TRAS LA PRISIÓN SIN FIANZA DE SU SOBRINO JOSÉ FERNANDO
Los Ortega Cano dicen que «Jose y su hijo ya están muy lejos el uno del otro»
Los hermanos del diestro se muestran preocupados por su salud, tras ser atendido de urgencia el pasado jueves cuando una vecina le contó que el joven había sido detenido
ÁNGEL ANTONIO HERRERA
No arriesgaré que Ortega Cano es un viudo de alma, pero sí que de algún modo se le va quedando alma de viudo, un viudo quizá de sí mismo, que se buscó en los ruedos, quizá sin encontrarse, y que se busca ahora ... en la vida y a lo mejor tampoco se encuentra.
Ya saben ustedes que le han detenido al chico José Fernando , que vive en la trena, de momento. Lo que faltaba. Ortega se enteró de la detención, en un susto, o sustazo, porque llevaba sin noticias del chaval bastantes semanas. Se lo soltó a quemarropa una vecina. He venido sabiendo por su hermana –no la del chaval, sino la del torero– que Ortega ha sacado a José Fernando de varios marrones, pero no hay manera. Lo ha sacado durante años, e incluso en el último año. «Jose ha hecho todo para sacarle del mal camino, pero José Fernando no responde. Ya están muy lejos el uno del otro».
La indiferencia de un hijo
Estas palabras, de la entraña familiar, resumen la situación que hubo, que hay. El chico ha salido asilvestrado, e intratable, y ha pillado desde hace tiempo la carrera de las amistades peligrosas. Va a hacer Ortega lo que pueda, como padre, pero sólo eso, porque ya ha padecido la larga ingratitud, cuando no la indiferencia, o el desprecio incluso, de un hijo que va a lo suyo. Y en lo suyo se ha encontrado con la Guardia Civil.
Ortega tenía algo de viudo de sí mismo, y ahora en esa viudedad se incluye el luto de padre, porque el chico está perdido, me temo. No me consta que Ortega tenga sentimiento de culpa, por el extravío del hijo, aunque sí sé que, en el fondo, siempre queda el resquicio de la duda de quizá haberlo hecho todavía mejor. Si es que se podía hacer mejor.
Desde la muerte de Rocío Jurado , ha sido Ortega «presentes sucesiones del difunto», según el diagnóstico de Quevedo; un difunto muy vivo que a veces se pluriempleaba de bailón en la tele o salía en defensa propia a la arena de la corrala de la «telerrosa», donde a menudo le tutean como a un friki. José ya no era Ortega Cano. En cualquier caso, venía aguantándolo todo con perfil de estoque y empaque de tío antiguo que llora lo justo. Menos torero, se le ha dicho a Ortega Cano de todo. Tampoco es eso. Ya hacen tertulia a su costa, adornándolo de mal padre. Ya les digo yo que este hombre ha hecho lo posible, y hasta lo imposible, porque José Fernando no pillara el vicio del deporte del lumpen.
Mala salud
La salud le tiene en un susto, a él y a su familia inquietada, y resulta raro no verle con ese aire de ir o de venir siempre de un funeral, que es un poco o un mucho el suyo, aunque fuera el funeral de la esposa o la madre. Ahora ha tocado este episodio, aún en curso, de José Fernando. La última cogida va siempre por dentro.
Desde hace años, no es su temporada, precisamente. Desde hace un año, apenas ve a José Fernando, por voluntad del retoño, que ya es bigardo. Salvo cuando ha tenido que sacarle de un lío. De otro lío. Voló a los dieciocho, con herencia de pasta de futbolista. Voló, salió bala.
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