Y yo, ¿cómo disimulo que no tengo brazos?
Adriana Macías, autora de 'Enamórate de ti. Ámate y vuelve a empezar', explica que «si alguien que nos ama nos dedicara el mismo tiempo que uno se dedica a sí mismo diría 'esta pareja no es para mí'» e invita a practicar el hábito del amor propio
«Es imposible que un niño se valore si sus padres le etiquetan, comparan, o chantajean a cada paso que da»
Madrid
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónAdriana Macías nació en México. Y sin brazos. Este inesperado capricho de la naturaleza humana, en vez de mermar su vida ha sido su verdadero impulso por lograr, como si de una carrera de fondo se tratara, alcanzar su aceptación personal y la madurez ... emocional suficiente para ser feliz. Y lo ha conseguido. Hoy es madre de una niña de cinco años y ofrece conferencias por diferentes países del mundo para contagiar ese espíritu de lucha, esfuerzo y reconstrucción personal que a ella la ha permitido sentirse una mujer completa.
Pero no nos engañemos, el camino no ha sido fácil aunque la meta sea triunfal. En su último libro 'Enamórate de ti. Ámate y vuelve a empezar' recuerda cómo en la adolescencia es habitual que las chicas se preocupen por disimular sus granitos, sus michelines..., mientras ella se cuestionaba «y yo, ¿cómo disimulo que no tengo brazos?».
Adriana se casó plenamente feliz y, sobre todo, encantada de tener un hombre que se fijara en ella sin importarle su discapacidad. Hoy, sin embargo, reconoce que con todas sus parejas y amigos se sintió siempre en deuda. Si un compañero quedaba conmigo, pensaba '¡Me está invitando a mí a un helado! ¡A la rara!'. Cuando ocurría algo así, yo me sentía en el compromiso de agradecer ese gesto de haberse fijado y molestado en estar con una chica sin brazos».
De esta manera se percata de que en numerosas ocasiones había tomado decisiones en su vida desde el miedo y la inseguridad para gustar a los demás y ser aceptada. «Llega un momento en el que me miro al espejo y me doy cuenta de que no soy yo. No me reconozco. Veo pedazos de lo que quería un ex novio, otro ex novio y otro. Me cuestioné, ¿dónde está esa persona que quería hacer cosas por sí misma? Pero, además, descubro que esto no solo me pasaba a mí por mi condición, sino que hay miles de mujeres guapísimas y estupendas, con su cuerpo entero, pero sin felicidad completa en esta búsqueda del amor, de sentirte queridas, de ser parte de alguien. No lo dudé, no quería vivir en deuda con nadie, ni con mi marido.
«Yo misma me replanteé cómo iba a sacar adelante a mi niña de tres años y dejar una vida aparentemente ideal con un marido guapísimo, una casa maravillosa, ¡hasta el perro era perfecto!... Pero me sentía vacía».
Decidió tener un nuevo comienzo, volver a empezar. «Al principio crees que no puedes. Yo misma me replanteé cómo iba a sacar adelante a mi niña de tres años y dejar una vida aparentemente ideal con un marido guapísimo, una casa maravillosa, ¡hasta el perro era perfecto!... Pero me sentía vacía».
Su clave: desarrollar el hábito del amor propio. Para empezar recomienda que cada uno se cuestione qué le regalaría de sí mismo a esa persona que ama. «Esa pregunta te va a dar todas las respuestas. A veces nos hablamos de una manera que no le permitiríamos a alguien que dice que nos ama. Nos tenemos que mirar y dedicarnos tiempo a nosotros mismos. Si una persona que nos ama nos dedicara el mismo tiempo que nosotros nos dedicamos a nosotros mismos diríamos 'esta pareja no es para mí, no me quiere, no me dedica tiempo'».
Nuestro cuerpo no tiene límites
Reconoce que actualmente vivimos en un mundo en el que queremos todo ya, de inmediato, «pero nos falta conceptualizar porque los grandes retos llevan tiempo, constancia, esfuerzo y cuando lo entendemos podremos sentirnos más plenos y menos frustrados. Yo tuve que hacer miles de intentos para vestirme sola, peinarme, maquillarme... con el resto de mi cuerpo al no tener brazos. Cuando lo logré, me dije que no podía gastar una hora de mi vida en peinarme. ¿Qué podía hacer? Ponerme a practicar hasta lograr hacerlo en menos tiempo. Nuestro cuerpo no tiene límites, lo que tú le propongas hacer, tu cuerpo lo va a conseguir. Siempre tenemos la oportunidad de aprender y no quedarnos en la queja. De todos los momentos adversos adquirimos fortalezas y pasión por la vida. En todas las historias de todo ser humano hay momentos difíciles, pérdidas, sucesos que si pudiéramos los borraríamos, pero al hacerlo nos quedaríamos sin la fortaleza, ni el aprendizaje ni espiritualidad de ese momento».
Adriana concibe la vida como un verdadero milagro. «Tardé ocho años en quedarme embarazada con un tratamiento de fertilidad. Aprendí hasta a inyectarme yo sola. Podía haber desistido, pero a pesar de este retoque de cuerpo que Dios me ha dado, decidí mostrarme heróica, darlo todo. Comencé mil veces y en cada nueva vez me sentía más fortalecida. Hay que encontrar aquello que te inspira».
«El día que llegué a casa con mi hija recién nacida entré en pánico. Me preguntaba cómo iba a atenderla si ni siquera podía cogerla en brazos»
Creyó que su parto sería natural, pero fue cesárea porque levanta más el pie derecho para manejarse en su día a día y tiene una desviación importante en la columna vertebral que le impidió ese parto natural. La emoción de Adriana al ver que su bebé tenía el cuerpo perfecto, con sus veinte deditos, fue un gran alivio. «El día que llegué a casa con mi hija recién nacida entré en pánico. Me preguntaba cómo iba a atenderla si ni siquiera podía cogerla en brazos. Sin embargo, no puedes decir yo lo doy todo y hago todo porque hay que dejar ayudarse por otras personas. Aún así, aprendí a bañarla, vestirla, alimentarla, hacerle trenzas, jugar con ella... Lo importante es no desistir».
A los dos meses, su pequeña aprendió a coger el móvil con los pies, al igual que todos sus juguetes, tal y como hace su madre. «Tus hijos te ven desde el día uno de sus vidas y te imitan. Está claro que el ejemplo es una orden silenciosa. Este hecho despertó en mí un gran compromiso, primero en ser feliz, para que mi hija me viera feliz, sin miedo ni inseguridad por mi desventaja de no tener brazos. Y para eso necesitaba hacer un gran trabajo de construcción personal».
MÁS INFORMACIÓN
- Las razones por las que discuten tanto las parejas
- «Acabamos hartos de tantas lágrimas en el puente aéreo»
- La soledad no deseada: duele (físicamente) y puede ocurrir a cualquier edad
- Padres tóxicos: comprueba si eres uno de ellos y cómo le afecta a tu hijo
- Juan Carrión: «En España hay 3 millones de personas que buscan un diagnóstico los 365 días del año»
Cuando la pequeña cumplió un año y medio le preguntó a su madre por qué no tenía brazos. A los cuatro años la niña dijo que estaban en la luna. Adriana le comentó: «¿y si buscamos a alguien que nos haga un cohete y nos vamos a la luna a buscarlos?». La niña contestó con un no rotundo. «En ese momento comprendió de verdad que su mamá es así, y no soy más ni menos por no tener brazos, porque yo juego con ella, la baño, la visto... Le gusto como soy. Sabe que su mamá es diferente, como todos los seres humanos lo somos, y hay que amarlos tal y como son».
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete