La carta póstuma en la que Pinochet se sintió «orgulloso» del golpe de Estado: «Fue preciso fusilar»
Poco antes de morir, el dictador chileno entregó el siguiente escrito dirigido al país, con la única condición de que fuera hecho público únicamente cuando él hubiera fallecido. «Es posible que las muertes nunca se sepa cómo o por qué ocurrieron»
Israel Viana
Madrid
Retrocedamos primero hasta el 11 de septiembre de 1973. Santiago de Chile. Un grupo de militares golpistas de extrema derecha, encabezados por el general Augusto Pinochet, ataca el Palacio de la Moneda con Salvador Allende dentro. Ese mismo día, el presidente de Chile ... se dirige al país en un discurso difundido a través de las ondas de Radio Magallanes:
«Seguramente, esta será la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes. Las Fuerzas Aéreas han bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura, sino decepción, y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron [...]. Ante estos hechos, solo me cabe decirles a los trabajadores: ¡No voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo».
Poco minutos después, Allende se sentaba en un sofá del palacio, apoyaba la barbilla sobre su arma y se volaba la cabeza. «Misión cumplida. Moneda tomada. Presidente muerto», comunicaba minutos después a Pinochet uno de sus subordinados. El Ejército acababa de hacerse con el poder de Chile usando la fuerza. En ese mismo instante, según recordaba Leila Pérez a ABC en 2014, alguien irrumpió en su clase para informar de lo que estaba ocurriendo. Ella tenía solo 16 años y su escuela no estaba lejos de la sede presidencial, así que podía ver desde su pupitre bombas de los aviones, sin imaginarse que en ese momento comenzaban los peores días de su vida:
El terrorífico legado de Bolsonaro en diez frases: «Jamás la violaría, diputada, no lo merece»
Israel VianaEn sus declaraciones públicas a lo largo de los últimos años, el todavía presidente de Brasil se ha mostrado racista, homófobo, machista, negacionista e, incluso, ha dejado claras sus simpatías por la dictadura que secuestró, torturó y asesinó durante dos décadas
«Al día siguiente fui detenida junto a 10 compañeros de clase sin que me dieran ninguna explicación y enviada al Estadio Nacional de Chile, donde permanecí cinco días siendo torturada. Sufrí golpes, ahogamientos, quemaduras, descargas eléctricas, simulacros de fusilamiento disparando al cielo y agresiones sexuales, todo eso mientras me hacían preguntas que no entendía».
«Conejillos de indias»
Fueron momentos de terror para ella y para las miles de personas que fueron detenidas ilegalmente y, en muchos casos, asesinadas. «Se nos utilizó como conejillo de indias para que algunos soldados golpistas aprendieran a torturar. Nos usaban para enseñar a otros a interrogar, colocar los electrodos, saber cuánto tiempo debían aplicar las descargas, dónde quemar… Simplemente nos ponían ahí como a objetos e iban enseñándoles donde dolía más y cómo había que apretar los pezones mientras introducían cosas en el ano y la vagina», recordaba Pérez.
Eran los primeros momentos de la dictadura que se prolongó hasta 1990 y de la que el primer Gobierno de la democracia chilena tras la caída de Pinochet reconoció, a lo largo de cuatro comisiones públicas, más de 40.000 víctimas entre torturados, presos políticos, desaparecidos y ejecutados.
a muerte de Pinochet
Vayamos ahora al segundo momento. Santiago de Chile, 11 de septiembre de 2006. En las calles de la capital se producen un centenar de heridos, 240 detenidos y cuantiosos daños materiales en los incidentes ocurridos durante la celebración de los 33 años del golpe de Estado contra Allende. Tres meses después, el 10 de diciembre, Pinochet moría en el Hospital Militar de dicha ciudad sin pisar la cárcel, a pesar de contar con 300 cargos penales por violaciones de derechos humanos durante sus 17 años en el poder. Todo ello sin contar los casos de evasión de impuestos, malversación y acumulación de 28 millones de dólares de manera ilícita en los que estuvo implicado.
Aún así, el exdictador parecía que no lo tenía todo dicho, pues dos años antes había entregado una carta a los dirigentes de la Fundación Augusto Pinochet para que la difundieran tras su muerte. En ella no hace mención a ninguno de estos delitos. Por el contrario, se mostraba orgulloso del golpe de Estado, aseguraba que jamás hubo un plan institucional para cometer las extralimitaciones y abusos a pesar de las pruebas, ni tampoco las muertes y desapariciones que reconoce que hubo tras la implantación de su régimen. Además, defendía la idea de que atacó al Palacio de la Moneda y al presidente para evitar una guerra civil.
«Por amor se pueden hacer muchas cosas buenas y muchas malas, acertadas y erróneas», escribía Pinochet, insistiendo en que en su corazón «no hay lugar para el odio», pues lo único que hizo fue atender a sus obligaciones como militar. «Por eso fue preciso emplear diversos procedimientos de control militar, como reclusión transitoria, exilios autorizados y fusilamientos con juicio militar». Sin embargo, sus días en Londres, en los que permaneció detenido por orden del juez de la Audiencia Nacional española Baltasar Garzón, dice que fueron «un tipo de destierro y soledad que jamás hubiera pensado, y menos deseado».
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