Vida de pastores: jóvenes que deciden dar el relevo

El sector primario lucha contra la falta de continuidad en las empresas y explotaciones familiares. Viajamos hasta Burgos y Cantabria para conocer dos casos en los que los hijos cogen el testigo y se hacen con el rebaño

Marina y Vidal Lázaro, pastores en un pequeño pueblo de Burgos, en La Ribera

Laura Pintos

Burgos-Cantabria

Todo está preparado para la campaña de Navidad en la explotación ovina Del Vidal, situada en el pueblo de Oquillas, en Burgos, de solo 50 habitantes. En los últimos años, la demanda nacional de carne de lechazo ha aumentado, mientras que la oferta sigue ... bajando por los cierres y el abandono de las explotaciones que no siguen adelante por falta de relevo generacional. Ya no hay quien quiera trabajar el campo, las dificultades son muchas y las condiciones poco tentadoras.

En esta pequeña finca familiar burgalesa, situada junto a la Autovía del Norte (Nacional I) que va de Madrid a Irún, las cosas son, sin embargo, diferentes. La continuidad de su sistema de pastoreo extensivo, el tradicional, ha dado esperanzas, nuevos proyectos y motivación al duro negocio. Y es que aquí cada día los hermanos Sergio y Marina Lázaro se reparten el trabajo, aunque su padre y fundador, ya retirado, don Vidal, no deja de estar presente (sigue paseando al rebaño cada día) y la madre también aporta sus horas y manos a la faena.

La última en sumarse ha sido la hija menor. A diferencia de su hermano, el primogénito, que siempre tuvo claro su papel en el campo, ella sintió otra vocación y tras la universidad trabajó nueve años en la televisión de Aranda del Duero como realizadora. A los 30, cuando su padre se jubiló, debió replantearse todo. Contrariamente a lo que está sucediendo en gran parte del sector primario, ella sí decidió dejarlo todo y dar el imprescindible relevo que necesitan estas pequeñas explotaciones ganaderas para subsistir.

Han pasado un par de años de aquello y ahora dice que no lo cambia por nada, que siente «que ha dejado de trabajar», pese a que no para nunca, porque ya no la agobian los lunes ni está encerrada cumpliendo los horarios y expectativas de otros. «Ahora con quien tengo que cumplir es conmigo», asegura, al tiempo que dice que «cada vez que tengo más trabajo, en lugar de darme apuro, me da más alegría«.

Mientras su hermano mayor se ocupa del campo y de los animales, ella ha asumido la parte comercial, la distribución -reparten a restaurantes, a puntos de venta locales y a particulares, aunque también hacen envíos a toda España- y la divulgación. Sus conocimientos en comunicación abrieron una nueva puerta a la empresa, la de las visitas guiadas y los talleres y catas de queso que ella dirige e imparte.

Y es que el oficio que sus padres desempeñaron, y antes de ellos sus abuelos, hoy está en vías de extinción por los pocos atractivos que las nuevas generaciones -entre las que casos como el suyo son un 'rara avis'- encuentran en la dura vida rural, en la que no hay días libres ni confort y ser rentable es un reto que se gana con mucho esfuerzo y poniendo en la balanza los intangibles.

En Vidal han tomado decisiones para adaptarse a los nuevos tiempos. De las 1.300 ovejas que tenían los padres y sus socios, un matrimonio amigo que salió antes al jubilarse primero, han pasado a solo 500 -diez carneros y el resto ovejas-, que son a las que pueden dar alimento sus 150 hectáreas de finca, donde plantan lo necesario, avena, cebada y forrajes (veza, esparceta y alfalfa). Se han centrado en ser autosuficientes y en reaprovechar todos sus recursos.

También el lobo, que de muy ocasional ha pasado a ser la mayor amenaza en los últimos años por la normativa que lo protege y que ya les ha causado importantes estragos, los ha obligado a ser más cautos, no ir más al monte a pastar y guardar el rebaño por las noches.

También cambiaron las ovejas y pasaron a criar solo churras, raza autóctona de Castilla y León caracterizada por tener el morro, las orejas, los ojos y las patas negras, que resultan peores para leche pero son muy apreciadas por su carne, más infiltrada de grasa y por tanto sabrosa. Delicados, estos animales requieren un atento cuidado y buena alimentación, con lo cual se puede conseguir que muchas veces den dos corderos en lugar de solo uno, que es lo más frecuente. Teniendo en cuenta que se suelen 'montar' una o dos veces al año como mucho, y que la gestación dura cinco meses, este factor es clave. En el amamantamiento de las apreciadas crías para los hermanos es fundamental la ayuda de su madre. Al mes aproximadamente se sacrifican los machos, cuya carne es la que sale a la venta, mientras que las hembras se crían con mimo para mantener el ciclo.

