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El ridículo despiste de la Alemania comunista donde anunció sin querer la construcción del Muro de Berlín

El jefe de Estado de la RDA, Walter Ulbricht, aseguró públicamente que no había ninguna intención de construir ninguna barrera, sin que nadie le preguntara por ella específicamente cuando apareció, como a traición, el telón de acero frente a las casas de los berlineses

Imagen del 13 de agosto de 1961 que muestra a varios obreros levantando el muro en la calle Bernauer en Berlín (Alemania) EFE

Israel Viana

La rueda de prensa en la Casa de los Ministerios del Berlín comunista estaba resultando monótona. Las declaraciones del jefe de Estado de la República Democrática Alemana ( RDA ), Walter Ulbricht , se encontraban dentro de lo previsible. Un día cualquiera más, de junio de 1961, en la aburrida política germana, 16 años después de que hubiera acabado la Segunda Guerra Mundial. «Ulbrich nunca se configuró como hombre conductor de masas, ni siquiera como buen orador, pero se distinguió siempre por su capacidad de organización, su metódico trabajo y habilidad de maniobra. Esas cualidades le permitieron sobrevivir a los vaivenes de la política», le describía ABC el día de su muerte , en 1973.

Portada de la caída del muro de Berlín ABC

Según los periodistas de la época, Ulbrich no se había salido del guion en ningún momento, atacando como siempre a las «potencias fascistas». Primero exigió la disolución de los campamentos de refugiados en la parte occidental y, después, sugirió la conversión de los tres sectores de la mitad oeste en una «ciudad libre» desmilitarizada. En ese momento, la corresponsal del diario «Frankfurter Rundschau» , Annamarie Doherr, preguntó: «¿La formación de una "ciudad libre" significa que la frontera nacional va a quedar erigida en la Puerta de Brandenburgo ?».

La reportera en ningún momento pronunció la palabra «muro», pero el destacado líder comunista interpeló, casi como dejando escapar un dato que posiblemente no tendría que haber revelado: «Según su pregunta, entiendo que hay gente en la Alemania Occidental que desea que movilicemos a los obreros de la capital de la RDA para que construyan un muro... ¿es eso?». Pero no dio tiempo a responder y continuó: «No tengo conocimiento de que exista tal intención, ya que los obreros de la capital están ocupados a pleno rendimiento en la construcción de viviendas». Y tras una pequeña pausa, nunca se supo si intencionada, Ulbricht sentenció: «Nadie tiene la intención de construir un muro».

155 kilómetros de alambrada

Es curioso como, después de aquella mentira flagrante antes los periodistas, solo un mes y medio después los berlineses se levantaban sorprendidos por 12 kilómetros de pared construidos frente a sus casas , con 155 kilómetros de alambrada provisional y 69 puntos de control cerrados en los que se apostaban cerca de 15.000 hombres armados de la Policía Popular. Visto y no visto. Acababa de nacer, en tan solo nueve horas y por sorpresa, aquel fatídico 13 de agosto de 1961, el muro de Berlín que el presidente de la RDA había negado poco antes que se fuera a construir.

Hablamos del dirigente comunista que «se ganó la confianza de Stalin » y que «sigue con obstinación brutal su módelo». El líder soviético «que sobrevivió a las purgas bolcheviques de la posguerra» o «el cocodrilo político que no abandona a su presa». Con todas estas expresiones describía ABC a Ulbricht a principios de los 70, cuya despite público con aquella burda mentira precipitó la construcción del muro de Berlín , de cuya caída se cumplen mañana 30 años.

Cuando los berlineses vieron el muro que dividió a Europa durante casi tres décadas levantado frente a la puerta de sus casas, casi como a traición, cientos de periodistas llegados de todo el mundo se acordaron de aquella declaración. «Nadie tiene la intención de construir un muro», había asegurado. La idea parecía absurda, descabellada. Pero allí estaba ahora, frente a sus ojos. ¿Por qué había intentado ocultar Ulbricht aquella decisión tan importante? ¿Por qué había mentido? ¿Le había fallado el inconsciencia al referirse al «muro» que efectivamente se iba a construir? A lo largo de las últimas décadas se han planteado teorías de lo más variadas, pero lo que está claro es que, con su negación, había revelado precisamente su más preciado secreto: la intención de construirlo para evitar la huida de los 30.000 berlineses de la RDA que mensualmente se fugaban a la zona Este de la ciudad.

Walter Ulbricht, en un discurso cuando era jefe de Estado de la RDA ABC

Más tarde se supo que Ulbricht llevaba varios meses defendiendo ante sus homólogos del Pacto de Varsovia –la alianza militar firmada en 1955 por los países del Bloque de Este– la necesidad de establecer una barrera física que frenara la fuga de ciudadanos hacia la República Federal Alemana (RFA). En 1959 habían sido 143.000; en 1960, 199.000; en 1961, los 30.000 mensuales mencionados, y en la primera quincena de agosto, una media de 2.000 al día. En total, casi 2,7 millones desde que finalizó la Segunda Guerra Mundial. Aquello era demasiado para una economía tan debilitada como la de la RDA, que necesitaba mano de obra.

