El descendiente del héroe de Annual al que asesinó la República narra sus secretos a ABC
Bruno Navarro Rousseau-Dumarcet, bisnieto del general Navarro, analiza en ABC la vida del que fue el defensor de Monte Arruit y el segundo al mando tras Manuel Fernández Silvestre
Estremece pensar en el destino de las tropas españolas que capitularon en Monte Arruit el 9 de agosto de 1921 . Cuesta hallar las palabras. ABC calificó aquel episodio como una «traición» en la que los rifeños asesinaron a sangre fría a casi ... 3.000 soldados desarmados; chavales cuyo premio por resistir once jornadas sin apenas agua fue recibir el gélido beso al cuello de la gumía y la daga. Sin embargo, Bruno Navarro Rousseau-Dumarcet (Madrid, 1972) tiene claro lo que supuso aquella ignominia para su bisabuelo, Felipe Navarro y Ceballos-Escalera , al mando de la plaza. «Estoy seguro de que, si pudiera hablarnos, nos diría que el peor instante de toda su vida fue ese, cuando le apartaron de sus hombres para matarlos», explica en declaraciones a este diario.
Rousseau-Dumarcet –también militar, aunque hoy en excedencia y trabajando como director de seguridad y profesor de geopolítica– está convencido de que, para Felipe, aquello fue incluso peor que los amargos episodios que había visto durante la retirada desde el campamento de Dar Drius. Y eso que, tras la muerte de Manuel Fernández Silvestre , y como segundo al mando de las operaciones de Annual, recayó sobre él la responsabilidad de dirigir la desordenada marcha de las tropas desde el corazón del Rif hasta Melilla. También sostiene que aquella matanza indiscriminada marcó más a su bisabuelo que el año y medio que pasó como reo en el campo de prisioneros de Axdir .
Aunque para sus descendientes existe otra desventura que sobrevuela a Felipe y que, en palabras de Rousseau-Dumarcet, «duele mucho más»: su muerte a manos de milicianos del Frente Popular en los albores de la Guerra Civil . «Fue detenido y fusilado en Paracuellos del Jarama junto a uno de sus hijos». Sorprende pero, después de investigar su vida, su bisnieto está convencido de algo: «Era evidente que tanto él como su familia al completo se habían sumado, se estaban sumando o se iban a sumar al Alzamiento. Todos los que no fueron asesinados o encarcelados combatieron en el bando Nacional. No era un secreto el sentimiento monárquico, de ley y orden y antirrevolucionario del general. Él se habría sumado también, pero no tuvo tiempo ».
Sin embargo, prefiere centrarse en su larga hoja de servicios a la patria y en la ‘ belle guerre ’ que hizo.
Héroe familiar
Como sucede con ese pariente con el que se convive día a día, a Rousseau-Dumarcet le resulta imposible rememorar la imagen inicial que le inspiró Felipe. «¿Cuál es la primera impresión que tienes de tu padre? Es difícil saberlo. Salvando las distancias es lo que me pasa con él. No es algo que descubriera a los veinte años, ha estado siempre conmigo», argumenta. Si bien en su familia hay otros tantos personajes ilustres –véase el Conde de Romanones , de la rama de los Figueroa–, el general siempre ha tenido para él un lugar privilegiado. «Cuando entré en el Ejército inicialmente quería ir a Caballería, como él, Acabé en infantería, pero me pudo la vena romántica y decidí unirme a La Legión . Buscaba destino en Melilla o Ceuta para visitar los lugares que pisó mi bisabuelo, pero finalmente no fui a África porque los legionarios de operaciones especiales, los guerrilleros, sólo estaban en la Península. Estuve 22 años en el la BOEL y en el MOE ».
Bruno Navarro, bisnieto del general
Aunque el destino no le llevó a Melilla, un viaje que confiesa tener pendiente, Rousseau-Dumarcet ha dedicado la vida a recopilar documentación e imágenes de su antepasado. Es, como él mismo expresa, el hombre al que la familia «sabe que hay que enviar todo lo que aparezca del general». Gracias a eso, a lo largo de estos años ha estudiado importantes documentos elaborados por su bisabuelo. Desde informes de inteligencia sobre el popular jefe cabileño Ahmed al-Raisuli , a grandes mapas del norte de África. La joya de la colección, eso sí, es un librillo en el que José Millán-Astray bosquejó una extensa felicitación a Felipe por su buen hacer. El año, 1920; poco antes de que el antiguo Tercio de Extranjeros echase a andar.
Rousseau-Dumarcet admite que le atraería escribir un libro sobre su bisabuelo, aunque tiene claro que antes debe analizar la ingente cantidad de planos, documentos y recuerdos que atesora en su hogar. « Es muchísimo. Todavía tengo cajas sin abrir que me han llegado hace poco ». Busca hallar algo más que lo que ya se sabe; contrastar la información que existe y, en último término, desvelar la imagen más desconocida de Navarro. «De momento, he dedicado el tiempo y mis conocimientos a ampliar la entrada de la Wikipedia sobre él. Ahora es diez veces más extensa», incide. Saber que la figura de su bisabuelo llega a miles de personas gracias a ella, argumenta, es una satisfacción suficiente por ahora... pero sólo el principio.
