Golpe de Estado de Pinochet: «Fui usada como un conejillo de indias para que los soldados aprendieran a torturar»
Lelia Pérez es una de las 40.000 víctimas reconocidas de la dictadura chilena que, con 16 años, sobrevivió a quemaduras, ahogamientos, descargas y un aborto provocado por los golpes

El 11 de septiembre de 1973, Lelia Pérez tenía 16 años y era estudiante de secundaria. Alguien interrumpió su clase para informar de que el Palacio de la Moneda estaba siendo atacado y de que tenían que resguardarse. Su escuela no estaba muy lejos, así que pudo ver desde allí a los aviones bombardeando, pocos minutos antes de que Salvador Allende se sentara en un sofá palaciego, apoyara la barbilla sobre su arma y se volara la cabeza. «Misión cumplida. Moneda Tomada. Presidente Muerto», comunicaba un general a Augusto Pinochet , que acababa de tomar el poder de Chile por la fuerza.
Pérez no imaginaba en ese momento que comenzaban para ella los peores días de su vida: «Al día siguiente fui detenida junto a 10 compañeros de clase sin que me dieran ninguna explicación y enviada al Estadio de Chile, donde permanecí cinco días siendo torturada. Sufrí golpes, ahogamientos, quemaduras, descargas de electricidad, simulacros de fusilamiento disparando arriba y agresiones sexuales, todo eso mientras me hacían preguntas que no entendía», cuenta a ABC esta superviviente de las brutalidades cometidas en los primeros tiempos de la dictadura .
Fueron momentos de terror para ella –y para otras miles de personas que fueron detenidas ilegalmente, y en muchos casos asesinadas– en los que fue utilizada «como conejillo de indias para que algunos soldados golpistas aprendieran a torturar». «En el estadio nos usaban para que enseñar a otros como interrogar, como colocar los electrodos y cuanto tiempo debían aplicar las descargas, donde quemar… Simplemente nos ponían ahí como a objetos e iban enseñándoles donde dolía más o como había que apretar los pezones, mientras introducían cosas en el ano y la vagina», recuerda esta chilena de ahora 56 años, cuyos padres ni siquiera sabían dónde se encontraba durante aquellos interminables días de septiembre.
Más de 40.000 víctimas
Eran los primeros momentos de una dictadura que duró hasta 1990 y en los que el Gobierno chileno ha reconocido, a lo largo de cuatro comisiones públicas, más de 40.000 víctimas entre torturados, presos políticos, desaparecidos y ejecutados, sumando los dos últimos un total de 3.065 personas. «Nosotros pensamos que hay muchas más víctimas que fueron detenidas ilegalmente y que nunca fueron declaradas, algunas de ellas maltratadas, que podrían añadir varias decenas de miles más», asegura Javier Zúñiga, de Amnistía Internacional, que viajó a Chile en varias ocasiones desde 1978 para visitar las prisiones y documentar los abusos.
A todas estas víctimas no reconocidas, Lelia Pérez añade todas aquellas personas a las que arrasaron sus casas y a quienes destruyeron sus pertenencias, a todos los estudiantes que perdieron sus carreras universitarias, a los exiliados o detenidos sin ser registrados o a las mujeres y niñas que fueron violadas en los pueblos, entre otros ejemplos.
Cuando la liberaron del Estadio Nacional en mitad de la noche cinco días más tarde, su país estaba irreconocible. Pinochet había impuesto el toque de queda a los ciudadanos y se estaban deteniendo a miles de activistas sociales, maestros, sindicalistas y estudiantes, todos ellos encerrados en centros clandestinos dispersados por el país. Ella no fue una excepción, puesto que tras ingresar en la universidad para estudiar Historia y continuar vinculada al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), donde había ingresado con 14 años, fue detenida de nuevo en su propia casa una noche de octubre de 1975 y enviada a Villa Grimaldi junto a su novio.
