Los complicados orígenes de la luz eléctrica en España: «Hemos perdido la vergüenza»
El 11 de agosto de 1883 se produjo un apagón en el Paseo del Prado de Madrid, al que le siguió una gran confusión y desórdenes públicos que solo fueron capaces de parar los faroleros de gas que acudieron a devolver la luz y la sensatez
Un sistema eléctrico en una exposición en París, año 1923.
La boda entre Alfonso XII y su prima María de las Mercedes de Orleans celebrada el 23 de enero de 1878 fue usada como pretexto para vincular a la Monarquía con la modernidad. Madrid estrenó alumbrado eléctrico con motivo de la ... boda, a donde la novia llegó en tren procedente de Aranjuez, concretamente en un vagón forrado de raso blanco. La Puerta del Sol se iluminó con un arco voltaico y energía producida por una máquina a vapor. Además, el día anterior los novios hablaron por teléfono y, tal vez, comentaron a la distancia la sonada ausencia de Isabel II , que prometió «no ir ni atada».
Noticias relacionadas
Paradójicamente fue esta Reina la que vivió en su turbulento reinado la llegada de la electricidad y otras innovaciones a España. Coincidiendo con sus primeros años de reinado, se empezó a probar en algunas calles de España el alumbrado de gas para las farolas, que ya estaban instaladas en muchas ciudades de Europa desde principios del siglo. No fue hasta 1851, fecha en la que mediante una pila galvánica se iluminó la Plaza de la Armería y posteriormente el Congreso de los Diputados , cuando la electricidad puso un pie firme en las calles españolas.
El impulso de las hidroelécticas
A diferencia de otros países, en España la llegada de la electricidad no se las tuvo que ver con el alumbrado por gas, pues apenas estaba aquí implantado. El 24 de junio de 1858, con motivo de la llegada de las aguas al canal de Isabel II se instaló una fuente iluminada en los altos de la Calle de San Bernardo . El surtidor, de treinta y un metros, se iluminaba con fluido eléctrico y se convirtió en toda una atracción para el pueblo madrileño. Años después, se iluminaría también el Palacio de Bellavista y los Jardines del Buen Retiro en demostraciones que tenían más de espectáculo que de uso práctico.
Exposición regional en Valencia, año 1909, con una calle iluminada.
En 1873, Barcelona se sumó a la fiesta de la electricidad con una pequeña dinamo de importación para usarla en la Escuela de Ingenieros Industriales. Y, dos años después, un aparato similar se instaló en la fragata Victoria y con él se iluminaron las Ramblas, el mercado de La Boquería, el Castillo de Montjuic y la mayoría de los altos del barrio de Gracia. El Puerto del Abra de Bilbao y la Plaza de la Constitución de Valencia continuaron extendiendo el prodigio de la luz eléctrica en los siguientes años.
No obstante, en paralelo a esta pirotecnia eléctrica se desarrollaron varias iniciativas particulares para usar la nueva energía de forma cotidiana, como sustituto del gas, que ensuciaba más, provocaba más olores y muchos más accidentes. Cuenta el investigador Miguel Ángel Almodóvar en ‘Yantares de cuando la electricidad acabó con las mulas’ (Nowtilus) que ya en 1863 un farmacéutico barcelonés llamado Doménech iluminó su botica con un método eléctrico algo rudimentario, y al año siguiente el ingeniero responsable de construir un tramo de ferrocarril por la sierra de Guadarrama empleó luz eléctrica a través de pilas para iluminar los trabajos nocturnos en zonas donde el gas y las antorchas no eran recomendables por viciar el aire del túnel.
Las empresas de gas insistieron en los inconvenientes de la luz eléctrica, lo que incluía la electrocución y unas lámparas muy deficientes en los primeros años, creando toda una leyenda negra
Adelantándose a su uso generalizado, el gobierno publicó en 1858 un Real Decreto para establecer las Aplicaciones de la electricidad y la luz. Empresas industriales en Cataluña, Aragón y Navarra fueron las primeras en emplear esta tecnología en sus fábricas. No en vano, la electricidad tardó aún varias décadas en llegar a cuentagotas a los hogares. Las empresas de gas insistieron en los inconvenientes de la luz eléctrica, lo que incluía la electrocución y unas lámparas muy deficientes en los primeros años, creando toda una leyenda negra en prensa para evitar que sus inversiones se fueran por el desagüe.
El 11 de agosto de 1883 se produjo un apagón en el Paseo del Prado de Madrid, al que le siguió una gran confusión y desórdenes públicos que solo fueron capaces de parar los faroleros de gas que acudieron a devolver la luz y la sensatez a una de las calles más concurridas de la capital. Por descontado, las compañías de gas, que habían fracasado en su intento de controlar al sector eléctrico, no dejaron pasar la ocasión de propagar más publicidad negativa a raíz del apagón.
