El insólito plan ruso de aplastar a Napoleón con miles de soldados lanzando bombas desde globos
Joseph y Étienne Montgolfier volaron por primera vez en un aerostato el 4 de junio de 1783 y, poco después, media Europa ya comenzó a pensar en los usos militares de este sorprendente invento del futuro
Dibujo del prototipo de Franz Leppich
En 1783 comenzó a difundirse por Europa una noticia de que los franceses estaban probando una novedosa máquina voladora. La noticia parecía sacada del futuro y, en un principio, el escepticismo fue la respuesta oficial de Gran Bretaña, España y otros países europeos. Sin embargo, ... una carta de Benjamin Franklin , que entonces era embajador estadounidense en Francia, antes de ser nombrado presidente de Estados Unidos, le envió una carta al presidente de la Royal Society, Joseph Banks, en la que informaba de las líneas de investigación que, efectivamente, los galos estaban llevando a cabo en este sentido.
La noticia se confirmó el 4 de junio de ese mismo año, cuando Joseph y Étienne Montgolfier volaron por primera vez en un globo aerostático. España no se quedó atrás por iniciativa del aeronauta y embajador italiano Vicente Lunardi, que realizó un primer vuelo en agosto de 1792, en los Jardines del Buen Retiro, en presencia del príncipe Fernando , que alcanzó 300 metros de altura antes de caer en el municipio de Daganzo de Arriba por los disparos de un vecino aterrorizado por la imagen.
A pesar de ello, no se tardó mucho en pensar en los posibles usos militares que se le podían dar al invento. En 1794 se utilizaron globos por primera vez en labores de reconocimiento en los campos de batalla. En su libro ‘La edad de los prodigios: Terror y belleza del romanticismo’ (Noema, 2012), Richard Holmes cuenta que fue precisamente Franklin quien primero advirtió que los globos se podían utilizar en la guerra y no solo para el divertimento de las masas en espectáculos gratuitos. «Se puede elevar a un ingeniero para que eche un vistazo al ejército y a las construcciones enemigas o transmitir información a una ciudad sitiada o desde una de ellas».
Cinco mil globos
Mucho más amenazante fue el cálculo realizado a continuación por el mismo embajador en Francia, sobre la posibilidad de usarlos para invadir países. «Cinco mil globos capaces de elevar a dos hombres cada uno [...] no costarían más que cinco navíos de alto bordo. [Eso sumaría] diez mil hombres que descenderían de las nubes y podrían causar en algunos sitios graves daños antes de que se pudiera congregar una fuerza militar que los repeliera».
Algunos historiadores aseguran que Napoleón llegó a diseñar un plan para invadir Gran Bretaña y España transportando a miles de soldados en estos globos. La noticia, incluso, apareció en la prensa británica con todo tipo de ilustraciones, pero no está muy claro si fue un intento serio. Más documentado está el proyecto de Franz Leppich , un joven inventor alemán que, en 1810, propuso al Rey Federico de Wurtemberg convertir los globos directamente en máquinas de combate, a pesar de su incapacidad para volar en contra del viento. Se pasó un tiempo intentando solventar el problema mediante una alas que pudieran ser manipuladas por un piloto, con las que controlar su dirección. En un principio, el monarca rechazó la idea, pero luego cambió de opinión y concedió al inventor una pequeña subvención.
El dinero ni su sentimiento patriótico fueron inconvenientes para que Leppich aceptara, dos años después, una subvención mucho mayor por parte del embajador ruso en Stuttgart, David Alopeus , para trabajar para su país. En ese momento, Napoleón estaba a punto de lanzar su gran ofensiva sobre Rusia con 442.000 soldados y el diplomático consideró necesaria cualquier innovación. Para convencer al emperador Alejandro I del fichaje, le envió una carta para hablarle de «una máquina con una forma que recuerda a la de una ballena capaz de elevar a 40 hombres con 12.000 cargas de explosivos».
