La misteriosa explosión del Hindenburg, contada por sus víctimas: «¡Oh, Dios mío! Quítense de en medio»
El 6 de mayo de 1937, cuando estaba a punto de aterrizar en Nueva Jersey, un espectacular incendio reducía a cenizas el mayor dirigible del mundo. Se habló de avería, del impacto de un rayo y acto de sabotaje contra los nazis, pero la verdad nunca se supo del todo
Israel Viana
Hace pocas semanas, la compañía Hybrid Air Vehicles (HAV) explicaba que había pasado ya demasiado tiempo del accidente del Hindenburg como para no volver a intentar las aventura. En concreto, 85 años desde que medio mundo vio en la prensa al gigantesco zepelín envuelto ... en llamas, poco antes de aterrizar en la Estación Aeronaval de Lakehurst , en Estados Unidos. Una tragedia que cambió la historia de la aviación, pero que esta multinacional británica está dispuesta a rescatar del olvido.
Su objetivo es convertir a los dirigibles en el medio de transporte aéreo de pasajeros menos contaminante de cara al año 2025. Su primera ruta, aseguraba HAV, unirá Barcelona y Palma de Mallorca en 4 horas y 32 minutos, y el modelo que la cubrirá (el Airlander 10 ) contará con 92 metros de largo, una capacidad para 90 pasajeros y un almacén en el que podrán cargar 10 toneladas de peso… si es que los potenciales viajeros no se echan para atrás al ver de nuevo las espectaculares y terroríficas del Hindenburg ardiendo en el aire, tan espectaculares como terroríficas.
Uno de los aspectos más insólitos de la tragedia es que, a pesar del tiempo transcurrido, todavía no se han esclarecido del todo las causas de la espectacular explosión captada por un buen número de cámaras aquel 6 de mayo de 1937. El misterio sigue desconcertando a los expertos y, cada cierto tiempo, aparecen nuevas pistas y grabaciones que intentan aportar un poco más de luz sobre lo acontecido. En 2014, por ejemplo, la cadena de televisión estadounidense NBC dio a conocer una serie de fotogramas inéditos que mostraban a la tripulación, por primera vez, intentando mantener bajo control la parte trasera del dirigible cuando este ya se había convertido en una gran bola de fuego y se dirigía hacia el suelo.
Hace un año también aparecieron imágenes grabadas por testigos que mostraban a la aeronave, poco antes del accidente, desde un ángulo distinto y con una calidad nunca vista. Este metraje fue revelado por el canal Nova, duraba apenas dos minutos y fue filmado con una cámara Kodak con película de 8 milímetros, la misma que usaban los aficionados al cine de la época. En las imágenes puede verse al gigantesco zepelín alemán desde un ángulo completamente distinto a los que habíamos visto hasta entonces: desde un lateral y en todo su esplendor, justo cuando comienza el incendio en la cola y se extiende al resto de la estructura en cuestión de segundos.
Las víctimas
De las 97 personas a bordo (36 pasajeros y 61 tripulantes), murieron 35 (13 pasajeros y 22 tripulantes). A estos hay que sumar un trabajador de la compañía que se encontraba en tierra. ABC hizo un hueco entre las noticias de la Guerra Civil para contarnos la tragedia con todo detalle: «Una llamarada, seguida inmediatamente de una explosión, salió de la popa del dirigible. Pocos segundos después se encontraba completamente preso de las llamas. En ese momento estaba a solo 50 metros de altura, pero cayó después lentamente sobre el suelo». El periodista Herbert Morrison, que narró el accidente en directo e in situ para la cadena de radio WLS de Chicago. En España, lo calificó como «una de las peores catástrofes del mundo».
Desde ese mismo instante no dejaron de surgir las más diversas hipótesis. Se dijo que el fuego se originó en los motores diésel como consecuencia de una avería. Otros que le cayó un rayo. Una tercera teoría sugiere que fue un acto de sabotaje destinado a desprestigiar a la Alemania nazi . La línea de investigación más creíble fue, quizá, una carga estática acumulada en la piel de algodón que cubría la estructura y que, por una fuga del hidrógeno que contenía, hizo que se incendiara el gas. Y recientes investigaciones han sugerido que la rápida propagación del fuego pudo haberse visto favorecida por la composición del revestimiento, que habría alimentado las llamas hasta alcanzar temperaturas de 3000 °C.
Da la sensación de que se quiso esconder el siniestro para no manchar el prestigio del Tercer Reich, que había apostado muy fuerte por este medio de transporte. Prueba de este desinterés es que las imágenes que se hicieron públicas hace diez meses y que fueron grabadas en 1937 por un tal Harold Schenck, fueron rechazadas por todos los noticiarios de la época cuando este testigo se las ofreció desinteresadamente. No le quedó más remedio que guardarlas en una caja, junto a la cámara original, en un desván.
«¡Oh, Dios mío!»
