Aciertos y errores históricos de 'Napoleón': «No te cuenta que España fue la tumba del ejército de Bonaparte»

Aunque desvela la verdadera relación del corso con Josefina y representa bien las batallas más famosas, obvia campañas clave y su faceta política

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Escena de la película 'Napoleón': el Sire dirige a sus hombres en batalla // Vídeo: Tráiler de 'Napoleón' SP

Vayan por delante los datos, el pentotal sódico de un pasado difícil de contextualizar. Napoleón Bonaparte bregó más de 22 años en los campos de batalla de la vieja Europa, África y Asia; combatió en siete colosales guerras contra enemigos de primer orden; perdió ... un millón y medio de soldados y surcó uno de los momentos más agitados de la historia de Francia: el estallido de la revolución, la llegada de la República y el paso al Primer Imperio. Demasiada tela que cortar incluso para el más mañoso de los sastres de la gran pantalla; un Ridley Scott que se ha visto obligado a rasgar, coser y confeccionar por parches la vida del personaje más popular del siglo XVIII en algo menos de tres horas.

'Napoleón' recorre a buen ritmo el devenir político y militar del Pequeño Corso: desde que la guillotina besó el cuello de María Antonieta en 1793, hasta su muerte en la isla de Santa Elena el 5 de mayo de 1821. Y lo hace con frescura, sin aburrir. El problema para el historiador Ernest Bendriss, autor de 'Eso no estaba en mi libro de historia de Napoleón' (Almuzara), es que «la selección siempre implica eliminar algunos episodios clave». Aunque al otro lado del teléfono, y con su inconfundible acento francés, admite con guasa a ABC que no guarda rencor a Scott. Porque ya lo dijo Stendhal, el primer escritor decimonónico que se atrevió a hacer una biografía del Sire: «Como cada uno tiene un pensamiento preciso sobre él, mi visión no puede satisfacer enteramente a nadie».

L'amour

La columna vertebral del metraje no podría ser más francesa: el amor entre el recién nombrado general y Josefina de Beauharnais. Y lo cierto es que está bien representada. Nos cuenta Bendriss que Cupido hizo de las suyas en 1795: «Napoleón era un militar tímido cuya primera relación sexual había sido con una prostituta; ella, una cortesana de la capital seis años mayor y con deudas».

Phoenix interpreta de rechupete a ese joven e inseguro Bonaparte prendado de una mujer que le imponía, viuda y madre de dos hijos. «Él estaba perdidamente enamorado; ella necesitaba asegurar su situación económica», añade. Contrajeron matrimonio por lo civil –cosas de la República– en marzo de 1796, dos días antes de que el Directorio le enviara a las campañas de Italia.

En los siguientes meses, poseído por el espíritu romántico de la 'belle Italie', Napoleón envió decenas de misivas a su amada en París. En todas ellas se mostró efusivo y perdido de amor: «Quiero poner tu retrato en todas partes... Pero mejor no, porque el que llevo en mi corazón es tan hermoso que, por muy hábiles que sean los pintores, saldrías perdiendo». A cambio, Josefina se burlaba de él en los mentideros y le ponía una cornamenta digna de un venado. «Decía a sus amigas que sus prestaciones sexuales eran bastante pobres y le engañaba con un amante llamado Hippolyte Charles», añade el galo. En sus palabras, Bonaparte quedó destrozado cuando se enteró: «Quiso superarlo, pero aquella pasión se terminó y no volvió a vivirla con otra mujer».

Tras la campaña de Egipto, Napoleón estaba decidido a divorciarse de Josefina, aunque terminó por cambiar de idea gracias, según Bendriss, a sus hijastros: «Le suplicaron que no la abandonase. Él accedió, pero tuvo varias aventuras y, a partir de 1803, dejó de compartir el lecho conyugal con ella». La puntilla llegó en 1809. «Como Beauharnais no podía concebir bebés, se divorciaron para que él buscara un 'vientre real'».

Se había esfumado el amor, vaya, pero ambos mantuvieron una amistad que se extendió durante años. Poco antes de morir, Bonaparte resumió aquella relación a caballo entre el cariño y el odio: «Quise de verdad a Josefina, aunque no la estimaba. Era demasiado mentirosa. Pero tenía algo que gustaba mucho; era una verdadera mujer; tenía el culo más bonito del mundo».

Et les armes

La segunda pata en la que se sustenta el largometraje son las muchas campañas militares del Pequeño Corso. La primera gran batalla que desfila ante nuestros ojos es la del Toulon. El 24 de agosto de 1793, el almirante Alexander Hood desembarcó con 15.000 soldados ingleses en este enclave para reforzar a las tropas realistas contrarias a la República. Decir que su recuperación era vital es quedarse corto. Napoleón, que por entonces no era más que un joven de 24 primaveras, se ofreció voluntario para liderar el asalto, y consiguió el puesto gracias a que sus valedores le definieron como «el único oficial de artillería que sabe algo de su oficio».

