Así aplastaron los Tercios españoles la aberrante (y extremadamente cara) arma secreta ideada para salvar Amberes
El 'Carantamaula', un buque colosal ideado por el ingeniero italiano Giambelli, embarrancó en 1585 mientras intentaba romper el sitio de Amberes
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Iniciar sesiónEl asedio de la próspera Amberes, perla rebelde con más de cien mil habitantes, por parte de los Tercios de la Monarquía hispánica comenzó a finales de 1584 tras una infinita lista de victorias de Alejandro Farnesio, duque de Parma. El momento ... era idóneo, pero lo cierto es que la urbe era casi inexpugnable. Y no se crean que es una forma de hablar: la posición parecía haber sido ideada por el mismo Sun-Tzu. Estaba situada en el estuario de un río –el Escalda–, se hallaba rodeada de un cinturón de fortines y contaba con una muralla reforzada con una decena de baluartes al abrigo de un foso.
Farnesio no se anduvo con menudencias. Su primer movimiento fue construir un colosal puente que permitiera salvar el Escalda a sus hombres y levantar una serie de fuertes que lo defendieran. «Farnesio, 'el rayo de la guerra', creó este ingenio militar. Para fabricarlo ordenó traer madera de lugares remotísimos en carretadas de bueyes». El que habla a ABC es José Luis Hernández Garvi, autor de 'Asedios en la Guerra de Flandes', y vaya si ha estudiado el tema. El ingenio resultante sumaba 850 metros y se alzó sobre postes verticales anclados al lecho del río. Maderos que, poco después, se unieron con vigas transversales para sujetar los tablones del piso.
A cada extremo se edificó un fortín para su protección. Pero el problema principal fue que el río era tan ancho que, entre las dos partes del puente, levantadas a ambos lados de la corriente, quedó un hueco de más de seiscientos metros que hubo que rellenar con dos líneas de barcos. «Esa obra se construyó sobre barcazas. Cada una contaba con su propia dotación de soldados para defenderla de los posibles ataques. Fue una obra de primer nivel», sentencia Garvi en declaraciones a este periódico. Allá por febrero, el resultado era tangible y se pudo cortar la llegada de bajeles de suministros a la urbe.
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Comenzaba la partida, y cada cual movió banquillo. Los rebeldes, para empezar, contrataron los servicios de un ingeniero italiano llamado Federico Giambelli para que acabara con el puente de Farnesio y permitiera la entrada de los suministros. «Había estado al servicio de Inglaterra, desde donde lo había enviado a los Países Bajos para que ayudase a los rebeldes contra España», explica Garvi. Su idea inicial fue construir decenas de brulotes. «Eran barcos que se cargaban con pólvora, chatarra y hasta lápidas que estallaban al impactar contra el puente», completa el divulgador. Y, aunque fallaron, obligaron a los españoles a construir un contradique que les protegiera.
Barco de pesadilla
No descansaba el espíritu revanchista de Giambelli. El italiano, ávido de romper el cerco, se concentró en el diseño de un colosal buque de fondo plano con el que pensaba bombardear el puente. Historiadores como Juan Giménez Martín han definido este ingenio en sus obras como el navío más grande visto hasta la fecha; un bajel de «desproporcionada magnitud» que estremecía a holandeses y españoles. Contaba con un castillo central que sobresalía por encima de la cubierta, una docena de cañones y podía transportar hasta un millar de mosqueteros. El cronista del siglo XVII Famiano Estrada así lo dejó sobre blanco en sus escritos:
«Aún todavía les había quedado un arma a los ingenieros de Amberes, reservada como única esperanza. Era un navío de extraordinaria magnitud y forma, cuyo suelo no desemejaba a los pontones y se tejía con vigas a modo de enrejado para que los vacíos que se dejaban entre las vigas se llenasen con tinajas vacías y se sustentase mejor la máquina. […] Armados por todas partes los costados con un impenetrable parapeto y con espeso orden de cañones a batir. Más sobre el navío cubierto, sobre un sólido tablado, se levantaba otro navío, que parecía castillo, de figura casi cuadrada, que llevaba como mil soldados, armados los más con mosquetes».
El ingeniero italiano bautizó este curioso invento como 'El fin de la guerra'; así de optimista era. Por el contrario, tal y como recuerda Garvi a este diario, los mercaderes de Amberes que se vieron obligados a apoquinar monedas para su construcción le definieron de forma diferente: 'El dinero perdido'. Y es que, según el divulgador español, los ciudadanos daban mucha más importancia a su ahorros y a sus vidas que al honor de la victoria. Los datos estremecen; Estrada confirmó en sus escritos que el bajel costó un total de cien mil florines y que «dicen que su construcción se extendió durante siete meses». Las esperanzas puestas en él eran tan elevadas como su precio.