Así relató Morrison el accidente del que sigue siendo el dirigible más grande jamás construido, con 245 metros de longitud, en directo: «¡Explota en llamas! Explota en llamas y está cayendo, va a chocar contra el suelo… ¡Quítense de en medio! ¡Graba esto, Charlie [Charlie Nehlsen, su ingeniero], grábalo! ¡Está ardiendo y estrellándose! Es terrible, está cayendo sobre el mástil de amarre y la gente de alrededor. Es una de las peores catástrofes que he visto. ¡Oh, Dios mío!». Y ya no se pudo hacer nada por el Hindenburg, que había hecho su primer vuelo el 4 de marzo de 1936 en Nueva Jersey.
El 6 de mayo, el dirigible llevaba horas de retraso a causa de las tormentas eléctricas. Max Pruss, capitán del Hindenbrug, ordenó que se dirigieran a la isla de Manhattan para hacer tiempo hasta que el temporal se alejara y, de paso, impresionar a los neoyorquinos, que no estaban acostumbrados a ver semejante mole sobre sus cabezas. Como no daba tregua, el dirigible estuvo volando sobre las costas de Nueva Jersey durante dos o tres horas más. A las 18.00, atisbaron los primeros claros pusieron rumbo a toda velocidad hacia Lakehurst.
En tierra esperaban los 232 hombres que debían tirar de las cuerdas para hacer descender el dirigible hasta el mástil del atracadero. Algunos de ellos eran civiles reclutados para la ocasión, puesto que no había tanto personal en Lakehurst. A bordo estaba Joseph Späh, un comediante alemán que regresaba de una exitosa gira por Europa. Su esposa y sus tres hijos lo esperaban. Para otros pasajeros, las horas extra del viaje habían sido un regalo para disfrutar de las impresionantes vistas. El escritor y periodista Leonhard Adelt –que sobrevivió junto a su esposa a este accidente– calificó la travesía como «el viaje más tranquilo que jamás haya realizado en un dirigible».
El mundo contuvo la respiración
Cuando se encontraba a 110 metros del suelo, el ingeniero jefe Rudolf Sauter informó de que el Hindenburg tenía demasiado peso en la zona trasera. El capitán Pruss ordenó a la tripulación arrojar los más de 900 litros de agua que almacenaba en los tanques de popa y envió a seis hombres a la proa. «El zepelín estaba ahora nivelado como un tablero», informó el capitán Heinrich Bauer, según relató él mismo al escritor A. A. Hoehling, autor del libro ' Who Destroyed Hindenburg? ' (Londres, 1962).
Al llegar a los 60 metros, dejaron caer las cuerdas al suelo, que fueron atrapadas rápidamente por el personal de tierra. Faltaban pocos minutos para las 19.30 horas y todavía no había anochecido, pero la luz del día ya había empezado a desaparecer. En ese momento, el viento se levantó de repente y los miembros de la tripulación clavaron instintivamente los pies en el suelo. Y, de repente, un silencio espectral se adueñó de todo. Leonhard Adel describió así aquel momento: «La quietud era notable. Parecía como si el mundo entero estuviera conteniendo la respiración. No se escuchaba ninguna orden, ninguna llamada, ningún grito. Las personas que nos observaban desde tierra parecían repentinamente rígidas. Entonces escuché una detonación ligera y sorda desde arriba, no más fuerte que el sonido de una botella de cerveza que se abre».
Desde el momento en que se vio el primer resplandor dentro de una de las celdas de gas, hasta que el Hindenburg quedó convertido en una gran bola de fuego que se hundía lentamente hacía la tierra, pasaron tan solo unos segundos. Los espectadores corrían horrorizados por miedo a que el dirigible les cayera encima. Algunos lo calificaron como «el infierno» y otros describieron el sonido de la explosión, en ‘The New York Times’ , como «un disparo de rifle». Varios testigos más vieron «partes del aluminio y de la tela de la gran estructura arrojadas al aire, que luego cayeron encima de los tripulantes». Uno de los pasajeros recordó estar «repentinamente rodeado de llamas».
«Escapar de las llamas»
Los espectadores pronto se dieron cuenta del desastre, sobre todo cuando se percataron de que la parte trasera del Hindenburg se había convertido en una masa de llamas alimentada por el suministro de oxígeno procedente del exterior. Un empleado de la Standard Oil Company de Lakehurst, llamado William Craig, contó que todos las personas que se habían reunido debajo del zepelín «corrían como locos en todas direcciones, con el fin de escapar de la nave en llamas que estaba precipitándose sobre ellos».
La mayoría de los tripulantes y pasajeros que murieron se encontraban dentro del casco del dirigible, donde no había vías de escape. Otros perecieron cerca de la proa, que colgó durante unos segundos mientras era consumida por las llamas en dirección al suelo. Un número más pequeño falleció al saltar desde el Hindenburg presa de la desesperación y algunos más como consecuencia de la inhalación de humo o de la caída del amasijo de hierros cuando se encontraban en el suelo. Seis trabajadores y tres turistas que iban a bordo perdieron la vida horas o días después a raíz de las quemaduras.
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