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«Es tan elegante y especial como Diana»

Miles de personas han esperado durante horas el desfile de los novios e invitados a la llegada y salida de la ceremonia en Westminster, con una temperatura plácida y emoción

REUTERS

BORJA BERGARECHE

En la calle, el «sí quiero» de Kate Middleton ha sonado como un susurro de la nueva Duquesa de Cambridge a los miles de personas congregadas en las calles de la capital británica. La voz suave y juvenil haciendo votos «en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad» a su príncipe azul ha transformado la megafonía que poblaba las calles cercanas a la Abadía en un sueño para miles de personas , en uno de los momentos más emocionantes de esta larga mañana nupcial.

La lluvia ha perdonado. La temperatura ha sido agradable toda la mañana y el gentío aplaudía y gritaba cuando asomaban unos rayos de sol entre las nubes que cubrían Londres. Miles de personas han ocupado desde las 7 de la mañana las calles que rodean el itinerario seguido por los novios, que han salido a la hora prevista hacia una ceremonia perfecta, emotiva, solemne y contenida seguida en la calle por británicos y turistas en un clima de alegría sincera pero sin excesos, con bromas, buen humor y alguna que otra cerveza pero sin alterar la calma, entre mucha gente pero sin empujones.

Caroline, inglesa de 29 años, se mordía las uñas, de pie en una silla de camping junto a su madre, pocos minutos antes de las 11 (hora local) a la espera del Rolls Royce en el que viajaba la novia hacia la iglesia. Kate Middleton, ya Duquesa de Cambridge, ha salido con su padre a la hora prevista, las 10.51. «Yo prefiero que sean reyes Guillermo y ella después de La Reina Isabel II», explica, «ella es tan elegante y especial como Diana, por eso le queremos mucho» .

Cada cochazo era saludado con gritos y un arsenal de cámaras y móviles

Desde que a las 10:20 han comenzado a desfilar los invitados VIP por la avenida que pasa por delante del Parlamento y la residencia del Primer Ministro, el público ha salido de un cierto letargo vertical que poseía a las masas, que intentaban remontar el madrugón con desayunos fuertes en MacDonalds y Burger King, de escasa inspiración británica. «¿Quiénes sois?», preguntan desde el público a un grupo vestido de gala que camina hacia la iglesia. Cada cochazo que atravesaba la calle a velocidad media con los miembros de la Familia Real británica y de otras Casas Reales invitadas al evento era saludado con gritos y un arsenal de cámaras y móviles en alto. Nada histérico. Sin pose ni exageración de sentimientos. Esto es Londres. Y así son los Windsor y sus súbditos.

«Veo mucha más gente joven»

«Asustan un poco», se exclama Kathe, refiriéndose a los agentes armados que custodian la zona delante de la residencia del Primer Ministro en el 10 de Downing Street. «La última vez que vi armas fue en el atentado frustrado del IRA en el aeropuerto de Glasgow en 2007», dice. Estuvo en estas mismas calles hace 30 años, durante la boda del príncipe Carlos con Lady Di: «Había la misma gente, pero hoy veo mucha más gente joven, entonces solo había niños pequeños de la mano de sus madres y abuelas».

La voz de Kate, su vestido, la tiara de Isabel II que lucía y el elegante gesto con el que ha saludado desde la carroza en que han salido de la Abadía los recién casados ha protagonizado los titulares y las conversaciones de una jornada que comenzaba inevitablemente a la sombra de Diana, la madre ausente tan sentida en la boda de su hijo mayor. «Era demasiado lanzada», critica Joan, sentada en una silla y en pantalón corto . Tenía once años en 1953, cuando fue coronada Isabel II con Winston Churchill de primer ministro. «Estuve en Londres entonces, era una niña y venía cada semana a ver a mi madre». No se acercó, sin embargo, al funeral de Diana. Hoy ha venido en autobús desde Kent para ver, esta vez sí, a su princesa Kate. «Pero me tengo que ir rápido, me esperan mis tres perritos», explica.

El momento de los besos desde el balcón

A las 13:27 hora local, con tres minutos de antelación, los ya recién casados han expresado ese amor dándose un beso , y un segundo beso, en su esperada aparición en el balcón del Palacio de Buckingham. Tras el final de la ceremonia en Westminster, la Policía ha abierto muchos de los pasillos y una marea humana ha inundado The Mall y el parque de St. James en dirección al palacio. Miles de personas han marchado en calma, alegres, y organizados por un discreto pero eficaz sistema de cordones de policías y guardias.

El beso ha desatado las pasiones quizás más que en ningún otro momento

El beso ha desatado las pasiones quizás más que en ningún otro momento de la mañana. El rito es el primero que los recién casados hacen realmente «por y para el pueblo», a la vista de las masas. Ben, un alemán de paso en la ciudad, no comparte la emoción, aunque reconoce que «no habría ni esta gente no estos gritos si quien saliera al balcón fuera Angela Merkel». El parque se ha convertido desde ese momento en un inmenso picnic colectivo, a mayor gloria de la vieja Britania: mantitas escocesas, banderas tricolores y vino blanco.

Carol ha viajado con su hija Julia y unos amigos tres horas para instalarse desde las 8 de la mañana. Está enfadada porque el espumoso que acaba de descorchar solo tiene un 4% de alcohol, y todos ríen acampados en la hierba. «Yo pago mis impuestos, y me parece bien que la Familia Real nos dé motivos como este para estar contentos».

No muy lejos de ellos, los Stratton se llevan la palma. Han desplegado paraguas con la bandera británica y una enorme mesa de picnic llena de bebidas y sandwichitos. Keith, alto, delgado y pelo blanco, es un monárquico de toda la vida. ¿A qué asocia a la Familia Real? «Familia», responde con convicción, «unidad, britanidad, realeza si quiere», sigue. No explica mucho más, pero su respuesta resume el espíritu reinante. No hay histeria de falsos fans ni gritos de adolescentes poseídas. Hay familias y gente de todas las edades que disfrutan de la boda de dos jóvenes a los que han querido transmitir en directo sus mejores deseos.

¿Diana o Kate? ¿Carlos o Guillermo? ¿Guillermo o Harry? Todas las conversaciones se han entregado al deporte nacional de opinar sobre la Familia Real, con opiniones para todo. «A mí me gusta Harry», explica Darío, de 22 años, que se ganará 100 libras esta mañana repartiendo folletos de una empresa que colgará en Facebook fotos de los pasantes que han posado con dos muñecos de los novios. «Si no, no estaría aquí», afirma, vestido con zapatillas y visera, aunque luego se involucra: «Todo esto está pasado de moda, pero existirá siempre, nos trae mucho dinero y turistas a la ciudad», cree, antes de entregarse al momento. «Yo les veo de verdad enamorados, me gustan».

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