «¡Atención, atención, queridos camaradas! Con el fin de garantizar la total seguridad de la gente, en primer lugar de los niños, es necesario evacuar provisionalmente a los habitantes». También añadió que todo se debía a una «situación radioactiva desfavorable», bonito eufemismo para lo que suponía el estallido de una central nuclear en los años ochenta.
Catástrofe atómica
Bajo las palabras «catástrofe atómica en la URSS» y «desolación en torno a Chernóbil y problemas para la población evacuada», ABC desveló las penurias sufridas por las 50.000 personas que salieron de la ciudad. Hombres, mujeres y niños que abandonaron sus casas y sus pertenencias sin saber qué sucedería una jornada después. En muchos casos, bajo el silencio sepulcral de las autoridades. Desde la primera línea de las noticias, ya quedaba clara la postura del gobierno local de cara al extranjero. «Las autoridades soviéticas están deseosas de que los organismos internacionales comprueben la eficacia de las medidas adoptadas para hacer frente a las consecuencias de la catástrofe de Chernobyl».
También se añadía que las cosas, al menos en el aspecto técnico, estaban bajo control. Pero la realidad es que la operación había sido un caos. Para empezar, no se produjo hasta día y medio después del suceso. Y lo peor es que los ciudadanos, según sus propias declaraciones, fueron engañados. «Por la tarde, nos dijeron que nos evacuarían tan solo por tres días y resultó que fue para toda la vida», desveló en una entrevista posterior Marina, antigua habitante de la urbe. Las autoridades movilizaron miles de autobuses con rumbo a Kiev. Las únicas directrices que se dieron fueron «cerrar bien las ventanas» para evitar la contaminación.
Los pisos, clónicos y elaborados a la manera soviética, quedaron así en espera de su regreso, que jamás se produjo. Y todo, mientras reinaba la calma. «No había pánico, los niños jugaban en las calles», confirmó otra residente. No se puede negar, basándonos en las páginas del diario, que la prensa soviética publicó una infinidad de instantáneas de la urbe en los siguientes días. «No se ocultan el panorama desolador de las ciudades abandonadas, con calles recorridas solamente por vehículos especiales de control de contaminación y sobrevoladas por helicópteros que arrojan toneladas de arcilla y plomo sobre el reactor averiado para aislar la atmósfera de las partículas radioactivas».
Estafa internacional
El 5 de mayo, el corresponsal en Nueva York, José María Carrascal informó de que habían llegado las primeras películas, filmadas en directo, desde la urbe. «Eran casi más importantes por lo que mostraban que por lo que no mostraban: los bloques del poblado de Pripyat parecían vacíos, y las carreteras adjuntas desérticas, excepto un solitario camión». Pocas jornadas después, el mismo corresponsal incidía en que el gobierno de Moscú había tardado casi dos semanas en aplicar controles médicos serios a los refugiados. «Analizando las parcas informaciones que nos suministran las autoridades soviéticas, se comprueba que, si el accidente fue una catástrofe, la evacuación fue un desastre», incidía.
Las autoridades soviéticas se centraron en hablar del buen trabajo que acometían. «Con la contaminación radioactiva atmosférica en 'límites aceptables', aparentemente, los esfuerzos se centran en comprobar que las aguas del río Prypiat, junto a la central, no están contaminadas». Pero no fue solo Pripyat la que sufrió los daños colaterales. Por descontado, también suponía un problema para las ciudades vecinas asumir la ingente cantidad de ciudadanos que arribaban desde el centro de la catástrofe.
Si Pripyat se transformó para siempre en una ciudad fantasma, en Kiev, a poco más de un centenar de kilómetros, sucedió todo lo contrario. El miedo se hizo con la mayoría de los ciudadanos y se generó el desconcierto. «Quienes han podido han adelantado sus vacaciones. Y los que no, han procurado enviar lejos a sus hijos: unos doscientos cincuenta mil pequeños están abandonando la ciudad en un trágico remedo de Hamelin», incidía ABC en mayo. Como era de esperar, el pánico a la radioactividad se trasladó al extranjero a la velocidad del rayo. En Italia, por ejemplo, no fueron pocos los agricultores que acabaron con remesas y remesas de verduras «sospechosas» arribadas desde Rusia. O eso consideraban ellos.
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