El fichaje
En su misiva, Alopeus también aseguraba que el globo con alas podía viajar desde Stuttgart a Londres en solo 13 horas. Todos estos datos fueron suficientes y, el 26 de abril de ese año, el emperador ruso aprobó el proyecto. Cualquier idea era bienvenida para plantar cara al todopoderoso Napoleón, pues el choque parecía inminente e inevitable. Para ponerlo a trabajar, Leppich tuvo que ser sacado a escondidas de Francia y trasladarlo hasta un hangar situado en un pueblo a seis millas de Moscú, donde el gobernador Rostopchín le proveyó de todos los recursos que necesitara. La primera partida fue de 8.000 rublos.
Alejandro I quiso que el proyecto se desarrollara en el más absoluto secreto y colocó a sus mejores hombres a vigilar el hangar. Se trataba de un grupo especial comandado por el teniente coronel Nikolai Kastorsky , al que se encargó también el control del dinero que se enviaba a Leppich para construir el globo. A pesar de ello, fue complicado que pasara desapercibido, porque los habitantes de aldeas cercanas pronto acudieron a ver que había en esa misteriosa y gigante cabaña aislada. En un principio, no pudieron ver nada, pues estaba protegido por una valla muy alta.
Leppich contó al principio con 24 costureras, ocho cerrajeros, tres sastres, dos lavanderas y varios empleados de mantenimiento. Pocas semanas después, el número de empleados aumentó hasta el centenar, así como los materiales y los costes. Cuando aparecieron las primeras dificultades, el inventor alemán solicitó trabajadores calificados de Alemania o Austria y se los concedieron, aunque los problemas con el hidrógeno y los metales de la estructura también crecían.
La «bola extraña» de Tolstoi
La fecha de entrega se retrasó lo suficiente como para que el secreto acabara filtrándose a la población, que acudía en masa para intentar ver aquella «bola extraña», tal y como la describió Leon Tolstoi en ‘ Guerra y paz ’, donde recogió el episodio. El 15 de julio, el emperador Alejandro visitó el taller en persona y, entusiasmado a pesar de los lentos avances, no dudó en informar de su arma secreta al Príncipe Mijaíl Kutúzov, su comandante en jefe, al que dio instrucciones de coordinarse con Leppich para que trazaran una futura ofensiva aérea contra los franceses. Sería todo un hito en la historia.
La desesperación, sin embargo, fue creciendo. Kutúzov mantuvo hasta el último momento las esperanzas de ver volar a aquel aerostato alado sobre el ejército francés, encontrar a Napoleón y destruirlo mediante una terrible lluvia de fuego. Después de todo, a mediados de agosto de 1812, el inventor había prometido volar directamente en él y unirse al grueso del Ejército ruso. En vísperas de la famosa batalla de Borodino, que tuvo lugar el 7 de septiembre, Kutuzov escribió a Rostopchin: «El emperador me habló de un globo que se está preparando en secreto cerca de Moscú». No hubo respuesta.
El gobernador de Moscú también perdió la fe en el proyecto, a pesar de que ya había advertido a los moscovitas de que no se asustaran si veían a un globo gigantesco sobrevolar la capital. Su frustración era proporcional a los 120.000 rublos que se había gastado hasta ese momento en tejidos, ácido sulfúrico, polvo de esmeril y otros bienes. Y mientras el emperador francés se acercaba a Moscú, los intentos de despegue fracasaban uno tras otro porque las alas se rompían, hasta el punto de que hubo que cargarlo todo en 130 carromatos y salir corriendo hacia Nizhni Nóvgorod.
La ocupación de Moscú
Finalmente, Napoleón ocupó Moscú. Le llegaron rumores sobre la máquina voladora y ordenó una investigación que no le dio muchos resultados. El informe decía que el globo se había construido para destruir Moscú antes de que el Imperio francés entrara en la ciudad. Leppich, no obstante, siguió con sus experimentos en el célebre observatorio de Oranienbaum, pero su primer prototipo se derrumbó sobre sí mismo, en noviembre de 1812, en cuanto intentó sacarlo del hangar. En septiembre de 1813, ocurrió lo mismo pero a 12 o 13 metros de altura.
«Leppich es un completo charlatán que no tiene ni la más mínima noción de las reglas de la mecánica ni de la ley de la palanca», escribió el célebre general Alekséi Arakchéiev. Cuando el inventor abandonó definitivamente Rusia y el proyecto, se había gastado ya 250.000 rublos.