Sostres en el campo: cuatro gallinas ponedoras
Un verano perdido
«Ceno en Gresca con un amigo de mi mujer que nos anuncia que se casa, es su tercera boda»
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Iniciar sesiónMi hija se ha instalado unos días en la finca de los abuelos de una amiga y me llamó ayer para explicarme que la segunda mujer del padre justo había comprado cuatro gallinas. Cuatro gallinas ponedoras. Pasaron la tarde construyendo un cobertizo y los ... nidos –no sé si nido es la palabra exacta en este caso– para que pongan. Se ve que hace dos veranos, cuando llegó a la familia, compró contra la opinión de todos un conejo. Le advirtieron repetidamente de los peligros pero no hizo caso y el advenedizo no superó la primera noche y encontraron su cadáver en el huerto, destripado por el perro. La irrupción de las gallinas ha disgustado a los abuelos, dueños de la propiedad.
Maria dice que la madrastra todo esto lo hace para que su amiga, a quien tanto gustan los animalitos, la quiera, pero cree que es un camino equivocado. El padre se enamoró de ella y dejó a su esposa sin que aparentemente la relación estuviera deteriorada, y renunció a la casa y la custodia de la niña para poder firmar el divorcio más deprisa. Enseguida se casaron y tuvieron una hija.
Comprar animales para remendar familias que has roto. Es un buen resumen de la vida moral de España. Se nos llenan los corrales y se nos vacían los hogares. La gallina de tu madrastra y el fantasma de tu padre. «Es un sentimiento que nunca se te quita –le dijo su amiga a Maria– ver a tu padre marcharse de casa». En aquel momento mantuvo la compostura y por no empeorar las cosas no dijo nada pero cuando vio al conejo tendido junto a la tomatera lloró todo lo atrasado. Luego lo pensó y se sintió extraña.
Ahora adora a su hermanita y aunque su madrastra es torpe ve cómo se esfuerza y trata de no culparla. «La quiero todo lo que la puedo querer dadas las circunstancias», me dijo mi hermana de la segunda mujer de nuestro padre.
Esta mañana Maria me ha escrito para informarme de que cuando han ido a ver si había huevos, de las cuatro gallinas sólo quedaban tres y nadie sabe qué ha sido de la que falta. No ha dejado rastro. Ni plumas sueltas ni sangre. La han buscado por todas partes. Los abuelos no han dicho nada pero poniendo la cara que ponen las personas mayores para que quede claro que no dicen lo que piensan y que es peor que si lo dijeran.
Ceno en Gresca con un amigo de mi mujer que nos anuncia que se casa, es su tercera boda. Tiene dos hijos y con esta chica 30 años más joven espera tener un tercero. Nos acompaña el ginecólogo Paco Salamero, experto en reproducción asistida. Más gallinas ponedoras, más fantasmas en el cuarto de tus padres. Luego falta una y nadie sabe quién ha sido.
Llego a casa pronto, escribo a Maria para darle las buenas noches. Me dice que la cuarta gallina no ha aparecido y que las otras tres no han puesto nada todavía. También que la abuela ha preparado tortilla de patatas para cenar, y que ella y su amiga se han partido de la risa cuando lo han visto porque les ha parecido una burla muy sibilina, y mientras comían la mujer del padre ha dicho: «Estos son los últimos huevos de supermercado que comemos, a partir de ahora comeremos los nuestros», y aunque sé que los lectores creerán que me lo invento para redondear el artículo, la gloria sobre la noche ha caído cuando el abuelo ha dicho «mira, como dijo Rufián en el Congreso» y todos han reído, madrastra incluida, como una sola familia. «Buenas noches, papi», «buenas noches, Nina», suelo llamarle Nina.
Duermo poco, me despierto como las gallinas, y he de reconocer que estoy ansioso por conocer el parte. No defrauda nunca Maria. Ya no queda ninguna. Las tres se fueron. No se sabe qué ha sido de ellas, si un zorro se las ha llevado, si han entrado a robar los de la chabola, o si las tres han aprovechado la noche para marcharse en busca de una nueva vida. Cada cual especula a su modo pero no hay ningún indicio. «Me gustan los misterios aunque sean de gallinas», dice el abuelo; antes de marcharse han puesto dos huevos, «algo es algo», dice la madrastra, que ya no reacciona de tan buen humor como la noche anterior a las bromas que le hacen sobre las desaparecidas. Especialmente cruel la abuela, con la que Maria tiene suficiente confianza para decirle: «Es tu casa, no la suya, si no quieres que compre más animales, ¿por qué no se lo dices?».
—Calla, calla, mejor que compre animales que no que le diga a Jorge que quiere tener más hijos.
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