Bajo la marca Del Vidal venden lechazo fresco, entero o medio, su producto más exitoso, y últimamente han añadido el lechazo preasado envasado al vacío -cuarto delantero o cuarto trasero-, que solo requiere rematarlo con 40 minutos de horno en casa para poder comerlo. El queso es menor en cuanto a producción y venta, pero es el que vertebra la parte de talleres, experiencias, catas y degustaciones que organiza Marina para los visitantes y grupos estudiantiles.

Sus perros corretean alrededor cuando explica, entusiasmada, cómo funciona todo. Es otro de los gustos que ha priorizado al cambiar de vida, poder estar con ellos cada día, igual que con su familia. En la finca ha montado un aula taller y una pequeña tienda. Tiene más ideas, dice que cada día se siente motivada pese al clima, las largas jornadas, las distancias, el trabajo físico. «Ahora siento que cada día de mi vida soy feliz, no hay tantos altibajos, estoy tranquila, trabajar en la naturaleza te da una paz que puede sonar a mentira, pero es verdad, es muy diferente venir aquí, coger la bicicleta para ir a ver ovejas, volver y cortar queso, hablar con la gente«, explica.

Ya no ve vuelta atrás. «Alguna gente me ha dicho que cómo hago esto teniendo estudios, pero han sido los menos. Lo entienden sobre todo cuando vienen aquí y ven lo que hay. Al conocer lo que hacemos se dan cuenta de que no se pueden perder las tradiciones ni los oficios«, afirma.

Pastor de altura

Jaime Abascal, pastor en los Valles Pasiegos

A unos kilómetros de allí, ya en territorio cántabro, otro joven ha decidido, a contracorriente, quedarse en su pueblo y seguir con el antiguo oficio que tuvieron antes que él sus padres y sus abuelos. Esta mañana Jaime Abascal, de 27 años, sube en su todoterreno blanco a donde están pastando sus ovejas, en los prados de lo alto de la montaña. «Cuanto más abajo, peor es el pasto», explica, y «a las ovejas les gusta el pasto limpio, sin helecho, entonces marchan para arriba», añade.

Recorre el escarpado sendero que quita el aliento por su perpendicularidad y su cercanía al filo con soltura, y en diez minutos se planta arriba. Desde allí los valles pasiegos muestran su perfil de postal, con los picos rodeándolos, el vientre fértil, las nubes abriéndose para dejar que se derrame el sol en las huertas y las cabañas de piedra y madera. El joven suele hacer este camino diario de ida y vuelta a pie con los perros.. Dice que su corazón bombea fuerte, como están sus piernas. Y que tiene que estar muy atento al lobo, que le amenaza el ganado en las alturas («está descarado», dice) y que cada tanto le resta cabezas. El invierno, con la nieve y el viento, lo pone aún más desafiante y hay que comprar insumos. El pastoreo en extensivo es duro, obliga a poner el cuerpo.

Hace nueve años «marchó a trabajar» a un taller mecánico por las tardes, pero todas las mañanas sigue ejerciendo, ayudando a sus padres, aunque el rebaño haya disminuido mucho. «Entonces teníamos 260 ovejas, hoy 128, y cada vez hay menos pastores«, advierte. Aunque no salgan las cuentas si se valora el trabajo que dan. »Ahora mismo se está vendiendo cada animal a unos 80-90 euros y mis ovejas solo sacan un cordero al año«, dice, y añade que por ese precio »hay estar pendiente todo un año de la oveja, no solo de darle de comer, sino de protegerla para que nadie te la mate«.

Así, su familia consigue unos cien corderos al año, porque unos 20 se guardan para seguir criando. No hacen leche, solo carne, y hay veces que «me las va vendiendo el lobo» que, en los últimos años, «ha llegado hasta a atacar de día» y «casi no huye más de las personas porque ya no huele la pólvora». Para parir, baja a las ovejas a las cabañas de abajo. Vende a restaurantes o a una carnicería de Asturias, donde se consume mucho cordero.

Aún así, asegura que seguirá, tanto con las ovejas como con sus vacas y yeguas, todo lo que pueda. «Esto a mí me flipa, me encanta, lo que pasa es que no le veo futuro» dice, «aquí en la vega somos dos o tres, menores que yo, no hay ninguno; aquí había como 40 rebaños, ahora estamos dos o tres, económicamente no es rentable, es por gusto y tradición. Mis padres no marcharon nunca de vacaciones, pero nunca».

Los pastores jóvenes contribuyen a un sector que conserva las tradiciones del campo, los pueblos y la gastronomía más tradicional.

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Sobre el autor Laura Pintos

Periodista por curiosidad extrema, aficionada a contar historias, adicta a escribir para intentar entender el mundo. Presentadora y moderadora. En ABC, soy jefa de Estilo, sección de viajes, gastronomía, moda, belleza, decoración, lujo y bienestar. Podcast Abecedario del Bienestar.

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