De las cargas suicidas de Felipe V a la formación de Doña Leonor: la historia militar de los Reyes de España
El papel de los Monarcas como generales de sus ejércitos ha ido evolucionando al cabo de los siglos hasta convertirse en un cargo simbólico
La Princesa Leonor ya es oficialmente dama cadete de la Academia General Militar
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Iniciar sesiónLa Princesa de Asturias Leonor ha sido nombrada esta semana Dama Cadete de la Academia General Militar de Zaragoza como parte de la formación militar que, al igual que su padre, deben prepararla para asumir algún día la Corona española. Una deferencia con las ... Fuerzas Armadas, de las que el Rey de España es capitán general y mando supremo según dicta la Constitución, y también un recordatorio del papel militar que han jugado los Monarcas en la historia de España.
Los reyes y comandantes de la Edad Media, cuyo poder estaba directamente relacionado con su papel de señor de la guerra, se colocaban en primera línea de batalla y, junto a su guardia próxima, realizaban cargas de caballería que en muchas ocasiones fueron decisivas y otras tantas les costaron la vida o la libertad. Alfonso El Batallador, uno de los reyes medievales más belicosos de Aragón y Pamplona, murió en el verano de 1134 sitiando la fortaleza de Fraga debido a las heridas causadas por un ataque de los almorávides. Pedro I de Castilla murió en un duelo fratricida a espada con su hermano Enrique de Trastámara. Por no hablar de la batalla de Navas de Tolosa, donde acudieron el Rey Alfonso VIII de Castilla, Sancho VII de Navarra y Pedro II de Aragón, los principales monarcas de la Península.
Hacia una nueva era
Fernando El Católico, ya en los albores de la Edad Moderna, siguió participando en batallas campales como la de Toro (1476) y encabezó varias cargas como un caballero medieval clásico. Otros reyes contemporáneos a él también actuaron de la misma forma, si bien el riesgo era demasiado elevado. Derribado de su montura en la batalla de Pavía (1525), Francisco I de Francia fue capturado por las tropas españolas cuando trataba de zafar su pierna de debajo del moribundo caballo.
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Con Francia descabezada, Francisco fue llevado preso a Madrid donde permaneció un año en la Torre de los Lujanes y en el Alcázar , después, hasta que accedió a firmar el ignominioso Tratado de Madrid y jurar su cumplimiento ante los Evangelios. El país vecino vivió un periodo de desgobierno mientras su Rey estaba ausente y se veía obligado a una diplomacia forzada.
La sobreexposición del comandante en combate suponía un riesgo demasiado alto en la Edad Moderna, donde las estructuras militares aún dependían de que se mantuviera en su sitio la cabeza del general. El Rey de España Carlos I llevó a retar en duelo singular a ese mismo Francisco I. Su presencia en lances claves de su reinado, como la Jornada de Argel en 1541 o en la batalla de Mühlberg (1547), le elevaron como el estereotipo del Rey guerrero, a medio camino entre la Edad Media y la Edad Moderna.
Cuando Solimán El Magnífico amagó con dirigirse a Viena, en 1532, el propio Carlos acudió al frente de un ejército levantado a contrarreloj, en parte con el dinero del rescate de Francisco. El sultán turco se retiró antes de la llegada de las fuerzas imperiales, privando al mundo de lo que hubiera sido el combate del siglo: los dos emperadores del planeta, frente a frente. El cronista Francisco López de Gómara interpretó la retirada de Solimán, en realidad de carácter logística, como motivada por el miedo a su ilustre rival:
«El turco en una áspera batalla no osó venir a las manos con su enemigo temió las fuerzas de los nuestros, el aparato de la guerra, y sobre todo la ventura que entonces tenía nuestro Emperador; huyó en fin muy lindamente».
Detrás de los muros
No heredó Felipe II el ardor guerrero de su padre, al que tanta actividad viajera y militar le jubilaron con solo 56 años. El Rey Prudente se mentalizó en 1557, a principios de su reinado, de que los campos de combate tampoco iban a ser su lugar predilecto. Felipe, que creció admirado por las gestas militares de su padre, participó in situ de la campaña militar contra los franceses en el verano de ese año. La de San Quintín fue lo más cercano a una batalla que presenció en toda su vida.
Sin embargo, el Rey y su escolta inglesa no estaban presentes cuando el primo del Habsburgo, Manuel Filiberto, apoyado por Lamoral Egmont y otros oficiales flamencos, derrotaron a las fuerzas con la que el condestable de Francia trataba de romper el asedio español sobre San Quintín. Al menos 5.000 soldados franceses perecieron en una jornada donde «había tantas moscas azules y verdes emergiendo de sus cadáveres, fecundadas por la humedad y el calor del sol, que cuando remontaban en el aire ocultaban el sol».
El resto de Habsburgo españoles, en consonancia con los tiempos, apenas se expusieron a peligros mortales fuera de sus palacios
Era imposible que caminar por un sol oculto por las moscas resultara del agrado del monarca «más limpio, aseado para con su persona que jamás ha habido», cuya presencia cerca de una batalla no se volvería a repetir. También influyó en esta decisión lo endeble que era el andamiaje de su herencia. Si el Rey moría en combate no había un príncipe bizarro para recibir la corona, a excepción durante muchos años del enfermizo y débil infante Don Carlos (1545-1568), por lo que Felipe II ni siquiera se pudo permitir regresar a los Países Bajos para terminar en persona la rebelión de este territorio.
