En busca de un nuevo heredero
Se abre otra página, menos glamourosa y más prosaica, en la historia del Principado, que sufre a su manera la crisis económica mundial
JUAN PEDRO QUIÑONERO
El matrimonio del Príncipe Alberto II y Charlene Wittstock abre una nueva página en la historia de Mónaco, que está viviendo una metamorfosis muy profunda de su economía, su política, su puesto en la historia del lujo y el glamour, sufriendo a su manera ... la crisis financiera mundial.
En la puerta del Casino de Montecarlo , frente a la escalerilla del Hotel de París, siempre hay aparcados varios Maserati y algún Rolls Royce. Pero son «falsos»: modelos publicitarios que los grandes constructores de automóviles de lujo aceptan «exponer» a la curiosidad de los turistas de gama más o menos modesta.
Otros constructores, como Bentley o Mercedes, hace años que renunciaron a esa simbólica operación publicitaria, destinada a «preservar» la imagen convencional de un Casino legendario, hoy ocupado masivamente por las máquinas tragaperras.
Gracias a su cambiante condición de paraíso fiscal , el turismo , la hostelería y los derivados del lujo, Mónaco sigue ofreciendo a sus 31.000 habitantes (2008) una «renta» excepcional, unos 49.900 euros por habitante y año. Sin embargo, el Príncipe Alberto heredó un reino en una situación relativamente crítica. Y sus grandes proyectos de reformas económicas no han podido realizarse.
Entre 1998 y 2004, la OCDE hizo informes muy críticos sobre el paraíso fiscal de Mónaco. Entre los años 2005 y 2006, La Roca fue modificando su antigua y paradisíaca condición fiscal. Con unas consecuencias imprevisibles para la economía nacional. Una treintena de grandes bancos internacionales y medio centenar de sociedades de gestión siguen trabajando en Mónaco para una clientela afortunada. Sin embargo, reducido el atractivo fiscal, el negocio ha comenzado a decrecer. Mónaco es mucho menos atractivo para los ricos y ultra ricos, que daban a Montecarlo su imagen de marca en la geografía mundial del lujos, los placeres, el glamour.
Rainiero de Mónaco, el padre del Príncipe Alberto, sacó a Mónaco del abismo en el que se encontraba al final de la Segunda Guerra Mundial , convirtiendo el rincipado en un paraíso inmobiliario. En ese terreno, sigue siendo, con Londres, la ciudad más cara del mundo , donde el metro cuadrado puede alcanzar fácilmente los 30.000, 40.000 o 50.000 metros cuadrados.
«Boom» inmobiliario
Sin embargo, el «boom» inmobiliario que culminó al final de los años 70 del siglo XX también ha tocado techo. Hace treinta o treinta y cinco años, los millonarios italianos que huían de las Brigadas Rojas hicieron muchas inversiones. Sucesivas olas de «inmigrantes» ricos o ultra ricos elevaron el precio del metro cuadrado construido hasta un «techo» que ha dejado de crecer y pudiera comenzar a bajar.
En Mónaco hay una docena de rascacielos oficiales . En verdad, Rainiero y su «guardia pretoriana» dieron al Principado su actual fisonomía, muy «manhattaniana»: una costa saturada de torres; una ciudad ampliada hacia el cielo, cuyo crecimiento ha tocado techo.
Así las cosas, el Príncipe Alberto comenzó muy pronto, tras la muerte de su padre, grandes reformas políticas, diplomáticas, institucionales, económicas, comerciales. Casi todas han sido un éxito, en el terreno social y político. Pero, finalmente, Mónaco también es víctima de la crisis financiera mundial.
Alberto está consiguiendo una relativa «independencia» de Francia , consolidando el puesto de Mónaco en todas las grandes institucionales internacionales, de Naciones Unidas al Consejo de Europa. Esa independencia creciente está coincidiendo con la crisis económica que ha paralizado todos los proyectos llamados a modificar el antiguo modelo económico nacional. Mónaco es víctima de su minúsculo territorio nacional . Rainiero comenzó a «robar» territorio a la montaña y al mar, construyendo nuevos «barrios». Alberto heredó un Principado donde no hay más territorio por construir. Y lanzó los grandes proyectos que ya había barajado su padre: «robar» tierra al mar, para construir rascacielos, hoteles de lujo, incluso «torres subterráneas», bajo el mar, destinadas a oficinas...
En 2006, el Príncipe Alberto lanzó con mucha pompa el más grande de sus proyectos: la construcción de una nueva ciudad marítima, de 10 hectáreas, en el mar , para elevar 275.000 metros cuadros de hoteles, pisos e inmuebles, con una inversión internacional de 8.000 millones de euros. Los primeros edificios debían entregarse entre los años 2012 y 2014. Era, se dijo, el Mónaco del siglo XXI... una ciudad marítima de nuevo cuño, ultra sofisticada, ultra moderna, para inversores cosmopolitas, ultra ricos, claro está.
A los pocos meses del estallido de la crisis financiera de 2008, muchos de los inversores neoyorquinos decidieron abandonar el proyecto. Y el Príncipe Alberto se vio forzado a enterrar «provisionalmente» la ciudad de sus sueños marítimos y financieros, a la espera de una alternativa, desconocida, hasta hoy.
Sin duda, Mónaco ha comenzado a invertir en otros lugares, como Marruecos. Pero la crisis financiera y las revueltas árabes también han frenado esos proyectos.
Vocación ecológica
Mónaco y Montecarlo siguen y seguirán ocupando un puesto excepcional en la geografía mundial del lujo. Pero la vocación «ecológica» deseada por el Príncipe Alberto no siempre es un estímulo para los inversiones. Las presiones de la OCDE en materia fiscal no han tenido un efecto positivo para la economía nacional. La hostelería y los negocios inmobiliarios han tocado techo. La obligada escala de los cruceros de turismo «low cost» no favorece la antigua imagen de glamour .
Las tribulaciones familiares tampoco mejoran las perspectivas nacionales. La Princesa Carolina se encuentra en una bizantina situación personal: separada de hecho de su esposo, ha perdido su lejano encanto juvenil. Los sucesivos matrimonios de la Princesa Estefanía han terminado en una estabilización poco gloriosa . Las hijas Carolina y Estefanía ocupan su propio puesto en la nueva imaginería popular. Pero no dejan de ser figuras relativamente secundarias. El P ríncipe Alberto oculta cuidadosamente la vida privada de sus hijos ilegítimos : pero se trata de una ausencia bien presente.
Charlene Wittstock será una princesa bella y deportiva, moderna y atractiva. Muy alejada del encanto cinematográfico de Gracia Kelly, que trajo consigo el glamour de una época dorada de Hollywood. Los frutos del amor de la pareja de Alberto y Charlene deberán dar un heredero o heredera a Mónaco. La pareja también está «condenada» a echar los cimientos de un nuevo modelo económico nacional, menos glamour y más prosaico.
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