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ABC Cultural

Torera tarde de Luis Miguel Encabo

Luis Miguel Encabo, en la excelente media que antecedió a otra cumbre BOTÁN

Capotazos al agua y pases para aparcar. Unos sobran y otros faltan para ir a Las Ventas en esta Feria. Los capotes contra la lluvia no se corresponden con la indumentaria del aficionado, por mucho que le guste a Javier Villán su colorido empapado, que no ha lugar ni a sostener el puro; los pases que permiten alcanzar la plaza con el coche los ha restringido Gallardón con acierto contra el abuso, pero de ahí a quitárselos al equipo médico de García Padrós y a los equipos veterinarios venteños no es plan, que hay otros que ni pinchan ni cortan y casi se meten con la autorización hasta el despacho de Manolo Cano con lujosos mercedes plateados.

El mejor uso de un capote lo hizo ayer Luis Miguel Encabo, que resucitó la media verónica completa. ¿Completa y media? Sí, enroscándose al toro en la cintura, con la suerte cargada, el vuelo amplio, no la más codillera de atarse el capote a la cadera, más bonita que profunda, o en su deformación la remanguillé o el chaquetazo abajo y desmayado, plas, sin torear al toro. Dos medias estupendas al cuarto, el toro de la tarde, en un quite, colmaron de gozo el alma ayuna de tanta belleza. Una por el pitón izquierdo y otra, sublime, por el derecho. La exaltación de la media frente a la larga, la serpentina o la revolera. Todas, probablemente, más vistosas, todas válidas, pero donde haya una media cabal, la apuntada por Belmonte, la tallada por Chenel para el recuerdo en los ochenta, que se quiten los demás broches. Fue este segundo del lote de Encabo el puntal que sostuvo la corrida de Astolfi, astifina como las maniquíes de los escaparates de «Zara» en primavera, geniuda y desapacible como el día; fue, en definitiva, el más encastado y apto para el toreo, pese a su escasa duración.

Luis Miguel Encabo, toda la tarde precisamente colocado y pendiente de la lidia, que luego sólo se lo cantan a Esplá, lo lanceó con más decisión que limpieza de salida. José Antonio Fernández lo picó bien en el primer y violento encuentro y se superó en el siguiente moviendo el caballo para provocar la arrancada. Entremedias, una intervención de Encabo por chicuelinas más de regate que de quietud, de ratón de escuela, como con las banderillas, salvo en el más expuesto tercer par por los adentros.

Nítidos muletazos

Las dobladas de principio de faena, estéticamente perfectas, tal vez quebrantaron el fondo del toro de Astolfi, que en ese son -son que había que poder, ojo- duró una serie más de derechazos, nítidos cuando le arrastró la tela y enganchados cuando no lo sometió tanto. Desde entonces se vino bastante abajo. El diestro madrileño le presentó pronto la mano izquierda y todavía le sacaría pases de alta calidad, torerísimos. Al de Astolfi ya le costaba un mundo perseguir el trapo rojo, algo que desarrolló con más comodidad hacia los adentros -ole por la trincherilla- o en algunos naturales planteados de uno en uno. Fue faena salpicada, en la misma medida que el toro embestía con discontinuidad, más que rotunda, una labor francamente torera. No pudo más el animal, que ya buscaba las tablas en el último tramo con desesperación. Luis Miguel lo pinchó dos veces antes de que se echara en la puerta de toriles totalmente acabado.

El que rompió plaza careció de poder, y tal vez por eso se defendió tanto. Ya apareció en el ruedo con una cornada al lado del brazuelo izquierdo. Encabo resolvió con oficio en todos los tercios.

A El Cid no le ha sonreído la suerte ni en Sevilla ni en Madrid de momento. El bizco y montado tercero, de amenazante daga zurda, le permitió al menos mostrar apuntes con el capote -la media que remató dos lances, aunque luego con las de Encabo se quedase más diluida- y su disposición. Esperó el toro en banderillas -la cuadrilla cayó con todo el equipo- y luego embistió con guasa. Difícil es explicar por qué lo brindó al público. Lo mató de un buen espadazo arriba a la segunda y saludó desde el tercio. El sexto resultó deslucido al máximo, entre flojo, «desaborío» y gazapón.

Se desconoce lo que pensaría Eugenio de Mora cuando apreció tras el burladero las perchas terroríficas del segundo, que concentraba toda su seriedad en la cara. Se desconoce pero se imagina, y más después del recado que nada más arrancar la faena le envió a la faja. De cualquier manera, el torero de Mora de Toledo lo trasteó desde ese momento desconfiado y al hilo, lejos de sus posibilidades de juventud. Ratificó que no está con el burraco quinto, un mal bicho, mirón y pendenciero, al que le zurró la badana en el caballo. Incluso para estar a la defensiva hay que ponerse más gallardo, aunque sea de falsete.

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