El resto de Habsburgo españoles, en consonancia con los tiempos, apenas se expusieron a peligros mortales fuera de sus palacios. No así Felipe V, el primer Borbón español, un adolescente tímido y enfermizo que se transformó en una fiera incansable, temeraria en los combates y de una fuerza asombrosa una vez empezó la Guerra de Sucesión que le llevó hasta el trono.
Durante la toma de Luzzara, en el norte de Italia, comandó un destacamento con una «robustez y un esfuerzo» que parecían impropios en el joven. Una bala de cañón que mató a un oficial a su lado le causó heridas leves a él sin que aquello le inmutara. Tanto desprecio por la vida despertó la preocupación de Versalles, desde donde le aconsejaron que tomara precauciones pues Rey solo hay uno. «Todos sacrifican por mí su vida y esta es la ocasión de que ofrezca la mía», contestó sin retroceder un centímetro.
De alguna forma, la hiperactividad que exige la vida militar enterró el trastorno bipolar que sufría el soberano. Cuando se trasladó el conflicto a la Península Ibérica, Felipe V incluso se vio las caras en los campos de batalla con el Archiduque Carlos, pretendiente Habsburgo a la corona, y estuvo a punto de perder la vida en varios choques. La paz solo agravaría su estado mental.
Uno de sus hijos, Carlos III, el tercero en sucederle tras Luis I y Fernando VI, fue también un Rey Guerrero en la línea de su padre. No obstante, lo fue en su campaña por hacerse con un trono en Italia, en una serie de combates contra los austriacos que ocupaban Parma, Nápoles y Sicilia. Cuando años después, Carlos cambió la corte de Dos Sicilias por la de España, el monarca Borbón aparcó las armas, aunque nunca dejó de vestir con ropaje militar, idóneo para la práctica de la caza. El aire marcial no le abandonó, al igual que su admiración hacia el belicoso Federico II de Prusia, que siguió arriesgando el cuello en las batallas.
Nada parecido a un Rey Guerrero surgió en la Monarquía española hasta Alfonso XII, que cumplía con los requisitos de los Reyes Soldados que se pusieron de moda en ese mismo periodo, de Napoleón III de Francia a Guillermo I de Prusia. En un intento por vengarse de los militares que no paraban de inmiscuirse en política, Cánovas del Castillo, artífice de la Restauración borbónica, procuró que el principal espadón del reino fuera el propio Rey. Alfonso XII se empapó de la tradición militar austriaca durante su formación en Viena y, más tarde, ingresó en la Real Academia Militar de Sandhurst, en Inglaterra. Era cadete de esta institución cuando fue proclamado Rey de España.
El Pacificador
Como mando supremo del Ejército, Alfonso XII procuró hacerse respetar por las tropas españolas e incluso tomó parte en la Tercera Guerra Carlista. En la batalla de Lácar, en el valle de Yerri (Navarra), las tropas carlistas asaltaron un pueblo controlado por los liberales por sorpresa la tarde del 3 de febrero de 1875. Capitaneados por el propio pretendiente Don Carlos, los requetés causaron contaron más de 1.000 bajas a las tropas reales y obligaron a Alfonso XII, muy joven todavía, a abandonar rápidamente el lugar de la contienda para evitar ser capturado.
Dos años después, Alfonso, también presente en la zona de operaciones, se resarciría del ataque carlista durante la Batalla de San Marcial. Gran parte de las tropas carlistas cayó en dicha batalla que se considera la tumba de esta causa. Dada su juventud, el Monarca fue tutelado por comandantes experimentados en estas batallas y nunca ejerció de mando único, pero debido a su sentido romántico de la existencia sí arriesgó el pescuezo más de la cuenta.
Dada su juventud, Alfonso XII fue tutelado por comandantes experimentados en estas batallas y nunca ejerció de mando único
En el estudio 'La configuración de la mentalidad militar contemporánea (1868-1909)', Pablo González-Pola califica a Alfonso XII de «buen rey militar», y resalta que el monarca poseyó unos valores castrenses arraigados. Además de intentar reformar el Ejército, esta actividad militar estuvo concentrada en salidas para dirigir maniobras y visitar cuarteles y academias. No en vano, como recuerda Rafael Fernández Sirvent en su monográfico 'De «Rey Soldado» a «Pacificador». Representaciones simbólicas de Alfonso XII de Borbón', «también hubo algunas voces de coetáneos que criticaron al monarca por mostrar una cierta dejación de sus funciones castrenses, como mando supremo y cabeza visible del Ejército.
En este sentido, el anciano emperador alemán Guillermo I se atrevió a sugerir al joven Alfonso de Borbón, por mediación de su plenipotenciario en España, que no ahorrara cabalgaduras ni fatigas para cumplir sus deberes como rey». Parece ser que, una vez pacificada la Tercera Guerra carlista, Alfonso descuidó su vertiente militar y abandonó parcialmente los uniformes con cada vez mayor frecuencia.
MÁS INFORMACIÓN
Antes que él había sido brevemente Rey de España Amadeo de Saboya. Este miembro del Ejército italiano tomó parte en la guerra contra Austria con el grado de coronel, distinguiéndose por su arrojo: en la desgraciada batalla de Custozza (24 de junio de 1866) en donde fue herido en el pecho, lo que le valió la Medalla de Oro al Valor Militar. Dos años después, ingresó en la Marina en calidad de vicealmirante de la Flota italiana. Un vez terminó su reinado, el de Saboya se reincorporó al Ejército italiano, en el que asumiría mandos destacados y alcanzó el grado de teniente general.
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