Guerras desconocidas
Pausado, Rousseau-Dumarcet revisa, frente a las cámaras de ABC, el informe que alberga todos los hechos de armas de su bisabuelo. Cree que se sabe mucho de su etapa en África, pero poco de su infancia en el Madrid del siglo XIX y de las anteriores guerras en las que participó. Pensativo, examina anotaciones, lee parte de los folios y habla de los combates que libró Navarro al otro lado del mundo en los restos del todavía Imperio español. Las crónicas confirman que no renegó jamás del combate. «Fueron sus primeras campañas como teniente y capitán. En Cuba estuvo poco menos de un año (entre 1895 y 1896) y en Filipinas algo más (entre 1897 y 1898), pero en ese tiempo demostró su valor y fue ascendido a comandante por méritos de guerra».
En este punto se detiene, pues, como militar, sabe que subir en el escalafón de esta guisa no es sencillo. «Indica que se han realizado actos de notable valor, pero también que se considera al ascendido como una persona capacitada para el empleo superior por haberlo demostrado en acto de guerra», afirma. Su bisabuelo lo verificó con creces en los últimos resquicios de la España atlántica, donde también obtuvo una lista de medallas que abruma: la Cruz de María Cristina de primera clase , la Cruz Roja Pensionada al Mérito Militar de primera clase … Queda cristalino que siempre anhelaba estar en primera línea. «Pidió voluntariamente ir deteniendo sus estudios de Estado Mayor. Por eso se diplomó mucho más tarde, aunque fue el primero de su promoción».
Felipe Navarro, artífice de la resistencia en Monte Arruit, junto a otros tantos oficiales
Ya en África, territorio de héroes, rememoró sus combates en la Guerra de Margallo participando en el conflicto de 1909 y en los sucesivos enfrentamientos contra las tribus del Rif. «Hasta entonces había servido en cuatro guerras. Era un verdadero veterano», comparte. En mitad de un maremágnum de empleos y ascensos volvió a encontrarse con su viejo amigo, Silvestre. Ambos habían hecho buenas migas en Cuba y Filipinas; o un «buen equipo», como expone Rousseau-Dumarcet. Por ello, cuando su superior se trasladó a Melilla, se marchó con él. «A pesar de todo, Silvestre era una persona muy suya. Siempre le mantuvo alejado de las decisiones políticas que se tomaban con las kabilas y del avance en el Rif. Felipe, como el coronel Morales , nunca tuvo una imagen clara de lo que ocurría».
Desastre anunciado
En Melilla, Navarro pasó los siguientes meses junto a un superior obsesionado con expandir a toda velocidad los territorios de España en el Rif y con destruir la kabila de Beni Urriagel , el corazón de la revuelta liderada por Abd el-Krim . Se sospechaba que las posiciones tomadas durante el avance eran una suerte de castillo de naipes, pero la situación no se corroboró hasta el 22 de julio de 1921. Aquella jornada se tornó en amarga para Felipe cuando un gigantesco ejército rifeño asaltó el campamento de Annual (en la vanguardia del ejército español), cruzó de lado a lado sus defensas y Silvestre murió. El general, que había sido enviado a Melilla en busca de refuerzos, regresó a toda prisa para tomar el mando de las operaciones.
Felipe Navarro, el héroe de Cuba y Filipinas, el soldado versado y el hombre calmado, tuvo que afrontar a partir de entonces el mayor reto de su vida: dirigir una desbandada de miles de soldados españoles sobrepasados y, en muchos casos, más preocupados por salvar la vida que por retirarse de forma ordenada. «Aunque le tocó mandar en una circunstancia pésima, logró poner orden en mitad del caos. Organizó una columna que cruzó el río Igan y pasó por las posiciones de Dar Drius , El Batel y Tistutin », confirma Rousseau-Dumarcet. Los heridos se contaban por decenas, el agua era escasa y, para colmo, los rifeños les acosaban sin piedad.
Una semana después, Navarro arribó al fuerte de Monte Arruit, a escasos 30 kilómetros de Melilla, y se convirtió en el último escollo entre los rifeños y la ciudad. Al final, decidió asentarse allí; en primer lugar, para ganar tiempo hasta que el gobierno enviase refuerzos, pero también porque se negó a abandonar a los heridos. Y hete aquí que comenzó su particular calvario. Como bien quedó reflejado en las múltiples anotaciones del Expediente Picasso , elaborado tras el desastre para depurar responsabilidades, lo que se vivió allí fue un verdadero infierno: «El enemigo arrojaba continuamente granadas de mano, dinamita y piedras, causando muchas bajas y haciendo que la tropa tuviese que estar bajo el parapeto». Mención a parte requiere la falta de agua y la peligrosidad que tenía salir en su busca. « Las bajas llegaron a 70 algunos días» , se podía leer en el documento.
