Sin ti no soy nada
«Sin ti no soy nada», me dice mi marido angustiado por teléfono. Me preocupo. En serio. No por el significado de la frase —obvio— sino ¡porque ha copiado a Rubalcaba!
MARTA BARROSO
Casi llamo al 112. No me lo esperaba. Tantos años de matrimonio y por poco me mata del susto. «Sin ti no soy nada», me dice mi marido angustiado por teléfono. Me preocupo. En serio. No por el significado de la frase —obvio— sino ¡porque ... ha copiado a Rubalcaba! Él, mi vida, mi amor, ha pronunciado la misma frase que con tanto gracejo dijo don Alfredo en el Congreso. Algo pasa. En circunstancias normales no se le va la pinza de esta manera ni de broma. Muy mal tiene que estar. Y lo está, claro. Ahora es cuando me echa de menos. En mitad del verano y con los niños a cuestas. O mejor, con los adolescentes. Lo estoy viendo: desde la hora de levantarse hasta la de acostarse pasando por el permanente saqueo del dinero o los cuestionamientos a todo lo que tú dices (por no decir contestaciones). Difíciles, por estrechas, son las relaciones familiares en esta época y no es lo mismo estar solo que estar acompañado. Sobre todo cuando se es un hombre. No están acostumbrados. Las mujeres sí —me moría por escribirlo, lo reconozco— pero es que «sieeempre» (pronúnciese bien) nos toca a nosotras. «Once again», como dirían aquellos. Hay que ser realistas. Cuando los niños son pequeños te pasas el día organizando su vida (todo menos que en tu mente te acribille el «yo me aburro» del verano) y con la gorra de chófer puesta (tú les llevas, ella les lleva, nosotras les llevamos). Ellos nunca pueden, pobres, porque justo tienen que jugar al frontón, darse un paseito en bicicleta o jugar al golf (total, «solo» son seis horas de «escaqueo»). Nosotras, fuertes y robustas, podemos con todo. Incluidos adolescentes. Qué de sentimientos nos hacen vivir. ¿Por ejemplo? «En plan» a diario, como dirían ellos. Pasas del amor al odio con una facilidad aplastante. Amor, inmenso, cuando les ves dormir; al desamor infinito, cuando no hay manera de despertarles; ternura, desmesurada, si sólo ves unos calzoncillos fuera de su sitio; brutalidad, irracional, cuando ves montañas de ropa. La lista se haría interminable. Pero tengo que acabar. Por eso, mi amor, pídele al santo Job que te llene de paciencia. Porque sin mí, lo sé, no eres nadie.
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