El infierno de Villa Grimaldi
En aquella antigua casa colonial de recreo que había sido tomada por la DINA –la policía política de Pinochet – para usarla como centro de detención y tortura, Pérez vivió sus peores experiencias. «Coches pasando por encima de personas para partirles sus extremidades, más descargas eléctricas, ahogamientos en bidones llenos de vómitos, forzar a los prisioneros a comer heces o provocar abortos a muchas mujeres, como me ocurrió a mí, atándolas a árboles y golpeándolas. No solo te amarraban ahí para provocarte el aborto, sino que te dejaban varios días atada», comenta.
«A mí me hacían limpiar el lugar, donde había restos de piel, de pelo...»La actividad en Villa Grimaldi era permanente, sin interrupciones. Los equipos operativos entraban y salían del lugar las 24 horas del día, trayendo detenidos y torturando a cualquier hora. Las torturas más habituales eran «la parrilla», los colgamientos y el «submarino húmedo». La primera consistía en un somier de metálico en el que tumbaban a una persona atada con correas para darle descargas eléctricas. «A veces ponían a otra persona debajo y a una tercera en contacto con los barrotes metálicos del cubículo, para así poder electrocutar a tres personas a la vez con la misma corriente eléctrica», explica Pérez. Los colgamientos se producían de las muñecas y las rodillas, con el objetivo de provocar el dolor generado por el peso del cuerpo, mientras se golpeaba y se producían heridas cortantes. Y el «submarino húmedo» consistía en introducir la cabeza del detenido hasta casi la asfixia en un recipiente de agua.
«Nosotras, que estábamos vendadas, escuchábamos las torturas, los gritos de las personas y las órdenes de traer agua hirviendo. Después a mí me hacían limpiar el lugar, donde había restos de piel, de pelo… no quiero seguir hablando», agrega Pérez con emoción.
«Estaba cagada de miedo»
La superviviente asegura haber sido testigo en Villa Grimaldi de la muerte de hasta seis compañeros, cuyos nombres es capaz de recitar de memoria (Alberto Gallardo, Catalina Gallardo, Mónica Pacheco…). «Pero lo terrible –cuenta– es que tomaron sus cuerpos, los torturaron toda la noche hasta la muerte y después los recogieron para llevárselos a las afueras de Santiago y hacer todo un montaje con la prensa y la televisión, que al día siguiente contaron que los fallecidos habían sido abatidos en un enfrentamiento con las fuerzas del orden».
Según explica Zúñiga, un equipo de Amnistía Internacional fue a Chile en noviembre de 1973 y realizó un informe en el que ya se demostraba el grado de brutalidad y destrucción de la sociedad chilena que había emprendido Pinochet. «No sé limitó a quitarle las riendas del poder a Allende, sino que desde el principio pensó en construir un Chile nuevo libre de marxismo, con instituciones nuevas. Los primeros decretos que hizo fueron para eliminar los sindicatos, suspender los partidos y el Congreso, y echó a las personas que habían sido elegidas por el pueblo. Todo eso sin ni siquiera hablar de los campos de concentración», explica el experto de AI.
Tras un año allí, a Lelia Pérez la trasladaron al campo de concentración «Tres Álamos», donde estuvo otros 9 meses, hasta que la obligaron a salir del país a finales de 1976. Se marchó a Venezuela y, más de 10 años después, cuando Pinochet fue destituido tras un referéndum general, regresó a Chile para participar en el movimiento social que se había ido creando, pero no ya como militante del MIR, del que había renegado.
«Era otro país completamente distinto. Fue tremendo. Mi propia familia había cambiado, habían nacido niños y no sabía quiénes eran mis sobrinos, por decir alguna de las cosas. La gente vivía con mucho silencio y mucho temor. Todo estaba privatizado. Fue muy fuerte ese cambio. Y, bueno, estaba cagada de miedo, que te voy a decir, ¡cagada de miedo! Pero por otro lado sentía que esto tenía que terminar y ese sentimiento era mucho más fuerte», concluye.
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