Defensa del abogado de Navarro
Rousseau-Dumarcet adquiere un tono todavía más serio en esta parte de la historia. Aunque afirma que no le gusta calificar al Navarro de Annual como un héroe, sino como un oficial que fue valiente en extremo y desempeñó su trabajo lo mejor que pudo, sí corrobora haber descubierto su parte más humana durante el asedio. «Tuvo que ver a sus hombres morir en los muros. Él mismo fue herido grave y se negó a abandonar su puesto. Estuvo de forma permanente en los parapetos, siempre con la cabeza alta para dar ejemplo y animando a sus hombres». El corresponsal de ABC definió a la perfección la situación aquel julio de 1921: «El general Navarro conserva el espíritu de los que están con él. […] Es el último en comer […] y no lanza ni un reproche».
El asedio duró once jornadas en las que Navarro se negó a rendirse a pesar de que sus superiores le instaban a ello desde Melilla. Solo se planteó la capitulación cuando la situación era dantesca. Y antes, como señala su bisnieto, hizo algo que no se suele contar en los libros de historia. «Cuando obtuvo unas garantías mínimas de los rifeños solicitó el sufragio de la oficialidad. Recogió el voto de todos . Desde los más mayores, y por tanto más veteranos y serenos, hasta los jóvenes, tradicionalmente más ávidos de gloria y dispuestos a morir en combate». La respuesta fue unánime y entregaron las armas el 9 de agosto. El general estaba convencido de que podrían retirarse hasta la ciudad, pero no fue así. « Fueron traicionados y unos 3.000 soldados fueron asesinados ».
Tras la guerra
Navarro y su plana mayor fueron detenidos y enviados, como otros tantos soldados españoles, al campo de prisioneros de Axdir. Allí, como recuerda su bisnieto, los malos tratos eran parte de la rutina y el hambre era una compañera constante. «Ver como mueren tus hombres y saber que vives porque te quieren utilizar como moneda de cambio debió ser muy duro. Al principio pasó los días encadenado. Le pidieron lo típico, que firmara cartas en las que se proponía su liberación a cambio de dinero, pero se negó». Con todo, y a pesar de todas las adversidades, « siempre se mantuvo digno y protegió a sus subordinados de las barbaridades rifeñas ».
El cautiverio del general se extendió durante un año y medio. Después regresó a España, donde le esperaba un último mal trago que pasar: un consejo de guerra motivado por el famoso Expediente Picasso. Algo en parte entendible, según Rousseau-Dumarcet. «El general Picasso recibió la orden de investigar el desastre, y la cumplió. El problema es que lo tuvo que entregar en la primavera de 1922. Eso es muy poco tiempo. No pudo recoger pruebas materiales, no pudo recorrer el territorio porque estaba ocupado por el enemigo y, en el caso de mi bisabuelo y del resto de prisioneros, no pudo entrevistarles para verificar lo que había pasado».
Se buscaba hallar a los culpables de la tragedia, pero, en el caso de Navarro, el proceso apenas duró un día. « Rodríguez de Viguri y Seoane , su abogado, era muy capaz, pero no tuvo que hacer demasiado porque las acusaciones no se sostenían», finaliza.
Dedicatoria de Millán Astray a Felipe Navarro
En la jornada siguiente, la fiscalía retiró los cargos. Navarro recuperó su carrera y fue premiado con un ascenso. Rousseau-Dumarcet señala con cierto orgullo la línea del informe personal del general en la que queda cristalina su inocencia. Ese mismo año, el 1924, regresó a África como comandante general de Ceuta. «La vuelta le fue bien a nivel psicológico. No creo que hubiera sido plato de buen gusto acabar su carrera con la tragedia de Annual y Monte Arruit en la mente». En los meses siguientes dirigió tropas y continuó su carrera. «Al regresar a la península fue capitán general de Burgos y Madrid . Fue, además, ayudante de campo de Alfonso XIII , jefe de su Casa Militar y de lo que hoy se llama la Guardia Real (el Real Cuerpo de Guardias Alabarderos) y una suerte de diputado de Primo de Rivera ».
Su última prueba la vivió poco después. Felipe Navarro contaba 74 inviernos, y se hallaba en situación de retiro (jubilado), cuando estalló el Alzamiento en julio de 1936. Él no tuvo tiempo de mostrarse partidario, pero su relación con la monarquía y la Dictadura de Primo de Rivera y su evidente afinidad hacia los sublevados hicieron que fuera detenido por milicianos del Frente Popular . Pasó varios meses en la cárcel Modelo de Madrid, hasta que un incendio le permitió escapar. La libertad no le duró mucho. Para ser más concretos, hasta que un grupo de comunistas lo encontró y lo metió de nuevo entre rejas. Fue asesinado junto a su hijo más pequeño en las matanzas de Paracuellos en la noche del 7 al 8 de noviembre.
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