El gran salto
El salto a negocio profesional de la luz eléctrica se produjo en 1881, cuando Francisco Dalmau y su familia constituyeron en Barcelona la Sociedad Española de Electricidad , que se valió de un tipo de dinamo, la máquina Gramme, para exprimir los usos industriales de esta energía. La familia Dalmau se constituyó como la representante de esta tecnología en España y consiguió que en pocos años se disparara su instalación.
La primera gran central de la Sociedad Española de Electricidad , con 220 kW de potencia, se situó en la calle de Mata (Barcelona) y empezó a suministrar energía a toda la ciudad. A este empresa pionera le siguió la incursión de Barcelona Traction, que hacia 1925 logró generar casi la tercera parte del total de la energía eléctrica de toda la Península.
Ilustración decimonónica con una farola de fondo.
¿Pero de dónde procedía la electricidad? A comienzos del siglo XX, en España existían 859 centrales eléctricas que, en total, generaban la potencia de 128.940 caballos eléctricos, según datos del libro ‘Yantares de cuando la electricidad acabó con las mulas’ (Nowtilus). El 61% de la energía de estas centrales era térmica, mientras que el 39% era hidráulica.
Esta relación de equilibrios cambió cuando la corriente alterna de Tesla se impuso al fin sobre la corriente continua defendida originalmente por Edison, el europeo contra el americano. La corriente alterna facilitó el transporte de la electricidad desde lejanas centrales hidráulicas. Hacia 1929, el 81% de la energía eléctrica procedía de fuentes hidroeléctricas, donde España se convirtió en una potencia europea.
El crecimiento anual del consumo eléctrico fue aumentando hasta el estallido de la Guerra Civil a un ritmo anual del 5%. El agua corriente y la electricidad entraron de golpe en los hogares más acomodados. El periodista de la época Corpus Barga planteó las muchas ventajas y los pocos inconvenientes de estas comodidades en clave de humor:
«El gran problema que planteó la luz eléctrica consistió en que no se sabía qué hacer con los candelabros de plata y los quinqués de porcelana, resultaban trastos inútiles sin más valor que el de su materia, la que no tenía. Los instaladores de la nueva iluminación intentaron varias adaptaciones, una tuvo éxito universal, no pudo ser más sencilla, como todas las grandes ideas se le puede ocurrir a cualquiera, la de media vuelta a la pantalla de las lámparas que pendían sobre las mesas de los comedores, podían subir y bajar; las revoluciones se adaptan poniendo boca arriba lo que estaba boca abajo».
A favor y en contra de la electricidad
Los escritores, periodistas y cronistas de lo cotidiano se enzarzaron en artificiales y cómicos debates sobre las bondades y perjuicios de las luces. En sus memorias, Pío Baroja pinta un panorama de gran modernidad con la llegada de la luz eléctrica a las casas:
«La instalación de la clase media era un poco mísera, los chicos estudiaban en el comedor, ante la luz del quinque de petróleo, y a veces, de la candileja de aceite. Las casas tenían entonces pocas comodidades; no había cuarto de baño, pocas estufas, y mucho menos calefacción central. Se leía y se escribía, en el rigor del invierno, al calor del brasero (...). La luz eléctrica ha influido mucho en la vida y, sobre todo, en las ideas de la gente».
En cambio, el escritor y diplomático Ángel Ganivet ironizaba con todo lo que se había perdido a causa de la luz (y eso que no conocía el precio que iba a alcanzar la luz hoy en día ):
«Cuando se inauguró el alumbrado de gas, los partidarios del aceite pusieron el grito en el cielo, y los muchachos apedrearon las farolas, y perseguían gritando a los alumbradores. Hoy todo el mundo se inclina respetuoso ante la luz eléctrica y no se registra un desmán contra las lámparas incandescentes. ¿Qué ha pasado aquí? Lo que ha pasado es que hemos perdido la vergüenza, quiero decir, la timidez. A la primera oleada de luz reparamos en que nuestro estado exterior no es muy brillante, y nos afligimos de que nuestras miserias quedaran tan a la vista; pero pasado el primer bochorno, las oleadas sucesivas no nos hacen mella.
(...)El antiguo hogar no estaba solo constituido por la familia, sino también por el brasero y el velón, que con su calor escaso y su luz débil obligaba a las personas a aproximarse y a formar un núcleo común. Poned un foco eléctrico y una estufa que iluminen y calientes toda una habitación por igual, y habéis dado el primer paso para la disolución de la familia» .