Bonaparte atacó el fuerte que defendía la región, conocido como el 'pequeño Gibraltar' por sus fortificaciones, con un ingenio que Scott muestra en el largometrajo. Aunque el director peca de la rapidez propia de una película a la hora de solventar un enfrentamiento que se extendió durante meses.

Austerlitz es la siguiente contienda en la que Scott se zambulle hasta las rodillas. La batalla se sucedió el 2 de diciembre de 1805, poco después de que Napoleón fuese nombrado emperador de Francia. Aquel día, el Pequeño Corso se enfrentó a una coalición de rusos y austríacos cuyo ejército superaba en número a su 'Grande Armée'. Sabedor de que la victoria era un sueño, se esforzó por dar una falsa sensación de debilidad y atrajo a sus enemigos a los Altos de Pratzen, una zona montañosa rodeada de colinas y lagos. Según las fuentes francesas, allí demostró su ingenio al conseguir que las fuerzas adversarias atravesaran un lago helado. Después, solo tuvo que disparar sobre el hielo, esperar a que las aguas se los tragaran y atacar con sus tropas de reserva, ocultas hasta entonces.

Bendriss dice que podría hablar largo y tendido sobre Austerlitz. «Le dedico un capítulo entero en mi libro», insiste con sorna. Afirma que la batalla es un ejemplo del ingenio de Napoleón, no en vano «es estudiada todavía en muchas academias militares como West Point y Stanford». Sin embargo, está convencido de que ha sido idealizada en parte: «Bonaparte, que era partidario de que la guerra depende de la dictadura del instante, organizó su plan en el último momento, y le salió bien». El mayor error es creer que los franceses dispararon sobre el hielo. La realidad, al parecer, es que este se resquebrajó por el peso de la artillería rusa. «Ordenó que se reescribiera lo sucedido en la contienda para que diera la impresión de que todo había sido planificado de antemano», finaliza.

La última batalla que representa Scott es la de Waterloo, el canto de cisne de Napoleón después de recuperar el poder tras ser obligado a exiliarse. Y en ella muestra a un emperador acabado desde el punto de vista moral. Esta visión de hombre atormentado sí convence al historiador galo: «En Waterloo no se encontraba bien a nivel físico. Y todo fue a peor después. Cuando le informaron de que su segundo destierro no sería en Inglaterra, cayó en una depresión», finaliza el autor. Punto para ti, Ridley.

Olvidos históricos

Si bien algunos de los enfrentamientos beben de la leyenda forjada por los franceses –no haremos 'spoiler'–, lo cierto es que todas son espectaculares. El 'cash' de las superproducciones. Pero diantre... ¿no podría el buen director habernos regalado una batalla de las Pirámides acorde a la grandeza de la historia? Porque sí, a pesar de los muchos clips que han mostrado a Napoleón en Egipto, apenas le dedica un suspiro. «Fue un enfrentamiento espectacular en el que las formaciones en cuadro francesas detuvieron las cargas de la caballería mameluca», sentencia Bendriss. El experto está convencido, además, de que una buena recreación de las campañas egipcia y siria ayudaría a poner luz de una vez sobre la leyenda negra del Sire: «Se le acusa de brutal por actos como fusilar a 2.000 prisioneros en Jaffa, pero se obvia que, antes, había visto cómo los enemigos torturaban y cortaban los genitales a los soldados galos capturados».

Retrato de Napoleón Bonaparte ABC

Nos ha faltado también en la película ese guiñito amistoso al que fue el gran error de Napoleón: la guerra que mantuvo en la península entre 1808 y 1814. «Él mismo admitió durante su exilio que España se tragó a sus mejores hombres. Yo añado que precipitó su caída posterior en la campaña de Rusia», asevera el historiador. Por estos lares, la guerrilla se convirtió en una daga que se clavó a fuego en su 'Grande Armée'. «La realidad es que Bonaparte nunca entendió a los españoles. Pensaba que eran como italianos, pero de segundo orden», insiste Bendriss.

Y hablando de nuestros vecinos mediterráneos... Scott obvia la campaña italiana, apenas citada en la cinta a pesar de que fue la que le encumbró.

Aunque hay algo que escama en especial a nuestro historiador francés: «Tenemos grabado el cliché de que Napoleón era un gran militar, pero obviamos que ascendió gracias a sus aptitudes políticas. Dio un golpe de estado el 18 de brumario, sí, pero sin derramar una sola gota de sangre, y se convirtió en emperador gracias a que la constitución del Año XII –en 1804– se lo permitió, y no por la fuerza».

Con todo, y más allá de aciertos y errores, Bendriss cree que hay que ser laxo con la ficción: «Los expertos debemos disfrutar la película como un profano más». Para la historia pura y dura, ya están los libros.

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