Lo que está claro es que no debía de ser el buque más estético del Viejo Continente. Se cuenta que, cuando los combatientes españoles vieron aquel adefesio navegar sobre las aguas del Escalda por primera vez, le bautizaron como 'Carantamaula', el nombre que se le daba a las máscaras fabricadas para asustar a los más pequeños en las fiestas y que evocaban monstruos imaginarios. «Los soldados, por chanza militar, lo llamaron así. Por no haber hallado en él, después de la primera vista, sino una desmedida fantasma y un espantajo de niños», añade el cronista del siglo XVII. Aunque eso no le quitaba ni pizca de letalidad.
Desastre anunciado
Al calor del 'Carantamaula' arrancó la fiesta a finales de mayo de 1585. Y las defensas le esperaban. El contradique, objetivo prioritario, estaba defendido por cuatro fuertes (Santiago, La Plata, San Jorge y Victoria –también llamado 'La empalizada'–) en los que estaban acantonadas las tropas del Tercio de Íñiguez y los italianos de Capizucchi. A su vera se hallaban las fortificaciones de De la Cruz, donde sentaba sus reales el coronel Mondragón, y Staebroek, con el conde de Mansfeld al frente. Narra Garvi que, en un primer momento, las tropas rebeldes avanzaron hacia el puente. La maniobra no era más que una engañifa para distraerles.
El asalto, protagonizado por 160 embarcaciones, fue un desastre con mayúsculas. La primera parte del contingente rebelde avanzó hacia La Plata, pero, tras una intrincada lucha, fue rechazada. Los Tercios aguantaron estoicos la acometida desde Amberes. Por otro lado, el 'Carantamaula' dirigió sus cañones hacia el Victoria. En un primer momento, la artillería del buque causó estragos en las defensas. Al son de un estruendoso bom, bom, bom, los cañonazos sembraron el caos. Aunque los fallos en el gobierno del monstruo naval le condenaron poco después. Narra Víctor San Juan en 'Breve historia de la Armada Invencible' que el bajel acabó por descontrolarse y embarrancó cerca de Oordam. Había dos posibilidades: defenderlo hasta la muerte, o salir por piernas. Los protestantes apostaron por lo segundo.
Así acabó el mayor ingenio holandés, ese que había costado miles y miles de florines a los rebeldes: a merced de los Tercios españoles. Poco más se narra de él en las crónicas más allá de que fue capturado por Mansfeld y, a no mucho tardar, desguazado. Estrada, eso sí, le dedica alguna que otra línea en sus textos:
«Habiéndolo echado al Escalda y pasándolo por la cortadura del dique a los campos inundados, era con dificultad manejado por los marineros. Y apenas se arrimó a Oordam, cuya fortificación invadió, cuando quedó fuertemente encallado en la tierra más vecina, que con ningún artificio de los marineros, con ningún esfuerzo de los que iban en sus compañías, pudieron arrancarla o levantarla. Verdaderamente las cofas, que salen de medida, son más para la apariencia que para el uso. Esto es lo que allí experimentaron los mismos de Amberes, los cuales de allí en adelante lo llamaron 'Los gastos perdidos'».
Con todo, y aunque se resistió la posición en 'La empalizada', se vivieron momentos de angustia entre las tropas españolas cuando los protestantes lanzaron un grupo de brulotes falsos contra el dique. Aquello provocó una desbandada general y una brecha que tuvo que ser taponada a todo correr por Mondragón. Pero ni así. «Los ansiosos zapadores protestantes, con palas, azadas y picos, se pusieron a desmantelar el dique, mientras los españoles volvían a taparlo con lo primero que encontraban a mano; a falta de algo mejor, los propios cadáveres, útiles para contener el agua a la desesperada», desvela, en este caso, San Juan en su obra.
Al final, los rebeldes se salieron con la suya; al menos, en parte. Tras una infinidad de acometidas, consiguieron derribar parte del dique y asentarse en la zona. Pero por poco tiempo. En las horas siguientes, una fuerza combinada dirigida por Mansfeld contraatacó junto a Mondragón –reforzado a su vez con una sección de piqueros– y, al cabo de una jornada, expulsaron a los asaltantes. Aquello fue un punto de inflexión. Los Tercios habían desviado la última bala enemiga, y ya solo les hacía falta paciencia para tomar Amberes. La ciudad cayó el 17 de agosto de 1585, apenas tres meses después.
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Punto y final para la resistencia y para las ideas fantásticas de Giambelli. Aunque no sin dolor, sufrimiento y gónadas por parte de los Tercios de la Monarquía hispánica, como bien resumió Estrada en sus textos: «Nunca con más pesadas moles fueron enfrentados los ríos, ni los ingenieros se armaron con más pesadas invenciones, ni se peleó con gente de guerra que en más repetidos asaltos hiciese más provisiones de destreza y coraje».
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