Camilo José Cela y los pimientos de Padrón
Se cuidaba en el sentido que antes le dábamos esa palabra, no era parco y le gustaba comer bien
cristino álvarez
Fue, o le hicieron ser, tan diferente, tan original, que recibió el Nobel de Literatura antes que el Cervantes; fue polémico, entre otras razones porque le encantaba serlo; pero, sobre todo, fue autor de una extraordinaria obra literaria, que empieza en la aclamada «La familia ... de Pascual Duarte» y acaba en la última entrega de su trilogía gallega, «Madera de boj» ya entregado a un estilo propio en el que el punto y seguido era la excepción .
Cela era de Iria Flavia, asentamiento romano de tiempos de los Flavios que acabó absorbido por el auge de Padrón, villa en la que el Ulla presiente la ría de Arousa, de muy ilustres hijos, como el trovador Macías «el enamorado», la poetisa nacional gallega Rosalía de Castro y, por supuesto, el propio don Camilo. Grande, de profunda voz de bajo, siempre me hizo pensar en el Don Camilo de Guareschi.
Se cuidaba, en el sentido que antes le dábamos a esa palabra : le gustaba comer bien, y no era precisamente parco. Lo contaba en sus magníficos libros de viaje; en «Del Miño al Bidasoa» (1952), nos lleva donde queremos ir: «el vagabundo y su primo se habían pasado por la calle de los Olmos (en La Coruña) a comerse dos nécoras y un puñado de pimientos de Herbón». Herbón, parroquia de Padrón en la que los franciscanos introdujeron en el siglo XVI esos pimientos que, como es sabido, «unos pican e outros non»; la gracia, por supuesto, es que los más picantes le toquen a algún compañero de mesa: como diría Cela, da mucha risa.
Pimientos fritos y en su punto
Son fruto de verano, y se comen fritos, operación que requiere cierta mano para dejarlos en su punto. Unos granos de sal gorda les quedan muy bien. Si los van a tomar solos, en plan tapa, no les quiten el rabito: sirve para comerlos sin cubiertos. Si van en plato, como acompañantes de, pongamos, una buena tortilla, supriman el pedúnculo. Y, bueno, ya el propio Cela, en la obra citada, hace que el vagabundo pregunte: «¿pican?», y su compañero responda. «más pica la sarna y no alimenta». Pues eso.
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