«Hay dos motivos por los que la edad mínima para dar un móvil sea a los 14 años»

El cambio de centro, las nuevas amistades, las dudas de las familias o la presión social hacen que, en la mayoría de las ocasiones, los padres cedan y entreguen al menor el ansiado teléfono «por si le pasa algo y tiene que llamarme». «Es uno de los argumentos más utilizados por las familias», apunta a ABC Silvestre del Río, policía de menores y fundador de Educando Proteges. «Yo, sin embargo, creo que la edad mínima para dar un smartphone es a los 14 años por dos motivos -explica-. El primero, porque a esa edad ya adquieren responsabilidad penal. Por tanto, si cometen algún delito, ya pueden ser responsables de sus propias acciones y responder ante el juez y fiscal de menores. El segundo, porque es la edad mínima para poder tener un perfil en las redes sociales».

Los hijos, en realidad, no quieren un teléfono propio para estar en contacto con sus padres. «Toda la vida se ha ido al colegio. Es uno de los lugares más seguros y si la dirección, los profesores o quien sea tienen que llamar a la familia, lo hará sin problemas», recuerda el experto.

«Suelo ser muy tajante -continua- y me tildan de ser muy duro pero siempre digo que prefiero que mi hijo sea un excluido social a que sea un abusado sexual» declara sin paliativos para concienciar a las familias de que «siguen sin guiar ni acompañar a los menores» en su relación con las nuevas tecnologías y las redes sociales.

«Si los padres deciden dar un teléfono a una edad temprana (11-12 años), no estaría nada mal que fuera sin acceso a internet porque si es solo para poder localizarle, es suficiente. Pero si se le entrega con datos, hay que acompaña y dialogar mucho. Lo mismo que se les pregunta por el examen que han tenido o por cómo les ha ido el día, hay que preguntarles sobre qué aplicación nueva se han descargado, si tienen nuevos seguidores en redes sociales... Hay que normalizar este tipo de conversaciones», reclama, pero también «dejarles bien claro que los padres tienen la obligación de controlar el uso que hacen del móvil: si hacen un buen uso, toca ir dándoles espacio. En caso contrario, los progenitores pueden coger y chequear el teléfono porque el derecho a la intimidad del menor no está por encima del deber de los adultos de protegerle».

Para ello, es fundamental acordar, desde el primer momento, las normas de uso. «Y fijar las consecuencias de su incumplimiento», puntualiza del Río. «Por ejemplo, si se acuerda que no van acceder a una determinada red social y lo incumplen, hay que poner en práctica las consecuencias establecidas por saltarse las normas acordadas. No puede ser que no pase nada si ese día estamos de buen humor o, en caso contrario, pongamos el grito en el cielo».

Al final, las familias no pueden evitar que los menores se adentren en las nuevas tecnologías o tengan su propio perfil en redes sociales. Pero la realidad es que los adultos no saben cómo acompañarles. «Se trata de una cadena de errores», explica del Río. «Desde la exposición temprana, porque les damos el móvil para que coman o colgamos fotos de ellos desde que nacen, hasta que les entregamos su primer dispositivo sin control. Antes de los 8 años, la mayoría tienen tableta. Se dice que es con objetivo educativo pero esa intención desaparece a los dos meses y empiezan a tener acceso a Youtube, a juegos... Y los adultos ni acompañan ni guían», recuerda.

No hay que olvidar que internet es una puerta abierta a un sinfín de contenido. También inadecuado. «Ellos van creciendo mientras se relacionan por redes sociales, muestran su cuerpo en la Red sin pudor, acceden a la pornografía a edades muy tempranas, alterando su conductas sexuales en la adolescencia... Todo ello sucede sin el acompañamiento y supervisión de la familia y esto hay que cambiarlo», recuerda el experto. «Hay que reducir el tiempo que pasan ante el móvil, darles acceso en función de su edad, acompañarles, establecer normas de uso y consecuencias y normalizar las conversaciones de las nuevas tecnologías con los menores. Es fundamental generar un clima de confianza con ellos para que si tienen un problema, te lo cuenten y acudan a ti. No vale eso de que 'sabe más que yo' para dejarles solos».