Algunos expertos opinan que aquella declaración fue premeditada, que el jefe de Estado de la RDA quería, en el fondo, dar la noticia de manera subrepticia. La matoría de los historiadores apuntan a que fue un lapsus ridículo con el que dejó entrever sus oscuros planes. El politólogo alemán Hannes Adomeit , por ejemplo, cree que Ulbricht fue consciente. Por un lado, pudo querer incitar a más berlineses a huir del país como medio de presión para que la URSS le diera su consentimiento. No hay que olvidar que, a mediados de junio, el líder de la URSS, Nikita Kruschev , era el único mandatario soviético que no había dado el «sí» a la construcción del famoso muro. Por otro lado, Adomeit cree que también podría haber estado buscando el efecto contrario, es decir, tranquilizar a la población, aunque se equivocara y provocara el aumento del número de huidos.

La historiadora estadounidense Hope Harrison sostiene en su libro «El muro de Ulbricht» que aquella declaración fue un despiste en el que el líder comunista se delató inconscientemente. No había hecho públicas sus intenciones ni había empleado la palabra «muro» en ninguna de sus intervenciones, pero era conocida su postura absolutamente contraria a la normalización de las relaciones con la RFA. Y qué mejor manera de conseguirlo que levantar una enorme barrera de hormigón entre ambos.

Desde el suicidio de Hitler

La trayectoria de Ulbricht parecía haber sido dibujada por la URSS desde 16 años antes para que, una vez derrotado el fascismo, el comunismo se hiciera con el control de Alemania. En concreto, desde la misma mañana en que Hitler se suicidó , el 30 de abril de 1945, cuando fue enviado en un avión desde Moscú hasta Berlín para poner en marcha los planes de Stalin sobre el país vencido.

Walter Ulbricht, en 1970

Ulbricht, todavía vestido con el uniforme de coronel del Ejército soviético, junto a otros nueve hombres, fue el encargado de organizar políticamente el territorio alemán que había sido conquistado en la Segunda Guerra Mundial por el mariscal Gueorgui Zhúkov . El objetivo era poner en marcha lo que, con el tiempo, sería la RDA. Y la hoja de servicio de este era perfecta para ello: había fundado el partido comunista alemán en 1919 junto a Rosa Luxemburgo, participado en las luchas callejeras contra los nazis antes de la llegada de Hitler al poder, ejercido de diputado en el Reichstag entre 1928 y 1933 y hasta combatido como voluntario contra Franco en la Guerra Civil española.

Poco antes de que fuera apartado del poder y sustituido por Erich Honecker al frente de la RDA, en 1971, era descrito así por ABC en un reportaje titulado « El último stalinista »: «Tiene al mismo tiempo la cara de los ladrones de relojes de péndulo de la guerra de 1870, el aire de lacayo y la perilla de Lenin, a quien se esfuerza en parecerse. Despreciado durante un cuarto de siglo, de pronto aparece como un verdadero hombre de Estado. Walter Ulbricht es el todopoderoso e implacable amo de la RDA».

La «franja de la muerte»

El muro que «nadie tenía la intención de construir» fue levantado la noche del 12 al 13 de agosto de 1961. Para ello, las autoridades reclutaron por la fuerza a más de 52.000 albañiles, policías, soldados y vecinos. Cientos de camiones tomaron las calles del Berlín Este llenos de ladrillos, escombros, cemento y alambres de púas, abundantes aún en los almacenes militares.

Varios miles de policías fronterizos comenzaron levantando el pavimento de las calles que conectaban el este y el oeste de Berlín, para erigir con él barricadas defensivas. Después, cortaron el tráfico de vehículos e interrumpieron todos los medios de transporte público. Y levantaron, por último, 12 kilómetros de muro. Solo fue el primer estadio de una construcción que, durante los siguientes años, fue sufriendo continuas reestructuraciones y ampliaciones.

El corresponsal de ABC calificó como la «obra de albañilería más criticada de la historia reciente», que acabó convirtiéndose en una verdadera obra de ingeniería bélica con los últimos avances tecnológicos: planchas de hormigón de entre 3,5 y 4 metros de altura, cables de acero incrustados para aumentar su resistencia, kilómetros de rejas de contacto que producían descargas eléctricas si te acercabas a ellas, 131 búnkeres, 272 áreas con perros policía y una «franja de la muerte» perfectamente iluminada y vigilada por 289 torres con policías armados que, por si acaso, se encontraba además sembrada de minas antipersona. Sin olvidar las miles de familias que fueron desalojadas debido a que sus casas se encontraba en la línea de construcción.

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